«Tiempo seco de larga duración». Teniendo en cuenta esta definición de la sequía que hace la Real Academia Española no resulta muy preciso establecer cuándo podemos aplicar este término. Eso sí, un poco de sentido común y un paseo por nuestros cotos son más que suficiente para darse cuenta de que la situación es preocupante.

Para un análisis más objetivo podemos recurrir a los datos publicados por el Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico. El año hidrológico 2020-2021, que finalizó el 30 de septiembre de 2021, registró una precipitación un 5% por debajo del valor normal. En el último año, 2021-2022, la precipitación acumulada ha sido más de un 38% inferior a la media de los últimos años con un valor medio nacional de precipitaciones acumuladas en ese periodo de 223,6 mm. Una situación que se está prolongando durante el presente año hidrológico 2022/2023. 

Si nos fijamos en la cantidad de agua embalsada, los últimos datos disponibles al cierre de este artículo señalan que la reserva hídrica se encuentra al 48,9% de su capacidad, muy por debajo de la media de los últimos diez años y, lo peor de todo, no se prevén cambios de tendencia notables durante los próximos meses, por lo que es de esperar que se agrave progresivamente.

La situación es especialmente difícil en las cuencas del Guadiana, Guadalquivir y Segura y en las cuencas internas de Cataluña, con embalses que se encuentran ya por debajo del 25% de su capacidad total. Todo ello genera la necesidad de establecer declaraciones de sequía que llevan implícitas limitaciones a determinados usos del agua con el objetivo último de asegurar el abastecimiento para las personas. Entre estas limitaciones se incluyen algunas relevantes para la fauna cinegética, como las relacionadas con las limitaciones de uso de agua para riego agrícola, con un impacto potencial notable en las especies ligadas a esos entornos agrarios. A la vista de estos datos y desde una perspectiva cinegética, la pregunta es: ¿qué consecuencias tiene la sequía en los ecosistemas?

Menos agua, más amenazas para los animales

Existen dos escenarios fundamentales. Por un lado, la ausencia de precipitaciones a corto plazo supone la desaparición de aguas superficiales y puntos de agua que podrían ser utilizados de forma habitual por las especies silvestres, lo que obliga a los animales a desplazarse en busca del líquido elemento. En ocasiones estos desplazamientos pueden ser coyunturales y no van a tener una repercusión excesiva, sobre todo en especies de caza mayor, que cuentan con una mejor capacidad para moverse por el territorio, mientras que, en general, para las de menor, pueden suponer un incremento del riesgo de depredación o incluso, un aumento directo e la mortalidad de juveniles por la falta de agua, con un impacto directo y negativo en los censos de las especies.

Dos jabalíes en el agua.
Dos jabalíes en el agua. © Shutterstock

Abandono de territorios, mayores daños a cultivos…

Por otro lado, cuando los episodios de sequía son persistentes, como en el momento actual, no sólo van a desaparecer las aguas superficiales sino que los niveles de las capas freáticas también disminuyen, haciendo que se sequen otros puntos de agua permanentes como cauces de ríos, fuentes… y se reduzcan también los niveles de agua embalsada.

Además, la humedad del suelo y de la vegetación también descienden drásticamente, limitando el agua metabólica de los alimentos: es decir, el que aporta el consumo de estos alimentos y que en especies como el conejo de monte es de gran importancia. Todo ello, además del incremento de los desplazamientos que comentábamos en el párrafo anterior, va a suponer incluso el abandono de determinados territorios, la reducción de aspectos tan relevantes como la reproducción o incluso un cambio en los hábitos alimenticios, haciendo que se intensifiquen problemas como los daños en la agricultura, especialmente en cultivos leñosos –como viñedos, olivares…– y otros de frutos de cáscara.

Tampoco debemos olvidar que esta reducción en la humedad relativa supone un incremento notable en el riesgo de incendios forestales cada vez más virulentos.

Las temidas siegas en verde

Por último, la ausencia de precipitaciones también está provocando que los agricultores se vean obligados a modificar sus planes de cultivo, tanto en relación con las especies que se emplean como en cuanto a los ciclos agronómicos a lo largo del año utilizando, por ejemplo, cereales de ciclos cortos o llevando a cabo siegas en verde.

Todo ello supone un impacto directo para las especies, fundamentalmente para aquellas ligadas a medios agrarios, como la perdiz roja o la codorniz, puesto que estas alteraciones van a generar impactos muy negativos en aspectos tan críticos como la nidificación. 

¿Cómo afecta la sequía a las especies de caza mayor?

La caza mayor tiene más capacidad para desplazarse en busca de agua que la menor, por lo que podríamos pensar que el impacto en ellas no es tan alto. Sin embargo, también requieren de más cantidad para mantenerse, por lo que la sequía provoca importantes consecuencias en esas especies.

