Félix Rodríguez de la Fuente fue muchas cosas además de cazador. Entre ellas, uno de los padres de la conservación de la naturaleza en España. Gracias a su inteligencia y su habilidad para la comunicación, conquistó a los españoles y fue un gran referente de la ecología que a día de hoy se venera. Su extraordinaria sensatez le llevó a pronunciar discursos cargados de sabiduría que hoy día nos siguen dando lecciones.

Por eso, es interesante rescatar sus sabias palabras en un momento como este, en el que el Gobierno de España ha puesto en marcha el Anteproyecto de Ley de protección, derechos y bienestar de los animales, basándose en una política infantilizada, minoritaria y populista que desprecia la libertad individual y cualquier atisbo de criterio científico.

Una situación que Félix Rodríguez de la Fuente ya adertía en un discurso pronunciado en 1978 en un programa de Radio Nacional de España, donde reflexionaba sobre las nefastas consecuencias de dejar las decisiones importantes en manos de los políticos, que generalmente carecen de formación o preparación científica y cuyos intereses responden a ideologías basadas en el sentimiento y no en la razón.

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La ciencia es derrotada por la política

Resulta estremecedor el paralelismo que existe entre la situación que describe Félix en esa alocución y la realidad en la que nos encontramos. Él comenzaba el discurso afirmando que «los ecólogos y los sabios tienen muy poco que hacer aún en el presente y en el futuro próximo de la humanidad». Y la razón que esgrimía es sencilla: «porque aunque parezca mentira, cuando la humanidad tiene que tomar una medida inmediata, drástica, absolutamente trascendente, cuando a usted por ejemplo le tienen que operar de apendicitis, llama a un científico, a un médico o a un cirujano para que lo haga, cuando usted o yo tenemos que curarnos una pulmonía, echamos mano de un antibiótico que ha sido descubierto por un científico; cuando hay que hacer un puente para que pase sobre él un ferrocarril que no queremos que se caiga en el momento en el que vamos dentro, echamos mano de un ingeniero. Ahora bien, cuando se quieren tomar medidas a medio y a largo plazo, es un hombre que generalmente tiene muy poco de científico y si lo tiene es por casualidad. Es un político, en la base de cuya política hay filosofía, pero muy pocas veces ciencia. Que tiene unos asesores científicos que puede escuchar o no, pero que generalmente les escucha en función de la importancia que tenga su asesoramiento para su campaña electoral o para sus presupuestos de acceso al poder o de permanencia en el poder», concluía.

Sergio García Torres, el político sin ciencia al que se refería Félix

Félix Rodríguez de la Fuente acertó de pleno. El hombre que esta detrás del Anteproyecto de Ley de Protección, Derechos y Bienestar de los animales que ha aprobado el Consejo de Ministros es Sergio García Torres, un animalista sin estudios universitarios de ningún tipo que fue elegido a dedo por Pablo Iglesias y su experiencia se limita a la militancia en grupos animalistas radicales como Anima Naturalis, a la gestión de las redes sociales en el entorno de Unidas Podemos y a la regencia de un restaurante. Aún así, ha promovido una ley de importantísimo calado para la biodiversidad y los ecosistemas de nuestro país.

Su anteproyecto de Ley se ha encontrado con la oposición de científicos y veterinarios. De hecho, este último colectivo se manifestará contra él el próximo mes de abril en Madrid. En el caso de los científicos, recordamos que el pasado mes de octubre, el departamento de Biología de la Conservación de la Estación Biológica de Doñana redactó una carta conjunta a la que se suscribieron más de 800 científicos de nuestro país y en la que mostraban el malestar general de la comunidad académica y alertan de las nefastas consecuencias que tendría para la biodiversidad y el patrimonio natural si saliera adelante.

La opinión de 800 científicos, ignorada

En esa carta advertían de los múltiples riesgos que la propuesta de García Torres representaba para la conservación de la naturaleza, como el mantenimiento de las colonias de gatos callejeros o asilvestrados. «Los gatos matan cantidades enormes de animales. En 2013 se estimó que cada año mueren unos dos mil quinientos millones de aves y más de doce mil millones de mamíferos en las fauces de los gatos solo en EEUU. Esas cifras son superiores a las de animales cazados (por humanos) o a los que se estima que perecen atropellados por el tráfico rodado. El impacto de los gatos es también muy importante sobre las poblaciones de reptiles, siendo una de las principales amenazas para especies en peligro de extinción», advertían casi mil científicos.

Y añadían: «Creemos que la intención del anteproyecto de ley de inventariar y mantener a largo plazo las colonias de gatos y el número de individuos que las ocupan (a cargo de los presupuestos municipales) carece de sentido. Entendemos, y podemos compartir, la sensibilidad que generan estos animales y que las actuaciones de gestión tengan en cuenta el bienestar de cada gato individual. Pero el objetivo debe ser la reducción al mínimo posible de los gatos de origen doméstico que viven en libertad en nuestras ciudades y en el campo en el menor plazo posible».

Ninguna de sus propuestas fue escuchadas, tal y como se ha podido ver en le texto del anteproyecto publicado por el Gobierno. Una vez más, Félix tenía razón.