Por Juan Traba Díaz, catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid, y Margarita Reverter Cid, técnico de investigación en la Universidad Autónoma de Madrid

La península ibérica ha sido testigo de prácticas ganaderas y de pastoreo desde la antigüedad. Celtas, romanos y visigodos fraguaron tradiciones ganaderas propias que han tenido un rol importante en la economía, la cultura y el paisaje de España durante siglos.

La actividad ganadera extensiva se basa en el pastoreo –a diferencia de la ganadería industrial– y la trashumancia ha sido uno de sus elementos clave, fundamental para modelar el paisaje mediterráneo. Esto ha permitido la presencia de numerosas especies de plantas, aves e insectos de extraordinario valor para la conservación.

Hoy, quienes mantienen vivas esas actividades tradicionales lo hacen con dificultad: burocracia, escasez de ayudas, dificultad de comercialización y pérdida de terreno frente a la producción industrial son algunas de las razones que asfixian al sector.

En los últimos 30 años la ganadería transita por dos rutas opuestas: por un lado, la intensificación en zonas de mayor producción, con un aumento de la densidad del ganado. Por otro, el abandono de zonas marginales que ofrecen menor productividad. Ambos caminos no están exentos de consecuencias negativas.

Una densidad alta de ganado reduce la altura de las plantas y la biomasa, disminuye también la abundancia de invertebrados y pequeños vertebrados y, en última instancia, de sus depredadores.

Por otro lado, el abandono de tierras es uno de los principales responsables del cambio del paisaje, sobre todo en Europa. El cese del pastoreo favorece la sucesión natural de la vegetación y la aparición de bosques en zonas que por mucho tiempo estuvieron moldeadas por un largo y complejo uso humano. Los hábitats abiertos, como praderas y matorrales, cuya singular biodiversidad está sufriendo importantes transformaciones con el abandono de la ganadería.

Un canto silenciado

Tímida y escurridiza, de pico curvo e incuestionable resiliencia, la alondra ricotí solo puede llamar hogar al norte de África y ciertas zonas de España que se caracterizan por ser esteparias; es decir, abiertas, desarboladas, con vegetación de bajo crecimiento y condiciones ambientales exigentes, inviernos crudos, vientos gélidos y veranos áridos.

Pese a su capacidad de adaptación, su población y zona de distribución han disminuido sin pausa en el tiempo. Un estudio, publicado en 2023 y liderado por investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid, determinó que la especie sufrió un declive cercano al 30 % en los últimos 15 años. Su rango de distribución se ha reducido en el mismo periodo en un 36 %.

Tras la tormenta Filomena, episodio que en enero de 2021 cubrió el suelo de nieve durante más de diez días, los números empeoraron: el declive anual global fue del 67,6 % en siete poblaciones de alondra ricotí monitorizadas, tanto antes como después de la tormenta, entre 2019 y 2021.

La crisis climática, la creciente urbanización y el desarrollo en ciertas zonas naturales de infraestructuras –-como aquellas asociadas a energías renovables-–, articulan una batalla con múltiples frentes que está mermando las poblaciones de alondra ricotí cada día.

Pero es el abandono de aquellas prácticas agroganaderas y de usos del suelo tradicionales, que generaban hábitats con ecosistemas únicos y biodiversos propicios para su reproducción, desarrollo y búsqueda de alimento, lo que la ha convertido en un símbolo de un tipo de hábitat que también está en peligro de extinción.

Estudios recientes evidencian la relación estrecha entre la ganadería extensiva y aves esteparias como la alondra ricotí. Es la ganadería extensiva la que ayuda a mantener una cubierta vegetal abierta, limitando el desarrollo de arbustos y árboles de forma natural, y nutriendo los suelos con sus excrementos, alimento esencial para numerosos insectos que son, a su vez, críticos en la alimentación de las alondras.

Cómo salvar a la alondra ricotí

Alondra ricotic (Chersophilus duponti).
Alondra ricotí (Chersophilus duponti). © Shutterstock

El proceso de extinción de la alondra ricotí es síntoma de un declive de mayor alcance: el de un paisaje, una cultura y una serie de tradiciones que han nutrido estos hábitats durante décadas, ofreciendo espacios únicos en Europa, ricos en biodiversidad y de alto interés para la conservación.

Recuperar dichas tradiciones y promover una ganadería extensiva estaría, en ese contexto, en estrecha sintonía con los esfuerzos por conservar a la alondra ricotí y sus hábitats.

Con esos objetivos nació, en 2016, el proyecto LIFE Ricotí, que durante cinco años trabajó en la mejora del estado de conservación de la alondra ricotí y su hábitat. Hoy mantiene continuidad a través del proyecto LIFE Connect Ricotí proyecto financiado por la Comisión Europea y con cofinanciación de socios españoles que, aprovechando la experiencia adquirida, destina esfuerzos a mejorar la conectividad de las poblaciones de alondra ricotí a partir de la gestión y restauración de hábitat, la translocación de individuos y la promoción de la ganadería extensiva que favorece el ecosistema estepario.


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Con la ganadería extensiva en franco retroceso en España, el proyecto LIFE Connect Ricotí es un salvavidas urgente que apunta a transformar paisajes degradados en refugios para la alondra ricotí, mediante la recuperación de actividades tradicionales de enorme valor económico, ambiental y cultural.

La salvación de la alondra ricotí y de los singulares ambientes esteparios requiere del mantenimiento y promoción de usos ganaderos tradicionales. Sin ellos, no habrá alondras ni estepas.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

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