Por Carlos Díez y Carlos Sánchez
(doctores en Veterinaria / Ciencia y Caza)

Hoy, 5 de diciembre, ha concluido la moratoria de la ley que regula estos espacios naturales y, con ella, la posibilidad de cazar en ellos. Analizamos las consecuencias de esta medida.

En todo caso se consideran incompatibles la pesca deportiva y recreativa y la caza deportiva y comercial así como la tala con fines comerciales. Por motivos de gestión y de acuerdo al mejor conocimiento científico, la administración del parque podrá programar actividades de control de poblaciones y de restauración de hábitats».

Así de tajante es la Ley 30/2014 de Parques Nacionales, que años atrás puso una fecha de caducidad a la caza, el 5 de diciembre de 2020. A partir de hoy ya no se podrá realizar una actividad que, curiosamente, en muchos parques fue la primera figura de protección de estos territorios: los cotos reales y otras reservas de caza, denominaciones históricas diluidas y desaparecidas de la memoria de muchos y que, si nadie lo remedia, se quedarán eso, historia.  

¿Por qué no se podrá cazar en los parques nacionales?

Desde muchos organismos, incluyendo los propios parques, se ha defendido que la caza, la pesca o la extracción de madera no son compatibles con la conservación de estos espacios. De hecho, ya en el 2014 y antes de la publicación de la Ley, 11 de los 15 directores de los Parques mostraron su malestar en una carta, en la que denunciaban que se fuera a permitir hasta el 2020 estos usos, dado que podrían causar daños irreparables. Lo curioso es que la propia normativa aclara que se podrán realizar actividades de control de poblaciones y restauración de hábitats.

La caza, una constante en estas zonas

Los parques nacionales son auténticas joyas de la biodiversidad española, 15 lugares increíbles en los que se custodian paisajes, hábitats y especies de fauna y flora únicas. A veces cuesta creer que hayan sido capaces de llegar hasta nuestros días en este estado, y hay que preguntarse si seremos capaces de conservarlos en el futuro.

En algunos de estos entornos la caza ha estado presente mucho antes de su declaración como parque nacional, y en un puñado puede sentirse todavía la cinegética, bien porque aún se practica, bien por reminiscencias de un pasado en el que los cazadores estaban imbricados en la conservación y gestión de estos espacios. En Cabañeros, entre Toledo y Ciudad Real, late en el monte mediterráneo la montería y la caza en berrea, tal y como sucede en Monfragüe, en la vecina provincia de Cáceres.

Los Picos de Europa –corazón de nuestra Cordillera Cantábrica–, habitados por rebecos, ciervos, cabras monteses y jabalíes, han sido testigos de innumerables lances en los más inhóspitos pero bellos lugares. Y en Ordesa y Monte Perdido existe incluso la Senda de los cazadores, inutilizada para la cinegética pero desgastada por el paso de millones de turistas y en la que, con gran facilidad, es posible ver de cerca sarrios, dueños de las cumbres pirenaicas. Por tanto, la actividad que se pretende eliminar ha sido y es un elemento de gran importancia en muchos parques. 

¿Por qué consideran la caza incompatible con los objetivos de estos espacios?

En primer lugar es importante diferenciar la caza comercial del control de poblaciones. Según las conclusiones de la Cátedra de Parques Nacionales, dentro del seminario Gestión de ungulados silvestres en parques nacionales, la caza deportiva-comercial «tiene como objetivo el disfrute y la generación de beneficio económico, y suele ir acompañada de prácticas que pretenden el mantenimiento de la actividad en el tiempo».

Por el contrario, «el control de poblaciones tiene como objetivo la conservación de las especies, comunidades y valores reconocidos por el parque nacional, y para conseguirlo trata de reducir o mantener densidades y adecuar los parámetros poblacionales de las especies sobreabundantes a valores equilibrados.

Por todo ello, los criterios científicos para planificar el control de poblaciones de ungulados silvestres tienen que ser distintos a los que regulan la caza deportiva y comercial». Hecha esta aclaración, no hay duda alguna de que no es lo mismo celebrar una montería o un gancho  o planificar un rececho que llevar a cabo un control de poblaciones. Sin embargo, también es obvio que en muchos lugares la caza se está adaptando al control de poblaciones: ¿por qué no hacerlo en los parques nacionales? 

Las posibles consecuencias de dejar de cazar

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Nadie tiene una bola de cristal para saber lo que va a suceder, pero podemos imaginar las consecuencias que esta prohibición provocará. En primer lugar hay algo que sí sucederá, aunque no sabemos cuándo: los propietarios de cotos que ya no podrán cazar recibirán una compensación que saldrá, como siempre, de las arcas públicas, que bien debieran destinarse a otras cosas. A partir de aquí se abre una serie de hipótesis que el tiempo se encargará de confirmar.

En primer lugar están las posibles consecuencias ecológicas derivadas de una sobreabundancia de ungulados –ciervos y jabalíes, principalmente– que no sabemos si el control será capaz de mantener a raya. Ya hay ejemplos claros en Monfragüe y Cabañeros en los que hay daños a la flora y al suelo, sin lugar a dudas un indicativo de que será necesario quitar animales para mantener el equilibrio. Derivado de esta situación también hay que mencionar la sanidad animal y su influencia en la humana, dado que sabemos que altas densidades de ungulados –especialmente en convivencia con ganado doméstico– no suelen ser buenas compañeras. Y dicho esto, también debemos hablar de las consecuencias económicas y sociales.

Un informe de las universidades de Extremadura y Castilla-La Mancha, en colaboración con la Federación Extremeña de Caza y la Fundación Artemisan, reveló que en la última década los municipios del entorno de los parques nacionales de Monfragüe y Cabañeros han perdido población, renta y empleo. Si se pierde una nueva fuente de ingresos, como es la caza, es más que posible que la situación se agrave. De hecho, los cálculos que se manejan hablan de 320 millones de euros en indemnizaciones a las fincas en las que se practica la caza, dinero que, repetimos, sale del bolsillo de todos los españoles. 

¿Por qué no un término medio?

Es cierto que los parques nacionales representan una muy pequeña proporción de nuestro territorio y que por desgracia están habitados por un pequeño número de personas. Pero precisamente por ello debiera tenerse especial cuidado con el mantenimiento de los usos tradicionales, como sucede con la caza.

A lo largo de la historia los parques nacionales de otros lugares del mundo, como Norteamérica, han pasado de expulsar a las personas que vivía en ellos a compatibilizar los usos tradicionales con la conservación del entorno, aplicando restricciones cuando sea necesario. Pensamos que en nuestros parques nacionales, ubicados en la España vaciada, debiera trabajarse para alcanzar un término medio en el que la caza tuviera cabida, enfocándola al control de especies y el equilibrio de los ecosistemas.

Posiblemente, estamos asistiendo ante un choque de ideologías entre unos que están a favor y otros en contra de la caza y del que saldrían unos claros perdedores: los parques nacionales.