Este cazador, indignado después de la carta de la Comisión Europea ‘animando‘ a los ecologistas para que presionen a los Gobiernos para prohibir el plomo, defiende que tiene 37 años un plomo incrustado debajo de su sien «y ni lo he notado».

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El plomo en una radiografía; a la derecha, José Ignacio durante una jornada de caza menor con un peculiar conejo. / J.I.E.

Jara y Sedal sacó a la luz la semana pasada la carta que la Comisión Europea ha enviado a los ecologistas ‘animándoles’ para que presionen a los Gobiernos de sus distintos países para prohibir el uso de plomo, un escándalo que viola la imparcialidad que debe tener este órgano.

Una de esas críticas es la del cazador conquense José Ignacio Martínez-Urbanos, que se ha puesto en contacto con Jara y Sedal para contar su peculiar historia. José Ignacio nació el 19 de junio de 1969 y, a los trece años de edad, sufrió un accidente con una escopeta de aire comprimido mientras cazaba palomas: «Sin querer, la escopeta se me disparó, y el plomo me entró por la zona de la mejilla y se me quedó incrustado en la sien, cerca del oído», explica para este medio.

Entonces, y tras varias radiografías, los médicos determinaron que no podían operar para extraerle el plomo porque era una zona delicada: «Ahora a lo mejor sí me lo hubieran sacado, pero entonces no estaban los avances médicos tan adelantados y les resultaba imposible», pero asegura que «no he tenido ningún problema a lo largo de mi vida para convivir con él. Nunca me ha molestado ni siquiera lo he notado», explica.

37 años con un plomo en la sien

Son ya 37 años los que convive con ese plomo de aquella carabina de aire comprimido que le regalaron. «Yo también he comido cientos de plomos de pequeño, cuando mi padre cazaba, y nunca he tenido ningún problema», confiesa el cazador.

José Ignacio se muestra molesto por la presión de la Comisión Europea a los ecologistas para que influyan en sus Gobiernos y se acabe prohibiendo el plomo. Máxime, cuando el año pasado se hizo público un nuevo estudio desarrollado por la Universidad Politécnica de Valencia y la Universidad de Murcia que demostraba que los perdigones de plomo disparados que quedan en el campo tienen «muy baja» e «irrelevante» incidencia en las especies del campo.

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