Editorial

Blas de Otero escribió un extraordinario poema en 1955 titulado ‘Pido la paz y la palabra’ al que hemos tomado prestado el título para escribir este editorial. Corren tiempos convulsos para todos. Estamos siendo testigos del que para la mayoría de los ciudadanos es el momento histórico más dramático de sus vidas. A las dolorosas consecuencias de la crisis sanitaria y económica generada por la pandemia se suma, además, la incertidumbre de un futuro que ya sabemos complicado. No sabemos si el aspecto económico nos acompañará. No sabemos dónde pegarán las balas del coronavirus. No sabemos si tendremos que llorar bajas… o tal vez si nos llorarán. Los que ya han sufrido su zarpazo saben mejor que nadie de qué hablamos. No, esto no es una mala broma.

Este ambiente de pesimismo que se respira en el aire enrarecido de la nueva normalidad mantiene un permanente clima de crispación que no es bueno para nadie. Que no ayuda. En los últimos días, una parte del sector cinegético ha recibido con especial decepción las limitaciones impuestas por algunas administraciones en su intento por reducir los contagios. Hechos como el de que en Andalucía no se autoricen los desplazamientos para practicar la caza menor han sido suficientes para generar una profunda indignación entre muchos cazadores que, hartos ya de la situación, han llegado a cargar contra la Federación Andaluza de Caza, intentando responsabilizarla de las decisiones de la Junta.

El enfado es perfectamente comprensible. Es humano. No es fácil para muchos hacer un esfuerzo económico para poder cazar y ver que luego todo se va al traste. Pero como dijimos al principio, la situación es excepcional. El culpable de todo esto es un virus al que nadie quiere. Es el único responsable. Y ese cabreo no debe llevarnos a la crispación como colectivo, ni a abrir fuego entre nosotros, mucho menos contra quien se bate el cobre por nosotros en primera línea de fuego.

La caza es una actividad de una importancia capital para el país que se defiende sola a través de los múltiples argumentos que ofrece. Por fortuna, los hay de todo tipo. Desde el económico –generando empleo y riqueza– al social –fijando población al medio rural–, pasando por el cultural, con modalidades que son Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad o Bien de Interés Cultural, el gastronómico o el natural: el sector de la caza garantiza la conservación de las especies, frenando enfermedades y reduciendo daños a la agricultura, a la ganadería o evitando accidentes de tráfico. Todos ellos son de sobra conocidos. Y todos necesarios. Porque la caza no se defiende ante el resto de la sociedad con sentimientos, sino con razones. Y todas valen.

Y es precisamente en esta situación de excepción, en la que todos hemos renunciado a nuestra vida ‘normal’, en la que uno de los argumentos de defensa de la caza más importantes que tenemos cobra protagonismo. La declaración de la caza como actividad esencial o de interés general tiene como objetivo el control de poblaciones que puedan comprometer la producción alimentaria de un país en estado de alarma. Es un momento de excepcional importancia histórica y tenemos la ocasión de entrar él brindando nuestra ayuda a la sociedad. Demostrando, como colectivo, que estamos cuando se nos necesita.

Evidentemente la caza es una actividad que se puede practicar cumpliendo los protocolos anticovid de contagio y debemos reclamar que todas las acciones de caza menor se puedan llevar a cabo, porque aportan más beneficios que riesgos, pero debemos hacerlo desde el respeto y apoyando a las instituciones que cada uno estimemos oportuno. Sin caer en el cainismo. Sin torpedear el trabajo de otros. Dando el ejemplo que tenemos la ocasión de mostrar en este momento en el que la Historia nos mira.

Ningún país de Europa está llevando a cabo una temporada cinegética normal. Todos los cazadores están perdiendo días de caza. Algunos, la temporada entera. Puede parecernos un drama, pero en medio de esta tormenta hay gente que está perdiendo el trabajo, el pan de sus hijos o la vida. Debemos comprender que estamos supeditados a la situación y que si llegan restricciones no son por capricho o por ideología, sino porque hay un enemigo común llamado covid contra el que todos estamos luchando. Así que huyamos de la crispación y arrimemos el hombro siendo responsables, dando ejemplo y ayudando al resto de los españoles haciendo lo que mejor sabemos, si nos toca. Sintámonos orgullosos de lo que somos.