Cuenta una leyenda de los indios americanos que el dios Nagaicho creó el mundo; empezó por poner cuatro columnas sobre las que apoyar el cielo, luego paseó y fue completándolo. Más tarde creó al hombre y a la mujer, creó los ríos, las montañas y luego los animales, uno por uno… menos al perro, que ya estaba creado y paseaba junto a Nagaicho en su paseo por un cosmos aún vacío.
Leyendas aparte, existen algunas teorías sobre el momento en el que perro y hombre cruzaron su destino. Hay hipótesis que ven al perro simplemente como un animal más dedicado al consumo de carne, una domesticación progresiva del lobo podía haber supuesto una fuente de alimento, y hay pruebas fehacientes de que algunas tribus del norte de Europa consumían su carne. Pero la teoría más creíble y, ¿por qué no admitirlo?, más afín a los que somos cazadores, es la que expone una asociación entre lobo y hombre a la hora de cazar piezas mayores. No se sabe si el hombre aprendió del lobo o si fue éste el que aprendió del hombre, pero es muy probable que unos y otros llegasen a aprovecharse de las virtudes ajenas para tener más éxito en las cacerías y compartir incluso sus presas.
Esta teoría simbiótica parece la más probable y confirma el gradual acercamiento del lobo hasta convertirse en un animal doméstico. Un estudio publicado en 2003 en la revista Science, basado en un minucioso estudio del mapa genético del perro (Canis familiaris), fija la aparición de la especie hace unos 14.000 años. La ubica en China e, incluso, llega a confirmar que fueron tres lobas primigenias las que originaron toda la población actual de perros en Europa y Asia. Pero esta teoría ha perdido fuerza tras la aparición de restos fósiles de un perro en Bélgica, concretamente en la cueva de Goyet, con una antigüedad de 31.700 años.
Por otro lado, en 2018 fue publicado el resultado de otra investigación realizada por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Copenhague y el University College London en el Journal of Anthropological Archaeology. Tras estudiar huesos de animales de hace 11.500 años en el asentamiento Shubayqa 6, al noreste de Jordania, los expertos no solo concluyeron que los perros estaban presentes en esta región al comienzo del período neolítico, sino que los humanos y los perros ya cazaban otros animales juntos.
Cien por cien perro de caza
Como vemos, la información sobre el inicio de la estrecha relación entre hombre y lobo es bastante difusa. Pero lo que está meridianamente claro es que a partir de ese momento el planeta se fue poblando de perros, que según qué funciones debían desempeñar fueron diferenciándose a lo largo de los siglos en multitud de razas. Lo más curioso de todo esto es que lobo y perro comparten el 99% de los genes, pero absolutamente todas las razas de perros del planeta comparten el 100% de su mapa genético entre ellas.
Un San Bernardo y un chihuahua son genéticamente idénticos, aunque aparentemente no tengan nada que ver. Las razas se fueron adaptando a su medio y con mediación humana se fueron modificando para llegar a conseguir el ayudante perfecto para según qué cometidos. La caza –no podía ser de otro modo– era uno de esos cometidos. En torno a ella nacieron multitud de razas que han ido evolucionando hasta nuestros días y cuyos orígenes son tan variados como sus cualidades. Aquí analizamos cinco de las más comunes.
Griffón de pelo duro
A mediados del siglo XIX el holandés Eduar Korthals, afincado en Alemania, decidió partir de siete griffones franceses para depurar la raza y conseguir un perro capaz de competir en tareas de caza con otros de muestra ingleses, que tan de moda estaban por aquella época. Korthals superó el escollo de la consanguinidad y, mediante una escrupulosa cría, fue obteniendo una serie de ejemplares que respondían a sus expectativas morfológicas y, sobre todo, a su comportamiento frente a la caza. Como ocurre en la mayoría de las razas puras que hoy en día se conservan, la selección de ejemplares fue milimétricamente calculada, eliminando de la reproducción a los menos dotados.
Posteriormente, hacia 1870, Korthals introdujo en sus mejores griffones sangre de barbers y bracos alemanes, fijando definitivamente las características del griffón de pelo duro o griffón Korthals, como también se le conoce en honor a su creador.
Setter inglés
El origen de esta raza puede datarse a finales de la Edad Media y ubicarse en territorio francés, donde posiblemente se consiguió un ancestral setter cruzando líneas antiguas de pointer y braco. Sin embargo, la evolución de la raza continuó íntegramente en Inglaterra. En un principio se consiguió un setter blanco con manchas negras y aspecto más bien macizo denominado setter Laverack.
