La temporada de corzo, en la mayoría de comunidades, arranca en abril y dura hasta julio, antes del parón veraniego, tiempo suficiente para valorar los corzos que tenemos en el coto y darles caza según nuestras preferencias… Algo que con el actual sistema de precintos se convierte en una tarea complicada, ya que no todos los cazadores tienen la suerte de contar a largo plazo con territorios en los que hacer la gestión adecuada.

Esos corzos que localizamos en marzo y principios de abril suelen desaparecer y no los volvemos a ver en toda la temporada. Con la veda recién levantada salen sin pudor a las siembras y a medida que pasan las semanas su actitud cambia: se vuelven más recelosos, buscan el alimento en lo profundo del monte y no vuelven a asomar hasta que se les revolucionan las hormonas con los calores de julio. Por todo esto no es fácil saber cuándo es el mejor momento para abatir un determinado ejemplar.

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Un corzo con la cuerna típica de principios de abril. © Shutterstock.

Además, los cazamos sólo una vez, por lo que examinar su cuerna con detalle es una labor que tenemos que hacer a pie de campo, con paciencia y prismáticos. Nuestro objetivo debe ser saber distinguir de qué forma evoluciona la cuerna de un corzo desde que lo descubrimos en abril hasta que se cierra la temporada en julio o septiembre. Durante la temporada la cuerna –que se desarrolla durante aproximadamente 100 días, desde noviembre hasta mediados de febrero–, no sufre variaciones en cuanto al número de puntas, grosor, envergadura y posición de las rosetas, pues se configura nada más formarse. Sí sufren cambios los parámetros que la homologación asocia a la belleza, así como el peso y el volumen.

Tres cambios en la cuerna

La cuerna, de color marfil, se va oscureciendo desde el mismo momento del descorreado. Si cazásemos el animal unos días después de perder la borra apenas presentaría alguna coloración fruto de la oxidación de los tejidos de esta. Con el paso del tiempo, en sus tareas de marcaje de territorio frotándose contra diversos árboles e incluso contra el suelo, la savia y los minerales irán tintando el trofeo.

Un bonito macho en el momento del descorreado. © Shutterstock.

Así, en función de las especies vegetales del entorno adquirirá una u otra coloración: en terrenos agrícolas las tonalidades serán más pálidas; las marrones se dan en zonas forestales de coníferas y monte mediterráneo; las más oscuras se asocian a las alisedas y terrenos más húmedos. En este proceso también influyen las perlas y los surcos de la cuerna: al acumular mayor cantidad de restos que la tiñen aumenta la coloración. Así, como norma general, las de mayor perlado serán siempre más oscuras. En un alto porcentaje los trofeos más oscuros puntúan más alto en belleza.

El corzo, cuestión de volumen

Existe la percepción entre los corceros de que el volumen y peso del trofeo aumenta conforme avanza la temporada. Es un norma que casi siempre se cumple por dos razones: un aporte interior de materia ósea aun después del descorreado y una saturación de los poros del perímetro de la cuerna según avanza el tiempo. Recientemente se ha comprobado que tras el descorreado la cuerna sigue recibiendo flujo sanguíneo, por lo que a priori no habría obstáculo fisiológico para que, a lo largo de los meses, pudiese ganar en densidad y, por tanto, en peso.


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Otros estudios encuentran una explicación distinta que se basa en la saturación de los poros de su superficie por resinas y otras materias vegetales o minerales procedentes del entorno, que penetrarían en la cuerna durante las frecuentes labores de marcaje y escodado en las que el animal la restriega contra arbustos y matas.