El cazador madrileño Daniel García Valino, que actualmente reside en la localidad castellonense de Burriana, narró a Jara y Sedal hace unos días con motivo del concurso que tenía en marcha una de las historias más bellas de su trayectoria en el mundo cinegético: la del primer corzo de su vida en la provincia de Teruel.

«Desde hace muchos años, vengo escuchando sobre la fiebre del corzo, ese pequeño animal tan ruidoso y escurridizo. Nunca me ha llamado la atención, la verdad… los miro mucho con los prismáticos, pero solo por mera curiosidad ya que no levantan en mí, esa sensación única que siento al ver un cochino», comienza relatando el cazador.

En busca de un jabalí en un caluroso atardecer de julio

«Tengo varios precintos, pero reconozco que ni los uso ni los doy. Prefiero verlos. Sencillamente, no me inspiran esa necesidad de cazarlos. Me cuentan que hay muchos, y que hace buenos destrozos, pero precisamente en mi coto, el agricultor nunca me ha comentado nada.  Desde de hace unos años aquí, están por todos lados…», relata Daniel.

Es julio y las noches «se hacen eternas», un buen guarro anda rondando por el barranco al que suele acudir Daniel y el pastor ya le había comentado que lo había visto varias veces acercándose a los corderos de la pradera. «Ese día venía el aire cambiado y eso me viene perfecto para ponerme bajo una sabina gorda que me tapa bien y me permite estar sentado apoyando la espalda y blandito, mirando a un bancal al que suele entrar a buscar gusanillos. Hace una tarde espectacular, y ha refrescado. Viene tormenta…huelo a tierra mojada, y eso hace que los animales salgan antes. Hoy me pondré prontito porque yo creo que este guarro no se encama muy lejos… », narraba el cazador sobre el inicio del lance.

Y, esperando el jabalí, llegó el corzo

Otra imagen del corzo abatido. / D.G.V.

Eran ya casi las 9 de la noche de aquel día de julio y aún quedaba mucha tarde, por lo que Daniel explica que «me quede allí solo, en silencio con los truenos lejanos aún y con el rifle preparado, apoyado en la mochila». Desde hacía rato había visto un corzo muy joven entrar a un bancal sin sembrar, buscando hierbas verdes que nacen entre las piedras del suelo, y cubren todo.

«El corzo, cada vez se acercaba más a mí, pues yo tenía el aire de cara.  Al poco rato, cuando ya estaba a unos 50m, entro del pinar al bancal una gran hembra, casi más grande que él…  de repente, y sin saber por qué, el corzo salió disparado en sentido contrario a ella, monte arriba. Me quedé un poco sorprendido, y cogí el rifle», relata aún emocionado Daniel.

«Me pareció oír ruido y pensé que el cochino estaba dispuesto a dejar claro quien mandaba allí, presentándose en el bancal, pero no. Pasaron unos minutos y sin darme apenas cuenta, noté cómo por mi derecha se movía algo, casi lo podía tocar a dos o tres metros. Me quedé totalmente paralizado y esperé: se trataba de un corzo que entraba a por su hembra al bancal, despacio y sigiloso. No necesitaba los prismáticos para verlo. Era grande y corpulento, rojizo, hermoso. Por un segundo, y sin quererlo, me fijé en su cabeza y vi semejante cuerna: era realmente grande. Y pensé que era la mía», relata el cazador.

El corzo anduvo 60 metros y enseguida buscó el borde contrario del bancal para comer. «Se me puso de culo, a unos 60 metros, y dejé que pasara el tiempo: 5 minutos, 10 minutos… y no conseguía que me diera su lado», explica el cazador sobre su comportamiento. «Anochecía y la luz empezaba ya a ser más caliente y pesada. La tormenta estaba ya encima de nosotros. Lo veía bien por el visor, pero como andaba poco a poco en sentido contrario a mí dándome el culo ya estaba a más de 90 metros. Decidí jugármela y le silbé», dice Daniel.

«Shhhhhhhhhhhhhhh. Fue el silbido más largo de mi vida. Se quedó inmóvil, sin cambiar de posición y, en un segundo, salió disparado. Ni me dio tiempo a verlo.  Se metió tan rápido al monte, que me dejo totalmente plantado. De repente, al llegar al borde justo, paró y me miró. Ni me lo pensé. Apreté el gatillo y disparé sobre su codillo. El estruendo del rifle resonó como un trueno y el animal cayó redondo. Mi Sauer 202 se apuntó un trofeo de corzo medalla de oro que jamás hubiera esperado. Aquella noche no me entró el guarro, pero conseguí abatir un buen corzo que sé a ciencia cierta que muchos otros sueñan», confiesa el cazador.

Una reflexión final del cazador

Por último, Daniel hace una reflexión: «He vuelto a ver alguno parecido, pero es un animal que me gusta más verlo que cazarlo. Admiro a aquellos cazadores que sienten pasión por ellos, pero soy de aquellos que no tratan de prohibir aquello que no entienden o comprenden. Al final, los corceros hacen su papel, y seguro que muchos, teniendo un jabalí a tiro, no lo abaten por lo mismo que yo no suelo disparar a los corzos. A veces, esa oportunidad que tanto buscan unos, y tú ignoras, se te presenta y te hace pensar, la que buscas, parece que nunca llega… y cuando llega, parece mucho más meritorio. Cuando me siento en el salón y lo veo en la pared, me viene a la memoria aquel momento, y hasta huelo la tormenta de aquella tarde y, aun escribiendo estas líneas, noto cómo los bellos de mis brazos se ponen de punta. Eso es la caza…», concluye Daniel.