El joven cazador de 16 años Adrián García Sierra abatió la pasada temporada junto a su hermano Aníbal, de 21, el que fue su primer corzo: un animal precioso animal que portaba un trofeo de 9 puntas.

«Mi hermano Adrián acababa de cumplir 16 años y había llegado el momento de que tirase su primer corzo. Me había acompañado ya en muchas ocasiones y estaba, como yo, atrapado por la magia de la caza de los duendes», comienza relatando a la redacción de Jara y Sedal Aníbal.

El consejo del tío Alberto

En uno de los cotos que cazan en las estribaciones del Moncayo, en la provincia de Zaragoza, un precioso término donde se alternan los almendros, las carrascas y los pinos, decidieron hacer una espera en un barranco oculto a la vista de los socios que solían cazar la zona desde puntos más altos. «Buen conocedor del monte nuestro tío Alberto nos sugirió que nos colocáramos de espera en esa zona. Nos dijo que él pensaba que era muy posible conseguir un animal representativo ahí», recuerda Aníbal.

A media tarde, los jóvenes se encaminaron silenciosamente hacía el lugar previsto: «Al llegar no pudimos evitar dudar de si estábamos haciendo algo más que perder el tiempo, se trataba efectivamente de un pequeño y oculto barranco rodeado de densas carrascas y, a la vista, para disparar, únicamente un pequeño yermo. Además, para tener visibilidad de tiro nos tuvimos que situar tan solo a unos 50 metros cuidando mucho el aire, bien camuflados y, todo hay que decirlo, con muy poca fe», recuerda el cazador.

Sabedor de que pese a su juventud Adrián tenía suficiente experiencia y criterio para valorar un corzo, Aníbal se separó de él unos metros de modo que dejaba de ver el yermo pero, a cambio, divisaba unas preciosas y extensas laderas. «Como pese a estar casi juntos Adrián no tendría oportunidad de avisarme para juzgar al animal si aparecía, le dije que disparase si lo consideraba oportuno, aunque daba por sentado que lo más probable sería lo contrario, que yo fuese a avisarle cuando localizase algún corzo tirable», explica Aníbal.

El suave estampido del .222 Remington rompe el silencio del anochecer

«Faltando ya poco para quedarse sin luz y estando yo observando a unos 300 metros dos corzas y un añal de cuatro puntas, me sorprendió el suave estampido del .222», recuerda Aníbal. Para la ocasión, su hermano había acudido equipado con un Bergara monotiro provisto de un Zeiss 2,5-10×50 que habían puesto a tiro con balas Norma Oryx de 55 grains, munición que rompió el silencio del anochecer.

«Dejé pasar unos minutos y, al ir hacia donde estaba mi hermano, me encontré de bruces con él, que venía a mi encuentro. Estaba radiante y me contó que había abatido un macho al que había juzgado como algo especial ya que, aunque no era muy grande, tenía más puntas de lo habitual», recuerda Aníbal.

«Efectivamente para mi sorpresa y alegría, en medio del pequeño yermo yacía uno de los corzos más curiosos que yo había visto ya que tenía nueve puntas. El animal dio 108,91 puntos, algo muy digno para un novato y un recuerdo imborrable para toda la vida», detalla el cazador sobre el primer trofeo de corzo conseguido por su hermano.

Los dos hermanos con el corzo del pasado año -a la izquierda- y el oro de esta temporada. © A. G. S.

«Como veréis en una de las fotos, Adrián ha seguido cazando con pasión el corzo y este año ha abatido un notable oro de 156 puntos… ¡el próximo ya le he dicho que tiro yo!», finaliza Aníbal en tono de humor sobre la prometedora trayectoria cinegética que está cosechando su hermano.