En plena temporada de recechos previos al celo del corzo, cuando las crías ya empiezan a acompañar a sus madres y los machos marcan territorio, el guía turolense Juan José Fidalgo vivió una escena que no olvidará. Acompañaba a un cazador noruego en busca de un ejemplar singular, y lo que sucedió superó todas sus expectativas.

El cazador ajeno a nuestras tierras, con una colección de corzos envidiable, había pedido expresamente tratar de recechar algún corzo raro, especial, diferente. Fidalgo, sabedor de la presencia de un macho con diez puntas en su cuerna, lo llevó a una siembra donde sabía que podrían encontrarlo. Y así fue: allí estaba el animal, pastando tranquilo a 180 metros.

El visitante valoró el trofeo durante un buen rato. «No estaba muy convencido», recuerda Fidalgo sobre su cliente. Finalmente este apretó el gatillo, pero el disparo no acertó en el animal. El corzo se esfumó entre la maleza, sin oportunidad de intentarlo por segunda vez. La primera salida terminaba sin éxito. Pero aún quedaba una última oportunidad.

El segundo intento: la apuesta definitiva

Para el segundo rececho, Fidalgo cambió de estrategia. Decidió apostarse en una zona de almendros cercana a donde el animal había huido. La luz comenzaba a caer, y el tiempo jugaba en su contra. Quedaba apenas media hora de visibilidad y el noruego debía marcharse esa misma tarde.

Entonces apareció entre los almendros la silueta de un corzo. Fidalgo, convencido de que era el mismo ejemplar, animó al cazador a observarlo con atención. Pero este se mostró reticente: «Insistía en que solo tenía seis puntas y que no quería disparar otro de seis».

Una decisión inesperada

Ante la negativa, Fidalgo, con una mezcla de intuición y determinación, lanzó una pregunta: «¿No le vas a tirar?». La respuesta fue clara: «No». Entonces el guía le pidió el rifle. «Lo voy a tirar yo si no te gusta», le dijo al noruego. Este accedió, y el disparo fue certero. El corzo cayó al instante.

Juanjo con el corzo. © J. J. F.

Al acercarse al animal, la sorpresa fue doble. El noruego, desde su ángulo, veía una cuerna con un patrón típico de seis puntas, pero la del lado contrario escondía una sorpresa. Era el mismo corzo multipuntas que había pronosticado Fidalgo y contaba con un trofeo espectacular. Una cuerna gruesa, perlada, con formaciones en garfio que le daban una apariencia única.

Un trofeo de los que no se olvidan

El cazador con el cráneo limpio del increíble animal. © J. J. F.

El corzo fue abatido en una finca de Ciudad Real con un rifle Thomson Venture en calibre .270 WSM. Juan José Fidalgo, guarda y guía profesional, agradeció también el aviso de su amigo Juan Manuel Montero, rehalero, que le había alertado de la presencia de un buen corzo en la zona tras haberlo levantado durante una montería.

«Es uno de esos animales que se te quedan grabados para siempre», concluye. No solo por su rareza, sino por la historia que lo acompaña: un disparo fallido, una negativa inesperada y un final de infarto que convirtió este rececho en una anécdota irrepetible.

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