Por un lado supone la presencia de animales con una peor condición corporal, que repercutirá en la calidad de sus trofeos, y por otro en un descenso en las tasas de reproducción. Además, los desplazamientos en busca de agua pueden provocar la desaparición de reses en determinados territorios, aumentar los daños en la agricultura o incrementar la probabilidad, por ejemplo, de accidentes de tráfico en puntos que separen zonas de refugio y de presencia de agua.

También existe un riesgo mayor de que jabalíes o venados se concentren en torno a lugares muy reducidos, como lagunas, charcas… favoreciendo la transmisión de enfermedades: de hecho, está estudiado que tras años secos aumentan las tasas de prevalencia de algunas patologías como la tuberculosis.

Cazadores dando de beber a la fauna silvestre en un coto andaluz.
Cazadores dando de beber a la fauna silvestre en un coto andaluz. © FAC

¿Y a las especies de caza menor?

La caza menor se ve afectada de modo distinto según se trate de aves o de mamíferos. En el caso de las primeras, el impacto de la ausencia de agua es muy importante. No sólo por la falta en sí, sino también porque el descenso en el grado de humedad en el ambiente, principalmente durante el periodo de puesta, puede comprometer la incubación y, durante las primeras semanas tras la eclosión de los pollos, reducir la presencia de alimento rico en proteína como los insectos, imprescindibles para el desarrollo de los perdigones.

En el caso de migratorias como la codorniz, además de reducir el alimento disponible la ausencia de agua va a modificar notablemente sus áreas de distribución, con una tendencia a desplazarse más hacia el norte, ocupando zonas más elevadas con un mayor nivel de humedad, frente a los territorios habitualmente codorniceros vinculados a zonas de meseta y sistemas agroesteparios. En el caso de los mamíferos, como los lagomorfos, a pesar de que poseen una mayor resistencia a la falta de agua su restricción provocará una reducción en la reproducción. Por el contrario, una menor humedad en el ambiente supone una reducción en la presencia de ectoparásitos, lo que limita la transmisión de enfermedades como la mixomatosis y podría ser un factor muy positivo para la recuperación de las poblaciones silvestres, como ocurre ya en algunos territorios. 

Perdiz bebiendo en un punto instalado por cazadores.
Perdiz bebiendo en un punto instalado por cazadores. © Shutterstock

En el caso de migratorias como la codorniz, además de reducir el alimento disponible la ausencia de agua va a modificar notablemente sus áreas de distribución, con una tendencia a desplazarse más hacia el norte, ocupando zonas más elevadas con un mayor nivel de humedad, frente a los territorios habitualmente codorniceros vinculados a zonas de meseta y sistemas agroesteparios.

En el caso de los mamíferos, como los lagomorfos, a pesar de que poseen una mayor resistencia a la falta de agua su restricción provocará una reducción en la reproducción. Por el contrario, una menor humedad en el ambiente supone una reducción en la presencia de ectoparásitos, lo que limita la transmisión de enfermedades como la mixomatosis y podría ser un factor muy positivo para la recuperación de las poblaciones silvestres, como ocurre ya en algunos territorios. 

¿Qué especies de caza pueden sobrevivir mejor a la sequía?

Aunque, en general, ninguna especie gana en este escenario de reducción progresiva de las precipitaciones que estamos viviendo en los últimos años, algunas especies van a ser capaces de adaptarse mejor que otras, algo que, en cierta medida, estamos apreciando ya.

Por un lado, las de caza mayor, en general, van a adaptarse mejor a las condiciones de menor volumen de precipitaciones puesto que cuentan con una mayor capacidad para desplazarse, áreas de campeo de mayor tamaño y una mejor capacidad de aclimatación a corto y medio plazo a los cambios en los ecosistemas. De esa manera, por ejemplo, las poblaciones de jabalí no se están resintiendo y, al contrario, aumentan de forma exponencial, aunque la razón no sea la falta de agua, sino su elevada capacidad de adaptación a diferentes ambientes, recursos tróficos y una reducida presión de depredación entre otros.

También aumentan los censos de otras especies de ungulados como el ciervo o la cabra montesa, aunque de nuevo son muchas las causas que influyen en esta circunstancia, donde la restricción del agua no tiene mucho que ver. Sin embargo, sí es verdad que precisamente esa falta de agua, como ya hemos indicado, influye directamente en la disponibilidad de recursos tróficos y hace que la calidad de los trofeos pueda verse comprometida a corto y medio plazo, así como las mayores agregaciones de animales en torno a puntos críticos, como los puntos de agua, suponen una bomba de relojería que en cualquier momento puede estallar, haciendo que enfermedades como la peste porcina africana, la sarna sarcóptica o la propia tuberculosis sean las responsables de generar un drástico efecto de control en las poblaciones.

