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Jesús Caballero – 4/7/2017 –
La llamada corrección política es una forma de ortodoxia derivada del marxismo cultural –Escuela de Frankfurt– constituida por un grupo de intelectuales de izquierdas que, tras el estrepitoso fracaso económico y administrativo de los países que aplicaron su modelo, rescatan el viejo ideal ilustrado del ‘igualitarismo’ en un intento de salvar los muebles, presentándolo ahora en un seductor envoltorio de progresía que ha terminado influyendo en debates tan diversos como los de género, raza, religión, sexo, nutrición e incluso en el modo de relacionarnos con otros seres vivos que es el que nos afecta.

La intención de la corrección política no es otra que recuperar influencia ideológica en una sociedad capitalista satisfecha en lo material pero con valores cada vez más ‘líquidos’Bauman– y pensamientos más débiles –éticas sin moral–. Así pues, el ideal marxista se reinventa ahora como adalid ecológico e incondicional defensor de todos los seres débiles, recuperando así la lucha de clases y atribuyéndose el monopolio de dictaminar quién sufre y quién oprime, lo que constituye la baza fundamental de la extrema izquierda populista que considera que toda desigualdad es injusta, otorgando en compensación el derecho franco a la insurgencia… ¿Les suena?

El principio básico de la corrección política es sacralizar el victimismo, y lo hace con ese empalagoso discurso saturado de tabúes, eufemismos, palabras prohibidas y repeticiones tan de moda pero cayendo de nuevo en el error básico del marxismo –leninismo– al despreciar la singularidad de la condición humana. Por eso, la meritocracia para ellos carece de valor, niegan privilegios a nuestra especie –especismo– y en convulso frenesí por igualar «a todos y a todas» reclaman derechos para los animales con argumentaciones de escasa profundidad filosófica pero de fácil calado en una ciudadanía que hace tiempo perdió el hábito de pensar.

En este caldo de cultivo era cuestión de tiempo la aparición del ecotalibán animalista que encuentra en el discurso igualitario la excusa perfecta para interpretar como obscena toda actividad humana donde en el trato con animales no se dé una relación por igual de derechos. Por eso ven en el ciego un tirano de su perro lazarillo, en el jinete el torturador de su montura, en el granjero un carcelero de sus animales y en la caza, una forma inaceptable de fascismo contra la fauna silvestre. La delirante y radical pesadilla apuesta por un mañana en que el mundo se levantará herbívoro, igualitario y feliz (sic).

La corrección política, no se engañen, es sólo la cara amable de una utopía fracasada y desde  su discurso, acientífico y arcaizante, se ha transformado, por su vehemencia, en una amenaza para el futuro de la actividad cinegética. El animalismo radical sólo es una ideología hipócrita que reclama carne sin muerte, fronteras sin policías, antibióticos sin experimentación, paz sin ejércitos y gestión natural sin caza. El mundo –decía Nicanor Parra– es un enjambre de mediocres; sólo así puede explicarse el interés en las redes por esta posmoderna moralina.