Por Pablo Ortega (fundador y presidente honorífico de la Asociación del Corzo Español)

En los tiempos que corren, en los que la caza es cada vez más discutida y puesta en cuestión, dos de los mayores argumentos para su defensa son los de que, por un lado, constituye una irrenunciable herramienta para la gestión de algunas especies animales y, por otro, que es una manera natural y sostenible de aprovechar un recurso proteínico excedentario –y, además, de inmejorable calidad culinaria– que el campo ofrece.

Pocas prácticas cinegéticas encajan mejor en ese escenario que la caza de hembras de corzo, necesaria ya en muchas regiones españolas tanto para controlar el exceso de abundancia de la especie como para reajustar la proporción de sexos a la que es natural en el Capreolus capreolus, menos siempre de dos hembras por cada macho, una sex ratio muy alejada de la que, como consecuencia de años de caza sesgada que sólo ha puesto a los portadores de cuerna como objetivo, hoy se da en una buena parte del área de distribución de la especie en la Península Ibérica.

Gestión y equilibrio

En estas circunstancias, y llegado el invierno –que es el momento ecológicamente adecuado para ello por la propia fenología de este cérvido–, la caza de hembras resulta la única manera de recuperar la adecuada razón de sexos y reducir la abundancia de una población antes de que enfermedades, parásitos o hambrunas (que provocan muertes mucho más crueles que la proporcionada por un disparo) lo hagan. Decidida y asumida pues la caza de corzas, se abre ante el cazador la cuestión de qué hembras cazar. ¿Jóvenes? ¿Adultas? ¿Viejas?

Ha de aclararse en primer lugar que el tipo de hembra que a la mayoría de los cazadores, puestos en la tesitura de tener que seleccionar qué corzas eliminar del coto, se les vendría a la cabeza, casi no existe. Me refiero a los animales estériles por causa de la edad (las llamadas «machorras»), pues todas las investigaciones han demostrado que las corzas mantienen su fertilidad hasta edades muy avanzadas, en bastantes casos casi hasta su muerte. 

Además de este extremo, también es muy necesario tener presentes otras dos realidades. La primera es que las corzas que se encuentran en su edad adulta, es decir, entre los tres y los siete años de vida aproximadamente, no sólo son las que tienen una mayor productividad, pues engendran y paren más corcinos de media que las jóvenes y que las seniles, sino que además traen al mundo crías más grandes y con un mayor porcentaje de machos entre ellas.

La segunda es que esas corzas en su edad adulta son las mejores madres y las que, tanto a causa de la veteranía alcanzada para moverse en el medio en el que viven como por encontrarse en la cumbre de sus condiciones físicas, sacan adelante las crías más saludables y fuertes. Dado que el período de lactancia y primer crecimiento de cualquier animal es fundamental para su desarrollo corporal posterior, estas corzas adultas y experimentadas deberían ser conservadas, pues son ellas las que garantizan una población futura de corzos sanos y bien formados y por tanto, en el caso de los machos, cuernas de mayor calidad. 

Objetivos claros

Por el contrario, las que en mi libro Más Cosas de Corzos propuse denominar «corzuelas» son animales que cumplen todas las condiciones para ser los primeros sobre los que se centre el esfuerzo de extracción, pues su sacrificio es el menos costoso en términos energéticos –ya que la naturaleza ha invertido aún pocos recursos en ellas–, necesitarán de varios años de aprendizaje para llegar a ser reproductoras ideales y, además, tienen muchas posibilidades de tener que emigrar del coto –si es que este se encuentra realmente saturado– una vez sean expulsadas de su lado por sus madres al llegar la siguiente primavera. De no ser así, quizás aún peor, pues significarán más bocas compitiendo por el alimento.

A las anteriores hay que añadir una última razón, que tiene que ver con la ética y bienestar animales, valores en alza en nuestros días y que en la práctica de la caza han de tenerse cada vez más presentes. Si cuando se trata de corzas adultas es casi imposible evitar sacrificar algún esfuerzo reproductor, con las corzuelas este inconveniente se obvia completamente practicando su caza en el momento adecuado, que es durante su primer otoño e invierno de vida; es decir, antes de que hayan tenido su primer celo.

En esta época las corzuelas tienen entre seis y diez meses de edad y normalmente acompañan aún a sus madres, por lo que, a causa de sus diferentes tamaño y hechuras, no resulta complicado distinguirlas de estas

Ojalá la mentalidad de que realizar en invierno esta labor de control de hembras resulta indispensable vaya extendiéndose cada vez más entre los cazadores españoles pues, de lo contrario, intentar mantener nuestras poblaciones de corzos en la densidad y razón de sexos adecuadas para la salud de la especie seguirá siendo, para los ya sensibilizados en ello, tarea tan vana e inacabable como intentar vaciar a cubos el agua del mar.

Guía rápida para cazar corzas en invierno

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Este es el resumen que hace Pablo Ortega para ayudar a los cazadores.