La montería es una modalidad de caza que cuenta con más de 700 años de historia en nuestro país. De hecho, ha sido declarada recientemente como Bien de Interés Cultural en comunidades autónomas como Andalucía o Extremadura. A lo largo de los siglos, este tradicional modo de cazar venados o jabalíes se ha plasmado en cientos de obras de arte, y para prueba, el siguiente objeto, que se encuentra expuesto en el Museo del Prado de Madrid. Su nombre es el de Vaso de la Montería y fue creado entre 1550 y 1575.
Tal y como indican los expertos del Museo del Prado el vaso está formado por tres piezas de cristal de roca. El cuerpo adopta la forma de una urna antigua de sección circular, con un cuello de perfil cóncavo del que surgen, a modo de asas, dos bustos femeninos alados, esculpidos en la propia masa del cuerpo. Se apoya sobre un pie agallonado que ha sido recientemente identificado, al igual que la tapa. Una compleja escena se desarrolla ocupando la franja central, según uno de los esquemas típicos de la producción milanesa, enmarcada arriba y abajo por un mismo motivo de gallones cóncavos que se prolongan ocupando también la zona del cuello. El mismo diseño continúa en el pie.
¿Por qué se llama el Vaso de la Montería?
Esta pieza fue denominada por Angulo Vaso de la Montería, pues la escena es una representación de dicha modalidad de caza, en la que diminutas figuras marchan a pie y a caballo, ataviadas al modo clásico, con túnicas e indumentaria cinegética. Parte de este asunto parece estar inspirado en el episodio de la cacería de Meleagro, según se describe en las Metamorfosis de Ovidio. Uno de los personajes, que aparece portando una lanza de la que cuelga un conejo o una liebre, podría ser una referencia a Hispania, nombre romano de España.
Según expone el Museo del Prado en la descripción del objeto, el paisaje representado también coincide con el relato de Ovidio, quien sitúa la acción en una espesa arboleda donde fluyen arroyos. Destaca el aspecto militar de algunas figuras, que puede señalar su condición de héroes clásicos o indicar que el episodio representado es, en realidad, una referencia a acciones militares que, trasladadas al mundo contemporáneo, podrían aludir a episodios de lucha contra enemigos de distinto tipo, infieles o herejes, con Carlos V o Felipe II como protagonistas. Quizás no sea casual el hecho de que en el relato de la cacería del jabalí, además de los gemelos Castor y Polux o Teseo, figure entre los héroes acompañantes Jasón, quien, junto con los argonautas -entre los que se incluye Meleagro-, viajó en busca del vellocino de oro, imagen simbólica que da nombre a la orden del Toisón de Oro, vinculada a la casa de Habsburgo.
Un vaso relacionado con Francesco Tortorino
Ernst Kris ya relacionaba en 1929 este vaso con Francesco Tortorino (h. 1512-1572), artista especializado en la talla de camafeos y cristales y famoso por la minuciosidad de su trabajo, en base a dos obras firmadas y realizadas hacia 1569, ambas conservadas en Viena. Esta atribución ha sido refrendada por la crítica posterior y, de hecho, el parentesco de esta obra con la Columna triunfal del Museo degli Argenti de Florencia, Inv. Gemme 1921, n. 723, ha servido para atribuir definitivamente este vaso al mismo autor. Algunos detalles, como los árboles, las ondas acuáticas, la forma de tratar los cabellos humanos o las guedejas de algunos animales, son semejantes en los ejemplos mencionados.
El Tesoro del Delfín es un conjunto de vasos preciosos que, procedentes de la riquísima colección de Luis, gran Delfín de Francia, vinieron a España como herencia de su hijo Felipe V, primer rey de la rama borbónica española. Luis de Francia (1661-1711), hijo de Luis XIV y María Teresa de Austria, comenzó su colección tempranamente influenciado por su padre; la adquisición de obras se producía por diversas vías, desde regalos hasta su compra en subastas y almonedas.
Al morir el Delfín, Felipe V (1683-1746) recibe en herencia un conjunto de vasos con sus respectivos estuches, que fueron enviados a España. En 1716 estaban en el Alcázar de Madrid, guardados en sus cajas, desde donde se trasladaron, en fecha posterior, a La Granja de San Ildefonso, lugar donde se citan a la muerte de Felipe V, conservados en la llamada Casa de las Alhajas. En 1778 se depositaron, por real orden de Carlos III, en el Real Gabinete de Historia Natural y continuaron en la institución hasta el saqueo de las tropas francesas en 1813. La devolución de las piezas se produjo dos años más tarde y con algunas pérdidas. Fue en 1839 cuando la colección llega al Real Museo, donde sufrió en 1918 un robo. Con ocasión de la Guerra Civil española fueron enviadas a Suiza regresando en 1939, con la pérdida de un vaso, desde entonces se encuentran expuestas en el edificio Villanueva.
El Estuche del Vaso de la Montería
El estuche de la anterior pieza está datado entre los siglos XVI y XVII. La técnica utilizada para realizarlo fue el moldeado y la pasamanería con madera, metal y terciopelo como materiales. Mide 24,5 centímetros de alto, 17,5 centímetros de ancho y pesa 357 gramos, perteneciendo a la serie Tesoro del Delfín. Se fabricó en Francia, está forrado de terciopelo en su exterior e interior y lleva un galón con cierres metálicos en su parte externa, según expone en su web el propio Museo del Prado.
Los estuches sirvieron alojar para la colección de alhajas que recibe el joven Felipe V, duque de Anjou, tras la muerte de su padre Luis de Borbón (el Delfín de Francia). Tiempo después, en 1776, Carlos III cedió el conjunto de vasos, incluidos sus estuches, al Real Gabinete de Historia Natural, donde permaneció hasta la salida de las alhajas hacia París, dejando atrás los estuches. Cuando éstas se recuperaron, muchos de los estuches, posiblemente ya no se pudieron utilizar como contenedores, al volver las alhajas mutiladas o reconstruidas indebidamente.
Los estuches de estos vasos de lujo se concebían de un modo práctico, con la forma del vaso contenido. Parte de los estuches que se conservan son aquellos que originariamente tuvieron los vasos al ser fabricados; otros fueron encargados por sus sucesivos poseedores, a veces personalizados con símbolos relacionados con el propietario, como sucede con la serie de los estuches rojos decorados con flores de lis y delfines. La existencia o no de estos estuches protectores determinaba en muchas ocasiones la longevidad de los vasos que contenían.
Algunos de estos estuches pueden agruparse según sus características, aunque, por lo general, sus almas son de madera, y tienen un forro interior de textil o piel, a veces acolchado con vellón de lana, mientras que al exterior presentan un acabado en telas de lujo o finas pieles decoradas, bien en seco o bien en dorado.