Miguel Hernández Sáez, cazador extremeño, ha vivido una de esas experiencias de caza que se quedan en el recuerdo durante años. En concreto, ha tenido lugar en un coto de la provincia de León y fue en él donde, en su primer contacto con la caza mayor, tuvo su primera historia con un jabalí.

Ocurrió durante el pasado mes de abril, con el comienzo de la temporada de corzos. Tal y como ha confesado a Jara y Sedal, ese jabalí «se convirtió en el protagonista» de sus sueños y desvelos nocturnos durante «11 meses» de su vida.

«Buscando corzos en una zona bastante sucia del coto, de repente, como si la cosa no fuera con él, me salió andando por un pequeño cortadero recién desbrozado un jabalí que ni se dio cuenta de mi presencia, pero yo sí que lo pude observar con toda atención», ha comenzado narrando.

Su primer encuentro con un jabalí

Asimismo, ha detallado que le llamó «muchísimo la atención la mancha blanca de pelos tan pronunciada que tenía entre los ojos, como los caballos caretos». «Fue tal mi impresión al ver por primera vez en vivo y en directo un jabalí que me quedé paralizado rifle en mano, mirándolo como un lelo, sin reaccionar, con la boca abierta», ha recordado el extremeño.

Tras contárselo a un amigo y a su hermano, estos definieron dicho momento como una «maldición» que le había caído. «No entendí bien lo que me querían decir», ha confesado, «pero a medida que fueron pasando, las horas, los días y los meses me di cuenta de lo que ellos sabían y yo no».

La segunda subida la hicieron en mayo, aunque en esta ocasión no pudo encontrarse con el jabalí que había visto semanas antes. «No me había olvidado de él, en realidad casi todos los días lo recordaba, pero creía que era un guarro que estaría de paso en el coto y que nunca más lo volvería a ver», ha detallado Miguel.

Noches de desvelo

El cazador pasó varias noches sin dormir pensando en el animal. En junio volvieron a subir, preparó la mejor ubicación para el aguardo y lo dejó todo preparado para la noche «donde se esperaba luna llena».

«Media hora antes de anochecer ya estaba colocado en mi sitio y una hora tras el ocaso pude escuchar el chapoteo de un guarro que venía directo a la baña. Primero oí a uno, pero luego me di cuenta de que detrás venía otro. El primero entró en la baña y, al llegar, el segundo le pegó un bufido que salió espantado y con una arrancada salió a la luz de la luna y pude comprobar que era chico. ¡No era mi cochino!. El otro, que me imaginaba que era el grande, se aplastó en la baña y allí estuvo bañándose por lo menos media hora», ha contado respecto a esa tercera experiencia.

Pese a ello, pasó otro día más sin poder dar captura a ese jabalí con el que tanto soñaba. «Si hasta ahora había pensado de vez en cuando en ‘mi cochino’, ahora se había convertido en toda una obsesión».

Con julio llegó su última oportunidad de cazar su primer corzo, que también era algo que le hacía especial ilusión. Al llegar vio que la baña estaba seca y encontró otro pequeño charco lleno de las huellas del animal. Finalmente, a la mañana siguiente consiguió ese primer corzo, aunque el jabalí seguía siendo su otro objetivo.

Soñó con el jabalí durante meses

No fue hasta el mes de enero cuando volvieron a subir con la apertura de la veda de la corza al comienzo del año. «Iba contento de camino al coto», ha recordado, «pero al hablar con el señor que tiene el ganado y contarme que estaban entrando dos guarros al comedero donde echa de comer a las vacas, me puse eufórico. Nada más llegar me fui de cabeza a ese lugar y allí estaba
su huella inconfundible marcada en el suelo».

Un «error de principiante» le llevó a abandonar a las 22:00 horas por el frío que estaba pasando. «Tras lo sucedido, donde de manera inconsciente puse en riesgo mi salud, decidí intentar olvidarme de ‘mi jabalí’ ya que, como bien pronosticaron mis amigos, se había convirtiendo en una maldición».

Sin embargo, tras unas semanas recibió la llamada «del señor de las vacas del coto». Al informarle que el jabalí todavía se encontraba allí y que había vuelto a entrar en el comedero de su ganado, comenzó a organizar la siguiente subida en el mes de febrero.

Así fue el lance final para dar caza al jabalí

Llegó un domingo por la mañana y analizó «a conciencia» las entradas y salidas del jabalí, aunque no fue hasta que estaba oscureciendo cuando se dirigió al puesto del aguardo que había preparado.

«Tuve suerte y a eso de las 22:00 escuché rodar la primera piedra. Luego vi pasar un par de veces una mancha negra de un lado a otro. Estuve tentado en una de esas veces de disparar, pero se movía muy rápido entre las sombras y no lo veía bien», ha narrado.

El jabalí estuvo allí hasta las 23:30 horas, cuando realizó «una de esas desapariciones» a las que le tenía acostumbrado. «Me desesperaba pensando que lo había perdido una vez más, pero, de repente, miro al comedero de las vacas y allí estaba, a oscuras porque la luna estaba tapada por una nube, pero quieto».

«Apunto con el visor, no me atrevo a disparar porque está muy oscuro y, de repente, se destapa la luna y lo veo nítidamente. Al verse iluminado por la luna echa las orejas hacia a atrás y empieza a escurrirse. Me viene de frente y aguanto, empieza a cuartearse hacia la derecha, se va, no para, está a punto de entrar en la espesura. Pero escucha algo y se para con las orejas tiesa mirando en mi dirección», ha expuesto Miguel.

Fue entonces cuando disparó y, al no escuchar nada, se levantó y vio «un bulto negro enorme en el suelo. Se había quedado muerto sobre sus pezuñas».

© M.H.S.

«Me acerqué y lo acaricié, lo veneré y le presenté mis más sinceros respetos. Lo he honrado dando de comer con su carne a mi familia y poniendo sus colmillos en una tabla que cuelga en la zona principal del salón de mi casa», ha concluido destacando.


Un cazador tiene que meterse en la cama de un jabalí para conseguir que se levante


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