El objetivo de Teresa Ribera, fijado por los ecologistas que parecen decidir su agenda, era que este mes el lobo pasase a estar blindado en toda España. Y lo ha conseguido. A pesar de todo y de todos. Los métodos para conseguir sacar adelante esta medida populista los hemos visto lo largo de los últimos diez meses: sin escuchar a las comunidades afectadas, ignorando al mundo rural, obviando la opinión de los expertos o dinamitando la convivencia con el depredador. Por si fuera poco, pretendieron darle una pátina de democracia con una votación que fue un paripé, en la que participaron comunidades cuyas tierras jamás pisará un lobo y dejando sin mostrar su opinión a alguna que votaría en contra del resultado pretendido. Todo un espectáculo de república bananera para transcribir en el BOE la propaganda ecologista.

Si hay una palabra que define, a día de hoy, la situación política en España esa es, sin duda, la polarización. Un término que alude a la radicalización de las posturas enfrentadas, algo nada deseable y cuyas consecuencias pueden ser terribles. Ahí está la historia para recordarla. Y aunque desde el Gobierno se esfuercen por tratar de transmitir calma y esquivarla, no se puede pedir cordura cuando se administra lo público desde premisas radicales, puramente ideológicas y apaleando e ignorando a una gran parte de los administrados. Porque las personas del mundo rural están siendo tratadas como ciudadanos de segunda. Iletrados. Los tontos del pueblo a los que los seres de luz del ecologismo y del MITECO iluminan con su infinita sabiduría.

En octubre comparecerá en un juzgado Sergio García Torres, el director de Derechos de los Animales, acusado de un delito de atentado contra el honor de los cazadores por unas declaraciones realizadas en el ejercicio de sus funciones públicas, algo que denunció en exclusiva Jara y Sedal. Una actitud que evidencia su falta de preparación y capacidad para estar al frente de un cargo público, manejando un presuspuesto público, pagado con el dinero que el Estado nos arrebata en aras de un supuesto bien común.

Si sabiendo, como saben, que al dinamitar la convivencia entre el hombre y el lobo el cuadrúpedo va a resultar perdedor, y aún así no les importa apretar el botón, quizá deberíamos empezar a pensar que lo que de verdad mueve a esta medida no es la conservación del lobo.

El dantesco espectáculo en el que se ha convertido la política española se ha institucionalizado, y esto que estamos presenciando no son más que las consecuencias de gobernar a base de dogmas animalistas y ecologistas en lugar de trabajar y gestionar lo público desde la meritocracia, el conocimiento y el diálogo. O desde la ciencia (léase ecología) en lugar del fanatismo. Unas formas tan mediocres y líquidas como la sangre de los lobos y del ganado que depredan, que es la única pátina que va a barnizar este conflicto y la cual seguirá derramándose por culpa de su infinita insensatez.

Si sabiendo, como saben, que al dinamitar la convivencia entre el hombre y el lobo el cuadrúpedo va a resultar perdedor, y aún así no les importa apretar el botón, quizá deberíamos empezar a pensar que lo que de verdad mueve a esta medida no es la conservación del lobo. Puede que sea la excusa perfecta para seguir aprobando millonarias subvenciones a favor de grupos ecologistas en forma de programas de concienciación que no convencerán a nadie, censos que no arrojarán datos ciertos o estudios de prevención de daños que no servirán para nada, pero que permitirán a algunos seguir viviendo del cuento del lobo. Porque si algo necesita el negocio del ecologismo para poder hacer caja eso es especies amenazadas. Y al lobo, hasta ahora, le ha ido bastante bien con el modelo de gestión del que disfrutaba.

También puede que sirva para criminalizar al mundo rural cuando, harto de ser tratado como un imbécil, ese pobre aldeano que fue a varias manifestaciones a desgañitarse para que toda una ministra se negase a escucharlo, que trabaja de sol a sol y al que los ataques del lobo no le permiten llegar a fin de mes poniendo en riesgo el pan de sus hijos, pierda los papeles y se tome la justicia por su mano encallada y agrietada y cuelgue el cadáver de un lobo de una señal de tráfico. «Miren qué salvajes son estos neandertales», dirán desde el MITECO. «Aprobemos otra partida presupuestaria para concienciarlos de que deben convivir con el pobre animal», concluirán.

Lo que está claro es que parece que algunos se están convirtiendo en expertos en crear problemas que no existen para aportar soluciones que no se necesitan. Aunque haya que pasar por encima de los tontos del pueblo y aunque se tengan que manchar sus suaves manos urbanitas con sangre de lobo. Ese lobo que, realmente, les importa un pimiento.