Edward Laverack (1789-1877), un joven zapatero que heredó una gran fortuna, decidió invertir su dinero en la depuración y cría del arcaico setter del Condado de Shorp, cuyas aptitudes en la caza eran buenas aunque su estética dejaba bastante que desear. Gracias a una rigurosa selección –que le llevó toda su vida– Laverack consiguió un magnífico perro.
Pero esta línea pronto sería depurada gracias al trabajo de su amigo Richard Purcell Llewellin (1840-1925), que compró varios perros a Laverack y comenzó una serie de cuidadosos cruces con setter gordon e irlandés, consiguiendo una línea de menor tamaño que destacaba por su trabajo elegante y sus magníficas dotes para la caza de pluma.
Pachón navarro
El origen de este excepcional perro español es bastante confuso, pero sin embargo sí que está muy claro el momento en el que estuvo al borde de la extinción y a quién debemos agradecer que hoy en día la raza esté a salvo. A principios del siglo XX, el pachón –y todos los perros españoles en general– fue cayendo en el olvido. Su sangre fue mezclándose indiscriminadamente con perros foráneos, principalmente ingleses, poniéndose en peligro la subsistencia de la raza.
Como en otras muchas ocasiones, fue la dedicación y ardua tarea de unos pocos la que salvó al pachón de su desaparición. Carlos Contera y su familia pueden sentirse orgullosos de la recuperación de esta raza. Tras muchos kilómetros en busca de ejemplares con el tipo tradicional, y sobre todo con las magníficas dotes de cazador que definen a la raza, se consiguieron tres ejemplares de gran calidad –dos hembras y un semental– que soportaron toda una descendencia de gran pureza y magníficas cualidades para la caza.
Perdiguero de Burgos
El pariente más cercano lo encontramos en el braco italiano. Es difícil concretar cuál de los dos es el origen del otro, ya que su conexión se remonta a la época en la que el Piamonte italiano pertenecía a la corona española y la caza era uno de los pasatiempos más practicados por la nobleza y los altos cargos militares. Más tarde, un oficial alemán de intendencia de la Legión Guelfa, el Mayor Ludlow Beanish, que luchó en el asedio de Burgos contra las tropas de Napoleón en la Guerra de Independencia, menciona en el inventario de embarque de vuelta a su país unos cuantos ejemplares de perros de caza denominados como perdiguero de Burgos.
Epagneul bretón
La hipótesis más extendida entre los criadores es la que apuesta por un origen español de la raza. En este caso, el vocablo epagneul haría referencia a una aportación de sangre procedente de nuestro país, concretamente la del perdiguero de Burgos. Nuestra raza, cruzada con galgos orientales y perros de caza a la carrera de pelo largo, pudo ocasionar el antiguo spaniel francés, que a su vez mezcló sus genes con el pequeño springel spaniel de la Bretaña francesa. El perro resultante se parece en mucho al epagneul. Un último toque británico, de mano del setter inglés, acabaría por perfeccionar la raza a finales del XIX, obteniendo el actual epagneul bretón.
Más curiosidades
La lista de curiosidades sobre el origen y evolución de las razas caninas a lo largo de la historia es interminable. El labrador, por ejemplo, nació con la misión de recuperar redes y bacalaos perdidos por los pesqueros en las gélidas aguas de la Península del Labrador (Canadá). La mitología griega liga estrechamente al braco de Weimar a Artemisa, hermana gemela de Apolo, que permaneció siempre virgen y eternamente joven y cuyos malos modos sólo eran mitigados con la práctica de la caza junto a sus míticos perros plateados que estaban dotados de excelentes cualidades para esta actividad.
En el caso del dogo argentino resulta paradójico que sus creadores sean de un lugar tan distante de La Pampa como es el País Vasco. Agustín y Antonio Nores Martínez, con su enorme afición a la cinofilia y la perseverancia propia de los vascos, decidieron, allá en Argentina, conseguir una raza de agarre lo suficientemente fuerte y valiente como para enfrentarse al puma o al chancho, que así se llama al jabalí en la cuenca de la plata, y que es bastante más corpulento que nuestro jabalí ibérico.
Todas las razas tienen su propia historia, y la historia está llena de referencias a los perros. Al fin y al cabo, llevan siendo nuestros fieles compañeros desde la Edad de Piedra. Existen muchas lagunas sobre sus orígenes, controversia sobre la nacionalidad de las razas y multitud de interrogantes entre los que hay uno de imposible respuesta. ¿Cómo nos soportan?