Escritor, articulista y conferenciante, médico estomatólogo, presidente de la Fundación Caza y Conservación, miembro del SCI… El currículum de nuestro colaborador encargado de poner el cierre cada mes a las páginas de Jara y Sedal daría para escribir otro libro. Este, el que nos ocupa, ¡Yo cazador!, es el tercero en ver la luz, pero no es uno más. Es, ni más ni menos, una teoría filosófica de la caza en la que revisa las tesis de Ortega y Gasset y Tresguerres, dos pensadores que abordaron esta empresa en el siglo pasado. Jesús Caballero (Madrid, 1957) lo hace desde la visión de un cazador. Y de un cazador del siglo XXI.
Pregunta. ¿Por qué una reflexión filosófica sobre la caza?
Respuesta. En mi opinión la caza necesitaba una revisión profunda para incorporar los nuevos materiales y avances científicos surgidos en todas las disciplinas –etología, antropología, prehistoria– pero, sobre todo, la nueva perspectiva evolucionista que ha cambiado la percepción del mundo conocido.
P. En su obra toma la frase de Gustavo Bueno, padre del materialismo filosófico (MAF), «pensar es pensar contra alguien». Confiesa abiertamente que su objetivo en ¡Yo cazador! es «triturar» las tesis filosóficas sobre la caza desarrolladas hasta el momento. Y comienza, nada menos, por la de José Ortega y Gasset (1883-1955) en su Prólogo a Veinte años de caza mayor, del conde de Yebes, y de cuya escritura se cumplen 80 años. Suena atrevido. ¿En qué falla y en qué acierta el filósofo?
R. En nuestra opinión el error fundamental de la tesis de Ortega es tratar de explicar la caza humana desde una posición intragenérica animal, cuando el hombre desbordó en el Paleolítico superior su núcleo génerico sufriendo una metábasis que daría lugar a una nueva especie, la humana, en un proceso evolutivo y cultural difluyente que Ortega no contempla y por eso exige su revisión hermenéutica. Ortega entiende la caza como una suerte de regresus a nuestra esencia primigenia animal, como si para cazar el hombre debiera animalizarse, dice que son «vacaciones de humanidad» pero es que no le cabe otra, sin referentes evolutivos la caza para Ortega y Gasset es un fenómeno» y no proceso. El sabio madrileño se circunscribe en las corrientes antidarwinistas del siglo XX, un fijismo que le impedirá explicar la singularidad de la caza humana, por lo que el pensador Alfonso Fernández Tresguerres sugiere que su insatisfactoria aproximación a la caza apartó a Ortega de su promesa de un análisis sobre los toros, inabordable sin perspectiva angular como veremos.
P. En su punto de mira también están las tesis de Alfonso Fernández Tresguerres (1957), a quien acaba de citar, quien en su obra Los dioses olvidados: caza, toros y filosofía de la religión (1993) también revisa a Ortega y Gasset, al que pone contra las cuerdas y, sin embargo, falla en su objetivo. Como dice usted, «levanta la liebre, pero no acierta a correrla».
R. Tresguerres hace una interpretación atrevida y singularísima del espacio antropológico y en nuestra opinión falla al explicar la actividad desde un monismo angular como explicamos en el texto. Es decir, nuestra tesis es pluralista y dialéctica con ambos filósofos que a nuestro entender caen, aunque de forma distinta, en el mismo error monista. Ortega, al explicarla como esencia animal –cuando el hombre es ‘algo’ más– y Tresguerres reduciéndola a una actividad angular –monismo angular–, que también es una tesis reduccionista.
P. Ortega y Tresguerres no eran cazadores. Usted, sí –concretamente, «municipal de menuda, en general, y perdicero a rabo, en particular»–, lo que le aporta originalidad a sus tesis frente a la de estos dos pensadores. Son, por tanto, dos perspectivas muy distintas de la caza. ¿De qué modo cree que este hecho condiciona sus distintos pensamientos?
R. Pensar es sacar conclusiones de premisas… filosofar sobre la caza siendo cazador ni perjudica ni beneficia, pues la prioridad es sacar de la ecuación toda premisa emocional. El materialismo filosófico, que aplicamos en esta tesela, entiende la filosofía como un saber de segundo orden es decir partimos de los conceptos que emanan de las ciencias positivas para elaborar la idea filosóficas, no es ventaja alguna formar parte del gremio cinegético si no van precedidas con razones convincentes derivadas de las distintas categorías –ciencias–.
