Nueve de cada diez linces se conservan exitosamente en España gracias a los cazadores


Los grupos ecologistas en España nos tienen acostumbrados a protagonizar episodios en los que el malo de la película es el cazador. Tradicionalmente se le ha acusado de haber sido el responsable de la extinción de algunas especies de nuestra fauna o de su declive cuando, si echamos la vista atrás, podemos advertir cómo fueron otras causas las que provocaron esas situaciones.

Hablamos, por poner un claro ejemplo, del lince ibérico (Lynx pardinus) y de su situación a principios del siglo XX. Entonces el Estado español pagaba a quienes abatieran linces y ofrecía recompensas para los que se especializaron en el trampeo con el fin de vivir de la captura de «animales dañinos», como la propia legislación estatal los denominaba.

Ni que decir tiene que estas acciones de caza tenían poco y estaban más ligadas a un modo más de ganarse la vida u obtener unos ingresos extra. Precisamente fueron estas, potenciadas por el Estado, las que provocaron la desaparición del felino en gran parte de nuestro país.

Las recompensas por matar un lince en 1903

Con el objetivo de dejar constancia de ello, exponemos a continuación la recompensa que se otorgaba en 1903 por matar un lince. Dicha información corresponde a una imagen que muestra el Reglamento de 3 de julio de 1903 para la aplicación de la Ley de Caza. Su artículo 69, en concreto, es el que establecía los pagos que se garantizaban por matar ejemplares de esta y otras especies como el zorro, el lobo, el gato montés o las denominadas ‘aves de rapiña’.

De este modo, el reglamento comenzaba indicando que «las personas que persigan y den muerte a los animales dañinos que a continuación se expresan, obtendrán los Ayuntamientos respectivos las siguientes recompensas».

Artículo 69 del reglamento de 3 de julio de 1903 para la aplicación de la Ley de Caza
Artículo 69 del reglamento de 3 de julio de 1903 para la aplicación de la Ley de Caza

En lo que respecta al caso del lince, en este artículo fijaron un valor de 3,75 pesetas por cada ejemplar cazado. Asimismo, dar captura a un gato montés suponía el mismo importe, que llegaba hasta las cuatro pesetas si se trataba de un ave de rapiña del mayor tamaño.

Además, matar a un macho lobo y a una hembra tenía un valor de 15 y de 20 pesetas respectivamente. Un zorro daba lugar a una recompensa de 7,50, cifra que ascendía hasta las 10 pesetas para las hembras.

Así contribuyen los cazadores a la conservación del lince

Nunca está de más recordar las muchas e importantes aportaciones que la caza tiene hoy día para la naturaleza y los animales que habitan en ella. En primer lugar, no está de más que actualmente el lince se distribuye en un 90% de los casos en cotos de caza. Esto es algo que demuestra las labores de gestión realizadas por cazadores, gestores y propietarios de fincas para que se encuentre en condiciones óptimas de alimentación y hábitat.

El Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC) detalló en su web que la carroña procedente de la actividad cinegética puede ser un recurso muy importante para los depredadores generalistas. En concreto, es de gran relevancia en la dieta del lince ibérico, alimentado principalmente del conejo.

Lince. © Shutterstock

Hace poco más de un mes, en este medio contábamos cómo en Jaén, la Sociedad de Caza «Santiago El Mayor» comenzó a trabajar para mejorar el hábitat. Una de sus medidas fue la creación de una fuente de agua que será de gran ayuda para la fauna salvaje en una zona donde el lince está muy presente.

Lejos de la creencia de gran parte de la sociedad sobre el papel de la caza respecto a esta especie, estos ejemplos son la viva prueba de cómo contribuye a su supervivencia y su conservación.