En las últimas semanas nos desayunamos, un día sí y otro también, con noticias que, bajo la falsa pretensión de proteger y conservar las especies, atacan y limitan la práctica de la caza. Decisiones, todas ellas, tomadas de manera unilateral por una Administración que, no solo no escucha a un colectivo que durante siglos ha sido el guardián y protector de la biodiversidad y su equilibrio, sino que ignora, de manera intencionada e irresponsable, la opinión científica.
Opinión que, referida a cualquier otra materia sería tenida en cuenta sin rechistar; sin embargo, cuando lo es en materia de caza, es despreciada y ocultada. ¿Y por qué lo hace? La respuesta no es difícil: por una ideología sectaria antepuesta al conocimiento y la sensatez. O lo que es lo mismo: por la práctica de una política de bajo nivel alejada de la realidad del mundo rural.
Dicho lo anterior –mi intención no es hablar del enemigo–, hablemos de nosotros. De lo que hacemos para defender nuestro derecho a ser cazadores y, por supuesto, a cazar. Llevamos tiempo exponiendo todo tipo de argumentos y explicando la importancia que la caza tiene a nivel económico, como herramienta de conservación, a nivel cultural y de arraigo, y como garantía sanitaria frente a la propagación de enfermedades –que no es moco de pavo–.
Colaboramos en numerosos proyectos de conservación de especies amenazadas, tales como el lince o el urogallo; aunque la mayor colaboración en este sentido es, precisamente, nuestro interés en mantener las poblaciones objeto de caza, pues son el alimento imprescindible para esas especies en peligro o amenazadas. Pagamos, con nuestros dineros, estudios para la conservación y mantenimiento de las poblaciones. Proponemos, de motu propio, los cupos de capturas, horarios y días de caza para recuperar o mantener la fauna cinegética. Recogemos la basura que dejan en el monte los que dicen protegerlo, colaboramos en los incendios, perseguimos a los furtivos.
Mantenemos un tono dialogante y no rechazamos reuniones o foros en los que aportar nuestra experiencia y propuestas… Incluso, a diferencia de los políticos y demás hierbas, reconocemos nuestras miserias y trabajamos para erradicarlas. Aun así, el ataque a la caza es real y directo. No importan los argumentos, ni los estudios, ni la ciencia, ni la voluntad. No les importa nada de lo que, hasta ahora, hemos hecho. Y claro está que algo tendremos que cambiar.
Va siendo hora de dar un giro a nuestra estrategia. Jugar al 0 a 0 no resuelve el partido. Ser los tontos en esta guerra no hará que ganemos una sola batalla. No nos faltan motivos para pinchar la pelota. Por poner unos ejemplos podríamos mencionar el silvestrismo, la caza en los Parques Nacionales, el lobo, la moratoria de la tórtola, los precintos en Extremadura, la Ley de Caza de Castilla-La Mancha o la manipulación en La Rioja, la criminalización de los cazadores con el tema del abandono de perros, las leyes de ‘protección animal’ con sus variantes regionales, la catalogación de la perdiz roja, la discriminación en las competiciones en tiempos de pandemia. Y otras muchas cuestiones que atacan directamente la gestión y la viabilidad de los cotos y de la caza.
Creo, viendo los resultados de lo que venimos haciendo, que el cambio en nuestro comportamiento, en nuestra actitud, en nuestra estrategia, debe ser inmediato y contundente. Ha quedado demostrado que a la política le importa muy poco la veracidad, la seriedad y los argumentos científicos. La política solo escucha bajo la amenaza o el chantaje. Nuestros representantes, y el colectivo de cazadores en general, creen, que con la queja permanente, con los comunicados, con la narración de las desgracias y con los dosieres de estudios infinitos conseguirán minimizar los daños. Pero la realidad es inapelable… El enemigo nos engaña mientras nos ataca y nos vence.
¡Necesitamos jugar al ataque! Necesitamos un ejército dispuesto a morir y líderes que lo dirijan al campo de batalla. Porque entre morir y dejarse matar hay una diferencia que se llama dignidad.