Nosotros nos acercamos a la «mismidad» –diría Ortega– con materiales científicos no ideológicos, construimos sobre verdades científicas –identidades sintéticas– de las distintas ciencias involucradas en esta actividad –paleoantropología, evolución, etnología, historia, etología, zoología, sociología…– desde la que elaboramos una nueva idea filosófica.
El ser humano es la única biología conocida capaz de cazar desde tres perspectiva distintas: una radial entendiendo la caza como depósito de proteínas –para comer–, otra angular como ceremonia mágica y por último como caza circular, como una actividad meramente lúdica, recreativa.
P. A grandes rasgos, ¿cuál es la tesis que defiende en ¡Yo cazador!?
R. Nuestra tesis es que el hombre, en su singular evolución, desbordó el género animal en el Magdaleniense tras procesos difluyentes culturales y evolutivos que explicamos en el texto y serían los responsables de sacarnos de la mera animalidad. La aparición de las religiones primarias en el paleolítico superior terminarán conformando una nueva especie planetaria: la humana, que sólo puede explicarse desde la singular evolución de su espacio antropológico que es aquel donde todas las actividades humanas pueden ser clasificadas y que simbólicamente lo delimita tres ejes: uno circular, que registra las relaciones entre los hombres –políticas, sociales, administrativas, lúdicas…–; otro, el eje radial que vincula al hombre con la naturaleza envolvente –caza, pesca, agricultura, ganadería…–; y por fin, el eje angular, que recoge esa singularidad humana que es el pensamiento mágico/religioso, abstracto, trascendente que es exclusivo de nuestra especie y convierte al hombre en un ser singular un animal divino dotado de ese algo más que terminará convirtiendo al ser humano en un animal institucional, el único ser vivo capaz por regirse por instituciones, una perspectiva imposible para el resto de zoologías conocidas y que nos obliga a estudiarlo desde esta singularidad.
Así pues, el ser humano es la única biología conocida capaz de cazar desde tres perspectiva distintas: una radial entendiendo la caza como depósito de proteínas –es decir cazar para comer–; otra angular como ceremonia mágica: religiosa –evidente aún en etnias primitivas y como restos evolutivos reconocibles en todas las culturas–; y por último como caza circular, como una actividad meramente lúdica, recreativa, donde lo social y el pasatiempo desborda lo nutricio y lo numinoso.
La caza que practica el hombre no tiene ni puede tener una sola mismidad, como sugiere Ortega. Pues es plural en teleología, es decir, el problema es que no hay dios sino muchos, no un sistema político sino muchos y no una mismidad cinegética sino muchas, pues diferente es la mismidad del hambriento indígena –caza radial– que la de un cazador occidental de ojeo –caza circular– o aquella practicada como ceremonial –angular– cuyos «restos y muñones», diría Ortega, son reconocibles incluso en sociedades más avanzadas como, por ejemplo, en España, donde no se suelta una rehala montera sin invocar antes a la Virgen de la Cabeza, o en Europa, donde se ofrece al animal caído un último bocado y se le homenajea con el sonar de las trompas como claros restos de antigua angularidad.
P. Hoy día, ¿qué motivaciones empujan al hombre a cazar, qué le conmueve?
R. Hay una caza radial cuyo objetivo prioritario es conseguir carne, actividad común en el tercer mundo, donde todo lo que nada, corre o vuela es susceptible de ser cazado y comido –es lo que los franceses llaman la viande de la brousse–. Otra sería la recreativa, donde lo lúdico y recreativo es lo destacable: la caza circular. Como paradigma podríamos señalar la típica cuadrilla rural donde la circularidad se refleja en la empatía y complicidad de grupo practicando una actividad tradicional que los une y vincula a la tierra materna, aunque de acuerdo con su espacio antropológico cada uno de los miembros tenga sus razones:, el que vive en la ciudad y le gusta volver a su pueblo, el paisano que encuentra modo de relajarse y socializar, el que va más pendiente del taco que de la caza, el que espera el momento de compartir el botín y salir pitando, el que lo hace por la balsámica compensación de la comida comunitaria…
Es decir, aunque lo sustancial es practicar una actividad social recreativa de acuerdo a su cultura no se desprecia el factor radial, por lo que todas las piezas serán aprovechadas gastronómicamente –radialidad–. Sin embargo, una línea de ojeo no tiene por finalidad la radialidad, menos aún angularidad. Es el hecho lúdico de compartir con alter egos un día de campo sin más ánimo que olvidar temporalmente problemas y relajarse en un entorno natural practicando una actividad que forma parte de su cultura, es decir, una forma heredada de sentir, pensar y actuar.
