El oso pardo (Ursus arctos) siempre ha sido una especie temida por aquellos otros animales que coexisten con él. Si echamos mano de la literatura cinegética clásica como el Origen y dignidad de la caza, de Juan Mateos, o en el Tratado de Montería del Siglo XV, comprobamos que los osos fueron perseguidos en todos aquellos montes de nuestro país en los que se encontraban.

Cuando uno ve al plantígrado en su situación actual, en la que ha estado al borde de la extinción y ha desaparecido de la mayor parte de España, no lo percibe como una amenaza, ni siquiera un animal que pueda ponernos en un aprieto. Por este motivo muchas personas se sorprendían esta semana con la noticia de que un oso había atacado a una mujer, hiriéndola de gravedad, en Asturias. Los osos pueden atacar, aunque esto se vea como algo lejano o remoto desde la perspectiva urbanita de la mayor parte de la sociedad.

Los osos en la literatura cinegética clásica

Volviendo a los clásicos cinegéticos, ya en la Edad Media se advertía de la peligrosidad de los osos. Los viejos cazadores nos cuentan que la mayoría de los perros se asustaban cuando se cruzaban con su rastro. El temor que infundía en ellos era tan poderoso que muchos de ellos se negaban a entrar en las zonas donde se encontraban encamados. Sus garras, su fuerza y su extraordinaria mordida lo convierten en un depredador formidable. Algo que, durante toda la existencia del hombre –hasta el siglo pasado– le otorgó la condición de animal dañino. Su casi extinción no se debe a la caza, sino a la voluntad de un estado y todos sus habitantes de acabar con lo que para ellos era un problema. Por este motivo, desde el Gobierno de España se premiaba económicamente la muerte de estos animales, como ya te hemos contado en este artículo. Eran perseguidos con flechas, arcabuces, venenos o lanzas.

La convivencia con el oso y la Fundación Oso Pardo

Hasta el Siglo XX no cesó la persecución, y no fue hasta la década de 1990 cuando se inició su recuperación en aquellos pocos reductos de la Cordillera Cantábrica donde resistían los últimos de su especie. Actualmente la población osera se encuentra en expansión, lo que es una extraordinaria noticia para todos. Gran parte del éxito de su regreso se debe a la labor de la Fundación Oso Pardo, con Guillermo Palomero a su cabeza. Un enamorado de la especie que, a diferencia de los grandes grupos ecologistas subvencionados, no ha visto un enemigo en el medio rural sino un aliado, y ha establecido importantes colaboraciones con cazadores y otros usuarios del monte para garantizar la coexistencia que ahora está dando sus frutos. El siguiente vídeo es buen ejemplo de ello.

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Así se dio caza al último oso de Vizcaya

Uno de los testimonios que mejor reflejan cómo era la realidad del oso hasta hace solo un siglo nos llega de la mano de este texto de Juantxi Sarasketa, publicado en la edición impresa de Jara y Sedal hace unos años y que rescatamos a continuación:

«Hace ya 150 años que en los montes de Urkiola y en la zona denominada como Eskillar de la Peña Eskubaratz más abajo de Kanpatorrosteta, el morroi (criado) de la familia Bizkarra del caserío Askondo, logró abatir junto con otros dos vecinos y con una escopeta de avancarga, un magnífico oso pardo que días atrás les había matado varias ovejas. Juan Aguirre (q.e.p.d.) del caserío Barrenengo, del precioso valle de Urkuletas, corazón de esta ubérrima cordillera de porte majestuoso, nos contó allá por el año 1995 cómo estos tres jóvenes baserritarras una noche de invierno hicieron un aguardo al oso en lo alto de la montaña.

La fortuna quiso que al retirarse el oso al amanecer tropezase con una cabra a la que mató al instante. Sus chillidos alertaron a los cazadores que de un certero disparo hicieron rodar peñas abajo al último oso pardo de Vizcaya. Eran otros tiempos, y nada se les puede achacar a estos intrépidos cazadores / ganaderos que en definitiva defendían sus intereses de la única forma que podían hacerlo. De hecho, en aquel agosto de 1871 el ayuntamiento de la anteiglesia de Mañaria concedió un diploma en perpetua memoria al cazador que abatió el último oso de Bizkaia.

La placa en homenaje al cazador del último oso de Vizcaya. © JyS
La placa en homenaje al cazador del último oso de Vizcaya. © JyS

Un oso muerto valía seis ducados en 1578, 75 reales en 1782

Los libros nos citan también que en el año 1668, las Juntas del Valle de Carranza entregaron 200 reales a un cazador de osos. En 1685 se pagaron 250 reales por los daños producidos por los osos. En 1782 en Arrigorriaga aparece escrito como, por falta de estímulo de los vecinos, iban en aumento los animales salvajes, y se estableció un premio de 75 reales de vellón para quien matara un oso, 40 si era cachorro y 4 si era cría. Igualmente las anteiglesias de San Miguel de Basauri, Zarátamo, Miravalles, Oquendo, Arrancudiaga, Abando y Baracaldo establecieron premios por la caza de los osos. En Guipúzcoa, los vecinos de los montes comunales de Aralar y Ernio, allá por el año 1578, redactaron una ordenanza, en virtud de la cual se establecía seis ducados por cada oso abatido. Así se deduce, por los libros aportados por la citada colectividad, que en unos pocos años se dieron muerte a 19 osos en aquella pequeña comarca.

Muchos somos los que ahora nos llevamos las manos a la cabeza cuando alguno de los últimos osos que pueblan los montes peninsulares cae en manos de algún desaprensivo. Mientras a otros se les llena la boca de mentiras que responsabilizan a los cazadores exclusivamente de la desaparición de estos animales de nuestros montes. Pero conviene recordar a la sociedad no cazadora que cuando existían poblaciones estables de osos eran ellos quienes premiaban la eliminación de estos. Con el paso del tiempo todos hemos aprendido de los errores cometidos y todos (incluidos los cazadores) debemos de participar en su recuperación».

El último oso cazado en Vizcaya tras ser disecado. © Desveda
El último oso cazado en Vizcaya tras ser disecado. © Desveda