Un jabalí con dos disparos bien colocados se arrancó como un miura hacia dos cazadores y los acechó desde debajo de la encina en un lance de infarto. Uno de los dos amigos, Víctor Fernández Bueno, ha narrado a Jara y Sedal cómo fue la apasionante pero terrorífica aventura en esa noche de espera.

6/9/2019 | Redacción JyS

jabalí
El jabalí, junto con Víctor. / V.H.

La extrema dureza de los jabalíes hace pasar situaciones críticas y límites en ocasiones a los cazadores. Es el caso de la historia que Víctor Fernández Bueno –natural de la localidad albaceteña de El Bonillo- ha narrado a este medio, en la que un jabalí que había recibido dos balazos durante una espera se arrancó como un miura hacia él y su amigo y los acechó desde debajo de una encina a la que se tuvieron que subir para evitar ser acuchillados. Ahora, con motivo del concurso que Jara y Sedal tiene en marcha junto a Beretta Benelli Ibérica, ha decidido narrar la historia que sucedió en una finca de la provincia de Albacete.

«Un viernes del mes de julio, al salir del trabajo, quedamos mi amigo Sergio para ir de espera, a ver si había suerte», comienza relatando el cazador. Se pusieron los monos, cogieron los trastos y se dirigieron hacia una charca de hormigón que hace tiempo construyeron en una ladera de monte. «Aunque no estaba muy tomada, está en una zona muy querenciosa para los cochinos», relata Fernández. Una vez allí, se ubicaron en el puesto que estaba frente a la charca, debajo de una encina con ramas colgando hasta el suelo y se sentaron cerca del tronco. La zona de alrededor era de siembra ya cosechada. Comenzaba la espera.

La noche de espera comenzó «con una calma insólita en el monte», admite Fernández. «Cada vez que vamos juntos de espera le tocaba a uno disparar», explica Víctor. Esta vez era su amigo Sergio el encargado de tirar en el caso de que «sonara la flauta», recuerda Fernández.

Con el transcurso de los minutos iba desapareciendo poco a poco luz del sol junto con los cantos de las aves diurnas, dando paso a una escasa luna creciente. Cuando la noche se echó encima, la poca luna que había apenas les dejaba distinguir la claridad del rastrojo con la oscuridad del monte. Tras dos horas de espera aproximadamente, empezaron a escuchar unos pasos «muy lentos» por la paja por el rastrojo. Cada vez esos pasos eran más cercanos, pero no lograban ver nada. Las pulsaciones se aceleraban. El aire les faltaba. El latir del corazón se les hacía cada vez más presente y empezaba a costarles esfuerzo tragar saliva, porque los dos sabían que algo había y no muy lejos.

Aparece el jabalí

Tras largos minutos de tensión en los que la mente no paraban de imaginar cosas, apareció a unos 30 metros, entre la charca y el puesto, un bulto negro. «Mi amigo y yo, los dos sentados y en igual postura, nos apretamos codo contra codo como para decirnos: Ahí está», recuerda Víctor. Sergio se preparó, encaró el rifle, miró por el visor y después miró a Víctor asintiendo con la cabeza, queriéndole decir: «Es un cochino».

Tras el fuerte estruendo del disparo que rompió la tranquilidad del monte se escuchó un gruñido y pataleo en la paja del rastrojo: «Volví a mirar y el bulto negro ahí seguía. Mientras mis oídos se intentaban recuperan del atronador disparo, centré mi atención en el dichoso bulto negro, que venía hacia nosotros», sigue relatando el cazador. Inmediatamente Sergio lo volvió a meter en el visor y disparó de nuevo. Esto provocó la arrancada enfurecida del berraco hacia ellos: «Mi amigo se levantó y disparó la última bala que tenía en la recámara a escasos tres metros», explica.

Sergio salió corriendo del puesto y Víctor se quedó allí frente a aquel bicho enfurecido. Se colgó de una rama de la encina abriendo las piernas y el animal llegó justo debajo de él, bufando y gruñendo. La adrenalina del inicio de la noche se transformó en miedo.

Momentos de pánico y nervios

«Llegué incluso a llamar Sergio un par de veces, pero solo escuchaba ruidos en un montón de piedras que había a escasos 15 metros del puesto y pensé: Este cabrito se ha subido al majano». Tras unos segundos de agonía, escuchó cómo el bulto negro se iba arrastrando hacia otra encina que había cerca. Aprovechó ese momento y se fue corriendo hacia el majano. Llamó a su compañero en repetidas ocasiones con la voz entrecortada, pero no recibía respuesta. Al llegar al montón de piedras allí estaba él subido. Víctor asegura que le dijo: «Carga el rifle y vete hacia esa encina que se ha metido allí, en cuanto te vea va a salir a por ti y le rematas». A lo que éste le respondió: «Toma el rifle y vete tú». 

Acercarse era cometer una locura, así que decidieron dirigirse hacia el coche, que estaba en dirección contraria al cochino. Lo hicieron con la respiración acelerada y un nerviosismo que no les dejaba casi comunicarse ni analizar la situación. Una vez en el coche, condujeron hacia el escenario del lance a través de un rastrojo. Con las luces del coche alumbraron a la encina donde se había metido el animal y allí yacía muerto el bulto negro: era un extraordinario jabalí.

«Pudimos comprobar que el primer disparo le había alcanzado y atravesado en el codillo un poco trasero, pero en el codillo; y el segundo le había entrado por el medio del pecho y había salido por un jamón, por lo que no dábamos crédito a lo que veían nuestros ojos y cómo nos podía haber embestido con tal brutalidad un jabalí con esos dos disparos tan mortales que tenía», admite. El tercero de los disparos ni lo rozó, «ya que estábamos pensando más en salir corriendo que en apuntar», admite en tono jocoso el cazador.

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