La veda de especies cinegéticas no suele traer efectos positivos para sus poblaciones si no se arreglan los problemas que han llevado a esa situación. En España tenemos ejemplos claros: el de los urogallos, las perdices pardillas y las aves esteparias. Por otro lado, en los casos del lince y el oso pardo sí se ha podido poner remedio. El sector cinegético, villano para algunas especies en un pasado con un contexto bien distinto, es hoy un auténtico héroe, como demuestra la mayoría de los proyectos de recuperación para estas especies en los que los cazadores participan activamente.

No hay duda de que si es necesario vedar una especie hay que hacerlo, como tampoco hay duda de que si la gestión e interés cinegéticos por ciertas especies puede servir de motivación para trabajar en la recuperación, ¿por qué no hacerlo?

Urogallo cantábrico y pirenaico 

Urogallo. © Shuttertock
Urogallo. © Shuttertock

En 1980 la caza del urogallo (Tetrao urogallus) fue prohibida y desde entonces las dos subespecies han corrido distinta suerte: la cantábrica se acerca a la extinción; la pirenaica, también en declive, mantiene aún poblaciones relativamente bien conservadas, especialmente en los Pirineos franceses (donde aún se caza un reducido número). La presión cinegética que soportó hasta los años 70 contribuyó al declive de la subespecie cantábrica, pero para ambas se sabe que la pérdida de hábitat y la proliferación de predadores, especies competidoras y molestias han sido y son determinantes.

Pese a la prohibición de su caza, los programas de recuperación y fondos destinados, la subespecie cantábrica camina hacia la extinción. La pirenaica podría correr el mismo camino. Tras 40 años sin caza. ¿cómo es posible que estemos a punto de perder la especie, hablándose ya de una situación de ‘salvamento’ para la población cantábrica? No hay soluciones fáciles para problemas difíciles, pero existe la certeza de que es necesario actuar con intensidad y que otros factores son mucho más críticos en la conservación de estas especies que en la propia extracción de ejemplares. 

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Perdiz pardilla ibérica 

Bando de perdiz pardilla. © Shutterstock
Bando de perdiz pardilla. © Shutterstock

En 1998 una denuncia cuestionó la caza de la avutarada (Perdix perdix)​ por el mal estado de sus poblaciones en Castilla y León, siendo prohibida desde entonces en esta región, Asturias, Cantabria, La Rioja y, posteriormente, Aragón. En Cataluña nunca ha sido vedada, y tampoco en la vertiente francesa de los Pirineos. Casi 25 años después de esta prohibición, la mayor parte de poblaciones de la Cordillera Cantábrica y el Sistema Ibérico se encuentran en regresión, especialmente estas últimas, donde ha sido declarada en peligro de extinción. Los estudios demuestran que ha perdido su hábitat a favor de plantaciones de pinos y que sufre molestias de todo tipo que dificultan su supervivencia. ‘Curiosamente’, en los Pirineos se mantienen poblaciones bien gestionadas que son cazadas de forma sostenible. 

Avutardas, sisones, gangas

Avutarda. © Shutterstock
Avutarda. © Shutterstock

Muchas aves esteparias eran también objeto de caza hasta los años 1980, cuando se marcó el final de su caza. En líneas generales, han experimentado una importante regresión de sus poblaciones en los últimos 40 años… excepto en el caso de la avutarda (Otis tarda). Para todas ellas el declive está ligado claramente a la pérdida de hábitat y a la intensificación de la agricultura, que ha barrido a muchas especies de amplias zonas de nuestra geografía. Todas estas especies, reaccionan de forma positiva cuando el hábitat es gestionado pensando en ellas, y son buenos lo ejemplos de zonas ZEPA de Castilla y León donde las avutardas se han recuperado y albergan hoy las poblaciones mejor conservadas de Europa.  

Lince ibérico 

Lince ibérico
Lince ibérico. © Shutterstock

Cuesta creer que un día el lince ibérico (Lynx pardinus) fueron especie cinegética y que hasta los años 80 estos felinos no gozaran de la protección que merecían por el retroceso en sus poblaciones. También considerados alimañas, sufrieron un intenso proceso de rarificación desde la década de 1960 hasta llegar al punto álgido de su agonía a finales del siglo XX y comienzos del XXI. Como el urogallo, estaba abocado a extinguirse y los sucesivos proyectos no conseguían dar resultados, muy ligado también a la situación del conejo de monte y sus enfermedades. Todo cambió cuando se consiguió criar con éxito en cautividad y reintroducirlo en sus antiguos territorios, ahora en expansión. El sector cinegético lo ayudó a través de fincas y cotos bien gestionados y con abundantes poblaciones de conejos, tarea que continúa en la actualidad. 

Oso pardo 

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© Shutterstock

Reducido en sus poblaciones cantábricas a entre 70 y 90 ejemplares y casi desaparecido en Pirineos (con menos de 20 ejemplares), la caza del oso pardo (Ursus arctos) se prohibió en 1973. Se convirtió, junto con el lince, en un emblema para la conservación de la biodiversidad en España, y poco a poco se trabajó para que el úrsido tuviera una posibilidad de supervivencia. Varias administraciones y entidades, destacando la Fundación Oso Pardo, trabajaron duro para mejorar la convivencia entre el oso y los habitantes de las zonas rurales. A día de hoy, con más de 300 ejemplares, el oso pardo mira al futuro con esperanza, haciéndose cada vez más frecuente en entornos rurales en busca de alimento, expandiéndose por zonas en las que no se le veía desde hace siglos.