En una remota isla menorquina, la llegada clandestina de un puñado de cabras cambió para siempre el equilibrio ecológico. Lo que en apariencia fue una acción menor acabó desencadenando un declive devastador para una especie única de lagartija, cuyo papel como polinizador y eslabón trófico esencial quedó temporalmente truncado. Ahora, décadas después, un estudio científico revela todos los detalles de este episodio poco conocido de la conservación insular en el Mediterráneo.

Una introducción ilegal que pasó desapercibida

Hace varias décadas un grupo de cabras domésticas fue introducido de forma ilegal en la isla de Sanitja, un pequeño islote del norte de Menorca. La acción, sin ningún tipo de autorización oficial, alteró de forma sustancial un ecosistema hasta entonces prácticamente intacto. Los primeros registros de presencia de cabras se remontan a 1989, aunque los censos comenzaron siete años antes, sin detectar ningún ejemplar.

La población caprina fluctuó durante los años siguientes, alcanzando picos de hasta 17 individuos en 1992 y 1997. Finalmente, las cabras desaparecieron entre 2002 y 2005 gracias a la intervención de las autoridades ambientales del Govern balear, tras reiteradas denuncias por parte de científicos e investigadores.

Impacto devastador sobre la lagartija balear

A Situación de las Islas Baleares en el Mediterráneo occidental; B Situación del islote de Sanitja en la costa norte de la isla de Menorca; 
C Una hembra adulta de Podarcis lilfordi alimentándose de una inflorescencia de hinojo marino, 
Crithmum maritimum , en el islote de Sanitja; D Islote de Sanitja, la tierra más septentrional de las Islas Baleares. © link.springer.com

El estudio, publicado recientemente en la revista European Journal of Wildlife Research, pone el foco en las consecuencias ecológicas de esta introducción. En especial, analiza el efecto de las cabras sobre la lagartija balear (Podarcis lilfordi), una especie endémica y muy vulnerable. Antes de la llegada de los rumiantes, la densidad de lagartijas en Sanitja era espectacular. Sin embargo, en poco tiempo, la población colapsó de forma alarmante.

Este colapso no solo fue cuantitativo. También se alteraron sus patrones de alimentación, que pasaron de una dieta especializada —basada en néctar, anteras y polen, especialmente de hinojo marino— a otra más diversa y menos eficiente, forzada por la reducción de recursos vegetales provocada por las cabras.

Un cambio en la dieta y en su papel ecológico

El impacto de las cabras en la vegetación no solo redujo el alimento disponible, sino también las poblaciones de insectos que dependen de esa flora. Las lagartijas, ante la escasez, ampliaron su dieta, incluyendo más presas terrestres como gasterópodos y tijeretas. Este fenómeno viene detallado por los modelos de forrajeo: cuanto menor es la oferta alimenticia, mayor debe ser la diversidad de presas consumidas, aunque estas sean menos rentables energéticamente.


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Además, se documentó una perturbación significativa en la relación simbiótica entre la lagartija de Lilford y el hinojo marino. Antes de la introducción caprina, el 70% del contenido fecal en verano correspondía a partes florales, lo que convertía a esta lagartija en un polinizador clave de la planta. Durante la ocupación caprina, esta interacción prácticamente desapareció.

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Un ejemplar de lagartija balear. © Shutterstock

Una recuperación lenta pero posible

Afortunadamente, desde la retirada de las cabras a comienzos del siglo XXI, se ha observado una recuperación gradual tanto de la densidad de lagartijas como de su dieta original y su función como polinizadoras. Esta resiliencia, sin embargo, tiene límites. Como advierten los autores del estudio, incluso las especies más adaptables pueden cruzar un umbral ecológico irreversible si la presión se mantiene durante demasiado tiempo.

Sanitja representa un caso de estudio emblemático sobre cómo una introducción aparentemente insignificante puede tener consecuencias devastadoras en ecosistemas insulares frágiles. También ilustra la importancia de erradicar especies invasoras para proteger la biodiversidad autóctona y preservar relaciones ecológicas únicas como la de esta lagartija con su entorno vegetal.

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