He tenido la suerte de cazar con etnias singulares como esquimales, aborígenes australianos, pigmeos bosquimanos e indígenas de las más remotas selvas y perdidas montañas, donde la caza angular, es decir, donde lo ceremonial mágico-religioso y la mítica relación con su entorno lo desbordaba y contamina todo. Las anécdotas en este sentido que recoge el texto son variadas y rastreables desde el Neolítico. En definitiva, diríamos que hay tantas razones como escopetas. En la actualidad, en occidente la caza queda circunscrita en su inmensa mayoría al eje circular, donde lo lúdico-recreativo es lo prioritario aunque sean reconocibles restos y muñones de los tres ejes que se combinan, mezclan y anulan en infinitas posibilidades.
Parafraseando a Ortega: somos cazadores «por circunstancias». No es la misma motivación la de un hambriento indígena que la de un cazador coleccionista, la de uno rural o la de los tiradores en un ojeo de lujo.
P. Y a usted, ¿cuál es el motor que le lleva a salir al monte o embarcarse en expediciones cinegéticas por todo el mundo?
R. Las motivaciones de cada cazador serán distintas en función de su espacio antropológico, que no surge de la nada sino que es tallado nominitatis, es decir, es único y exclusivo rehén de su cultura y los contingentes de cada individuo. Parafraseando a Ortega: somos cazadores «por circunstancias». No es la misma motivación la de un hambriento indígena que la de un cazador coleccionista, la de uno rural o la de los tiradores en un ojeo de lujo.
P. ¿Existe caza que no sea tal?
R. La CAZA recreativa –con mayúsculas– es hoy una actividad dogmatizada donde la dialéctica entre la pieza y el cazador aspira a reproducir la dialéctica natural, donde lo esencial es que la pieza sea «libre, silvestre y autóctona» y el cazador fiel observador de las limitaciones que la ética, la tradición y las leyes exigen. Todo lo que no sea esto son trampantojos más o menús sofisticados de una caza no homologable como CAZA. Las distintas modalidades de la caza ‘preparada’ –vallas, cercas, cercones, sueltas, refuerzos…–, sólo son sucedáneos que, como diría un escolástico, es cierto que tienen con la CAZA criterios de analogía, pero analogía es semejanza, no identidad. Por eso la caza preparada y la CAZA tienen hermenéuticas distintas. La CAZA es una herramienta de gestión de un recurso natural renovable y la otra, una modalidad singular de ganadería.
P. ¿Cuál es la razón de, citando sus palabras, el «creciente rechazo» de la caza?
R. El rechazo a la caza deriva de la dialéctica con el emergente medioambientalismo y sobre todo con animalismo radical cuyos premisas suscriben –sin criterio– una ciudadanía urbana tan alejada de la realidad que piensan que la naturaleza es un ente armónico y moral y no, como diría Óscar Wilde, «un sitio lleno de pollos crudos». La sacralización de la naturaleza es el paradigma de la corrección política y cualquier relación con ella que no sea la contemplativa será sometida a crítica moral. No será fácil sacarlos de su bucle aunque demuestren sus múltiples beneficios.
P. ¿Y su futuro?
R. Me gustaría ser positivo, pero pienso que el mundo sigue evolucionando a pasos agigantados. Fuimos cazadores y recolectores paleolíticos, luego ganaderos y agricultores en el Neolítico… La evolución sigue su curso y sospecho que estamos a un paso de una nueva metábasis donde el hombre termine recluido en una burbuja que definitivamente lo aparte de la naturaleza, y sus leyes. El sueño vegano de alimentarse sin recurrir a la heterotrofia natural ya está en los laboratorios, estamos a un paso de lo que Noham Harari llamó el «homo deus», un ser vivo ausente de la naturaleza que, como diría Mosterin, sea el guardián de la biosfera. Delirante utopía que espero no vivir para verla.
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