Rafael Molina narra a Jara y Sedal cómo se hizo con este extraño jabalí que tenía un colmillo partido en un lado y ninguno en el otro, pero sí una amoladera retorcida «que parecía la de una hembra». El cazador explica el lance a este medio con motivo del concurso  puesto en marcha junto a Beretta Benelli Ibérica.

4/9/2019 | Redacción JyS

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El jabalí abatido por Rafael Molina. / R.M.

El cazador cordobés Rafael Molina Ruiz del Portal abatió hace unas temporadas un misterioso jabalí que tenía un colmillo partido pero le faltaba el contrario, además de contar en este último lado de la boca con una amoladera muy particular. Ahora, con motivo del concurso que Jara y Sedal y Beretta Benelli Ibérica han puesto en marcha, ha decidido narrar la historia a este medio.

Aquella temporada, entre seis amigos, arrendaron una finca de caza mayor abierta situada entre las localidades de Santa María de Trassierra y Villaviciosa de Córdoba. La montería se celebró el primer fin de semana de veda, por lo que a los amigos les quedaba el resto de la temporada para realizar recechos y esperas.

«Una muy fría mañana de enero», relata Rafael, subió a la finca con la intención de darse un paseo con su rifle de cerrojo Santa Bárbara en calibre .300 Winchester Magnum a ver si conseguía cazar algún venado o alguno de los escasos muflones que entraban y salían del lugar y que eran difíciles de ver. «El guarda decidió acompañarme para llevarme por las zonas más querenciosas y, poco después del amanecer, nos pusimos en camino», relata el cazador.

Como se trata de una finca de difícil acceso por su orografía y porque está compuesta de pinares y manchas de monte cerrado, fueron andando «muy despacio» por los carriles, pero solo se encontraron con varios grupos de ciervas y algún vareto. «La mañana iba pasando, sin fortuna, así que decidimos cambiar el rumbo hacia la parte más alta de la finca», relata Molina. «Estábamos casi arriba del todo cuando un tropel nos sobresaltó, eran dos venados que nos debían haber sentido llegar e intentaban escapar entre los pinos por la parte derecha del carril, sin darme oportunidad alguna de disparo», explica.

Ese fue el comienzo del lance, ya que esa carrera de los dos venados hizo abandonar su encame a un cochino «aparentemente grande» que estaba echado al otro lado del carril. Tras una breve carrera hacia abajo, se detuvo tras unas jaras, dejando al descubierto solo su mitad trasera.

«Era mi oportunidad», confiesa Rafael, que apoyó el rifle en la horquilla que llevaba y apuntó desde atrás intentando descubrir dónde quedaba el codillo, que estaba oculto por la vegetación. «Respiré profundo, disparé y el marrano salió corriendo visiblemente tocado pero, por la distancia, no fui capaz de rematarlo con otros dos disparos en dos pequeños claros del monte, por lo que tocaba pistear», reseña.

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Las dos partes del jabalí. / R.M.

El guarda y Rafael se encaminaron hacia el lugar del disparo y, en un primer momento, no encontraron nada porque siguieron una pista equivocada. «Finalmente dimos con el sitio y descubrimos los primeros rastros de sangre, jaras tronchadas, así como pisadas muy marcadas, lo que daba idea de ir bien pegado», narra el cazador. «Esos rastros indicaban que el cochino iba hacia la parte baja pero, con las jaras tan altas y cerradas, se hacía complicada la tarea de rastrear», añade.

Tras unos diez minutos escasos «que parecieron horas escudriñando minuciosamente el terreno» –explica Rafael-, sintieron un arrollón de monte a unos 40 metros: «Tenía que ser el marrano, el cochino que se había levantado advirtiendo nuestra llegada», se decían entre el guarda y el cazador. «Como veía la parte alta de las jaras que iba moviendo en su huida, decidí salir corriendo detrás de él. Entre la adrenalina del momento y la carrera, tuve que detenerme un momento para recuperar el aliento porque el corazón se me iba a salir del pecho», añade Molina.

El jabalí cruzó un carril y, al llegar a un pequeño arroyo y cuando tendría que empezar a subir, se detuvo y le hizo frente, momento que aprovechó Rafael para rematarlo con un certero disparo. «Cuando me acerqué a verlo, pude comprobar que se trataba de un macho grande y viejo, con una amoladera muy grande y una navaja buena pero partida por la mitad», admite. «¡Menuda alegría!», exclamó en aquel emocionante momento el cazador cordobés.

El guarda llegó un poco después y, al darle la vuelta para verlo bien, su sorpresa fue que en el otro lado no había ni rastro de sus colmillos y por ahí parecía enteramente una hembra. «De haber tenido todos sus colmillos perfectos habría sido un trofeo increíble pero eso ya me daba lo mismo porque había sido un lance inolvidable», admite.

«Hoy en día, aún se me sigue poniendo la carne de gallina cuando contemplo la curiosa tablilla resultante colgada en la pared y recuerdo los momentos que viví aquella fría mañana», añade el cazador en su relato. «Por lances como éste, la caza se convierte en una actividad maravillosa, que engancha y que sólo entendemos aquellos que la practicamos», concluye.

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