La menor, más castigada

Por otro lado, en el caso de las especies de menor los impactos son más evidentes y negativos, especialmente en lo que respecta a las aves y, sobre todo, aquellas ligadas a los medios agrarios, no sólo por la falta directa de agua como hemos indicado sino también por los cambios que se están produciendo en la gestión agrícola en los últimos años.

No debemos olvidar además que, mientras que conejos o liebres pueden contar con varias camadas durante un ciclo biológico, perdices o codornices cuentan con una sola puesta o, como mucho, dos en algunos casos, con lo que su pérdida supone un impacto muy negativo, debiendo esperar para volver a criar durante todo un año.

Además, las especies migratorias –como las codornices, las tórtolas europeas, los zorzales o las becadas– se ven y verán progresivamente obligadas a modificar sus fechas, rutas y lugares de migración de la mano de esos cambios climatológicos cuando son persistentes. En el caso de los lagomorfos, la relación no es tan evidente y el posible impacto de la sequía sobre una reducción de la presencia de virus circulantes como los de la mixomatosis o la enfermedad hemorrágico-vírica puede contribuir al incremento de las poblaciones.

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Un conejo y varias perdices en un coto de caza. © Shutterstock

¿Y si esto es lo que nos espera a partir de ahora?

La verdad es que las expectativas no son nada esperanzadoras y, a priori, las previsiones indican que los veranos van a ser cada vez más largos y calurosos. En este sentido, expertos de la Agencia Española de Meteorología señalan que, desde los años 80 del siglo pasado, los veranos se han ido adelantando una media de diez días por década, lo que hace que duren ya unos 40 días más de media.

La consecuencia de ese incremento es una pérdida progresiva de días en estaciones críticas para las especies silvestres, fundamentalmente la primavera, lo que, sin duda, va a suponer impactos directos y relevantes sobre muchas especies y sus ciclos biológicos. Ante un cambio global de esta magnitud resulta complejo asumir medidas locales, pero es verdad que una gestión adecuada del agua va a ayudar a que las condiciones de hábitat mejoren para las especies cinegéticas y, de ese modo, sus censos puedan permanecer estables.

Es necesario crear y mantener una red de puntos de agua bien distribuida por el coto y suficiente para evitar concentraciones excesivas de animales. Tampoco debemos olvidar tratar de conservar el agua en condiciones adecuadas. Además, si asumimos la creación de puntos de agua, su diseño debe ser adecuado para la especie objetivo prioritaria, aunque es verdad que van a ser empleados por la mayoría de las presentes en el entorno y, lo que es más importante, debemos asegurar su adecuada conservación durante toda la estación seca. Es mucho más beneficioso contar con una red compuesta de menos puntos de agua pero bien mantenida de forma constante que con una más amplia en la que no seamos capaces de garantizar el abastecimiento continuo.

¿Sería recomendable limitar la caza?

Otra pregunta que siempre se plantea en estas circunstancias es la de si es recomendable limitar la actividad cinegética. La respuesta no puede ser general y es necesario adaptar las restricciones a cada especie y territorio. En todo caso, desde nuestro punto de vista, las prohibiciones generales no suelen dar buenos resultados.

Teniendo en cuenta esto, el criterio habitual de las administraciones competentes suele ser el de no establecer ninguna limitación cinegética a causa de la sequía, puesto que, como casi siempre, los cazadores son parte de la solución y no parte del problema, asumiendo la misión de abastecimiento de agua en sus cotos del que se benefician el resto de especies.

En todo caso, son los gestores los que deben establecer que, incluso, en determinadas circunstancias, podrían pasar por elevar la presión cinegética, especialmente en el caso de especies de mayor, para asegurar la capacidad de carga del territorio y evitar incrementos insostenibles en la densidad de especies como jabalíes, ciervos o cabras.

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Ciervo y jabalíes en una foto de archivo. © Shutterstock

Por el contrario, lo que a buen seguro va a ser necesario más pronto que tarde va a ser modificar los periodos hábiles de caza de muchas de las especies cinegéticas para adaptarse a los cambios en los periodos reproductivos y de nidificación e, incluso, a las fechas de migración de algunas como la codorniz. 

En conclusión, hoy más que nunca es necesario contar con sistemas de gestión bien estructurados y dinámicos que permitan evolucionar para que, de verdad, la caza continúe siendo una actividad sostenible y necesaria para el mantenimiento del equilibrio de los ecosistemas, donde el cazador actual juega un papel esencial y las administraciones públicas deben consolidar los canales de comunicación que permitan asumir este reto durante los próximos años.