Por Manuel Gallardo

Quien haya visto Pacific Rim, película de ciencia ficción dirigida por Guillermo del Toro, recordará perfectamente, cómo unos monstruos enormes surgen de un portal interdimensional con el único objetivo de destruir la tierra. Hasta ahí nada nuevo en el modelo holibudiense de desastres apocalípticos, excepto la respuesta que la humanidad da, que no es otra que suspender las hostilidades internas y trabajar en equipo para hacer frente a un enemigo colosal que ha llegado a sus puertas. Esto se conoce como el efecto del enemigo común, una reacción imprescindible frente a un ataque inminente.

Muchas similitudes hay con lo que ocurre en el mundo de la caza. La realidad y la ficción a veces son extrañamente parecidas. En el sector cinegético conviven diferentes organizaciones, unas que se identifican con colectivos concretos, otras de corte más general y algunas  que engloban a varias asociaciones, y la sensación en el aire de no darse cuenta de que el enemigo común está cada vez más cerca. Un enemigo que no hace distinciones ni prisioneros y que no le interesan, por poner ejemplos, zorzaleros, corceros, galgueros, cetreros o perdigonero, solo le importa si eres cazador.

Vemos cómo en más de una ocasión nos enzarzamos en críticas entre nosotros, entre cazadores, acusándonos de tal o cual cosa sin percatarnos de que nuestros objetivos son idénticos: la defensa de la caza, el mantenimiento de la actividad cinegética y el reconocimiento social de nuestra actividad. Y sin reparar en que nuestro enemigo común y colosal, que no sale precisamente de un portal interdimensional, ya está a nuestras puertas, las hordas animalistas que tienen como única misión el exterminio del cazador.

Va llegando el momento de que empecemos a ser conscientes de que no estamos a salvo, aunque tengamos la falsa sensación de seguridad que da creernos importantes. Solos no venceremos en esta batalla. Se acaba el tiempo y es hora de comenzar a unir fuerzas, olvidar rencillas y ser generosos. De no hacerlo así, nos irán eliminando de la faz de la naturaleza de uno en uno, y luego vendrá el crujir y rechinar de dientes.