«Escribí más que cacé. Y eso que he cazado lo mío», cree poder afirmar este jienense (1942, Santisteban del Puerto) avecindado en Ciudad Real (Viso del Marqués) al publicar su quinto libro: Léxico básico de caza, tiro y armas. Se trata de un extenso y minucioso alfabeto de términos cinegéticos que es ya un imprescindible en la biblioteca de todo amante de la caza y la lengua. Hablamos con Eduardo Coca Vita, uno de los autores más reputados del panorama cinegético español y a quien debemos agradecer el alumbramiento de esta obra de referencia.

Pregunta. En el libro se presenta como agricultor, cazador y jurista. ¿Por qué en ese orden?

Respuesta. Por ser el alfabético y tener yo, según José Luis Garrido, una mente cartesiana.

P. En Léxico básico de caza, tiro y armas recoge todos los términos cinegéticos que usted recopiló para la redacción del Diccionario del español jurídico (2016) y quedaron fuera de la obra… y muchos más.

R. El origen del libro se relaciona con mi participación en tal obra singular de la Real Academia Española (RAE), Consejo General del Poder Judicial y Tribunal Supremo, en la que me encargué de lo cinegético, sin poder darse cabida en ella a todas mis propuestas, como explico con detalle en la introducción al libro. Pero eso fue solo el embrión, incomparablemente menor que la criatura al cabo alumbrada.

P. Critica a la RAE por su elección poco acertada de los términos cinegéticos que recoge en su diccionario o su falta de precisión al definirlos, llegando a decir que parecen «aprendidos de oídas en las lejanas urbes» y no vividos «sobre el terreno a pie de tajo». 

R. Más que poco acertada, yo diría que la elección por la RAE de términos cinegéticos para su diccionario general –lo subrayo– resulta muy incompleta. Basta ojear los artículos de prensa sobre la cuestión agrupados en anexos al nuevo libro para tomar conciencia de ello. Y la falta de precisión o rigor luce evidente en muchos vocablos, que sí figuran en el diccionario común, pero en forma inexacta o insuficiente. A bote pronto, podrían servir de muestra alicorta, barbón, bucardo, correal, perrillo, pichón, rebeco, sarrio… Busque, lea y compruebe.

P. ¿Qué tres términos de caza considera usted sacrilegio que no estén recogidos en el diccionario de la Real Academia?

R. Si debo limitarme a tres, aquí van: amoladera, furtivear, naturalizar. Si me permite otros tantos, estos señalo: cepear, cuquillero, pistear. Por mi cuenta adiciono tres más: carrilear, farear, zorrezno. Para guinda me gusta macareno. Y no me resisto a cerrar sin mentar cuco.

P. Deja claro en las primeras páginas que la elección de los vocablos y expresiones que aparecen en su libro obedece a decisiones experimentales. ¿De qué fuentes ha bebido en su recolección?

R. Principalmente, de mi propio acervo léxico cinegético labrado en 80 años de contacto con el campo, oyendo a mi padre y su cuadrilla, leyendo literatura costumbrista y montera o escuchando a los aborígenes de mi zona y otras de España donde cacé. En definitiva, por el contacto con gentes llanas, instruidas o no, de montaña o ciudad, sazonadas o provectas que algo tengan que ver con la caza, el tiro y las armas. En cuanto a preceptos legales y conceptos biológicos o técnicos, no hay más fórmula que estudiarse el BOE y la doctrina científica, adonde acudí con humildad escolar y ganas de aprender. En punto a bibliografía, mejor que ahora citarla en extenso, remito al apartado del libro donde se mencionan trabajos y compendios lexicográficos para ampliar el lenguaje general cinegético o penetrar en los particulares modismos de ese predio sin lindes que es nuestra parla, un auténtico cosmos idiomático.

P. ¿Qué criterios ha seguido a la hora de seleccionarlos?

R. El orden cronológico en que me iban fluyendo a la memoria, viniendo a la mente y entrando en la cabeza, cuando no los descubría repasando el diccionario académico de la lengua y con lecturas de libros dispersos o en la escucha de conversaciones. Igual que sigue ocurriendo tras cerrar la edición, pues voy pausadamente anotando bastantes lemas surgidos con retraso y a destiempo.

P. ¿Hay términos ya en desuso? La literatura cinegética antigua muestra alguna palabra que ya no se utiliza.

R. Entre otras muchas voces desusadas, el libro recoge esca, feral, garitero, menescal, mestenco, parancero, peal, venadriz… Es que el tiempo roe las palabras y hasta corroe las ideas.

P. Avisa de que recoger toda la terminología en una lengua como la española es tarea inabarcable. ¿Ha contado cuántas entradas recoge en su obra?

R. No, pero puedo calcularlas aproximadamente con la media por página de siete a ocho multiplicada por 400 hojas que ocupa la parte alfabetizada, más otras mil voces que estimo a boleo habitan en mis artículos de revistas recopilados como anexo, una parte del libro imprescindible de leer por los interesados o curiosos en el habla venatoria.

P. ¿Y cuántos términos se han quedado fuera?

R. Es lo que yo querría saber y desearía me dijeran los lectores. Serán muchos, sin duda, los elementos de su particular bagaje que cada consultor pueda sumar como genuinos de una zona, modalidad, especie u otras circunstancias específicas de personas, tiempo y lugar en la infinitud del tema tratado.

P. De todos los que recoge, ¿cuál es su favorito?

R. Pelotazo y la construcción cazador de pelotazo a que da lugar. Tienen una semántica honda y evocadora para los sentidos físicos y el sentimiento espiritual de los cazadores. Aparecen como autónomos en sus lugares correspondientes o formando parte del comentario hecho a otros con ellos relacionados. Y no me callo gamusino: por la curiosidad del nombre, la jovialidad que desata y el misterio de su origen, que nadie me aclara. Para que pueda entenderlo un profano pongo de ejemplo el caso que viví tempranamente como cooperante malévolo en una broma «bordada» por un guarda astuto de los de antes.

P. Por último, y por lo que nos incumbe, ¿qué tal hablamos y escribimos de caza los medios de comunicación especializados?

R. Como de todo hay en la viña del Señor, no peor ni mejor que en los medios de otros ámbitos del periodismo general; aunque distinguiendo, eso sí, entre profesionales de gran nivel, conocimientos y cultura y espontáneos ocasionales que no lucen tantas virtudes. Sé que respondo muy tópico, por no decir que echo balones fuera, pero la pregunta no puede tener otra contestación dado el modo amplísimo y comprometido en que se formula. «No juzguéis y no seréis juzgados» dice el evangelio de san Lucas (6: 36-38); casi lo mismo que el de san Mateo (7: 1-5); y como la Carta a Romanos de san Pablo (2). Prefiero someterme yo al juicio de los comentaristas y lectores del nuevo libro. Sus críticas serán bien venidas. Y muy agradecidas. No lo duden.

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