Fue siendo yo chico. Me chocó aquello de que Paco el Bajo se encaramase a las encinas para traerle las torcaces al deplorable señorito Iván; que las palomas del campo se pusiesen a tiro por el hecho de agitar una casera en lo alto de un árbol me parecía, cuando menos, algo sorprendente. Mira que la escena del Azarías izando al tirano por el cuello como cubo de un pozo me marcó, pero lo de las torcaces… lo de las torcaces me dejó a mí intrigado, pero al mismo tiempo yo sabía de ese comportamiento porque mi padre ha sido siempre gran aficionado a la columbicultura, primero con los de pica y competición, más tarde con los de raza y belleza. Para recoger al macho en el palomar él agitaba la hembra, y entonces aquel pasaba del vuelo altivo por encima de las antenas y tejados a posarse humilde en su mano y dejarse atrapar en lo que tardaba en bajar planeando. Yo pensaba entonces que mi padre era una especie de superhéroe con el poder de hacer descender las aves del cielo; sin embargo, aun teniéndolo en tan alta estima, no fui capaz de imbuirme de tan espectacular afición. A fecha de hoy las únicas palomas con las que disfruto de verdad son ellas, mis adoradas torcaces motivo de mis pocas horas de sueño… sobre todo ahora, en media veda.

Y si mucho me gustaba y gusta contemplar las torcaces en vuelo, más me gustaba y gusta verlas en la percha, lo confieso y no me arrepiento. Devoraba los escasos libros que caían en mis manos y explicaban en fotografía y palabra los secretos de esta forma de caza; pero el summum vino cuando empezaron a llegar los primeros videos en VHS explicando en imágenes los secretos del cimbel, a la vez que los reportajes de Jara y Sedal de los viernes. Pasaba envidia de la mala viendo las cantidades de torcaces que sobrevolaban las dehesas en otoño, pero también con las tiradas que realizaban unos pocos afortunados.

En mi mocedad la torcaz no abundaba en esta zona del sureste ni mucho menos como ahora, y sólo unos pocos aficionados con posibles se largaban en agosto hacia La Mancha a poner los cañones al rojo… o a ser estafados y encima no querer reconocerlo.

Los primeros cimbeles

Resultado de una jornada de caza de palomas con cimbel. © Antonio Cástor

Mis comienzos prácticos con el cimbel fueron de lo más primitivos y hoy me divierto recordando. Estábamos un amigo y yo intentando tirar alguna paloma en la orilla de un trigo, al paso. Como suele suceder, los pájaros entraban a comer a todos sitios menos donde nosotros nos colocábamos. «¡Qué se están tirando todas en aquel rincón!». Allá que te vas con los trastos. «¡Parece que ahora se dejan caer en aquellos pinos!». Así todo el tiempo y pudiendo tirar pocas pero espantando muchas. Cobramos una torcaz viva y a mi socio se le ocurrió ponernos escondidos tras una sabina y cimbelear directamente asomando la mano con el pájaro. Con esta treta tan ridícula conseguimos poner varios pichones confiados a tiro y, entre risas, planeamos fabricar algo más sofisticado y cómodo. Lo siguiente fue una pértiga de pintor pintada de verde con una plataforma para atar el palomo en lo alto. Lo del mecanismo para mover no lo vimos necesario, ignorancias de la edad, y nos dedicábamos a subir y bajar el palo con la mano ocultos bajo algún pino o chaparro. El caso es que aunque buena parte se coscaba del engaño al ver movimientos extraños debajo del cimbel, otros muchos se dejaban cazar por unos jovencillos advenedizos en el arte del cimbel. Después, el de suelo con los de plástico. Más tarde adopté los fabricados por expertos hasta llegar a tener un maletero lleno de enredos casi sin darme cuenta.

Lo mejor de todo es que mi padre volvió a convertirse en superhéroe, siendo mi criador y adiestrador de cimbeles particular. Tiene un ojo privilegiado para criar las que sirven para balancín, para bomba, para suelo y también las ciegas para lanzar con la caperuza. Él disfruta con todo lo que significa manipular palomas y se le ríen los huesos cuando vengo con percha gorda. Sabe bien que el mérito es casi todo suyo aunque jamás me lo diga. ¡Buenos raticos echamos juntos en su palomar estos meses antes de la media veda! ¡Dios me lo guarde por muchos años, leche!

Según mi forma de ver, somos dos clases de cimbeleros. Estamos los cazadores en general, que le damos a pelo y a lana. Disfrutamos con las torcaces pero no en exclusiva. Luego están los palomeros auténticos, los que no se dedican ni disfrutan con otra caza que no sea el cimbel, ya sea en media veda o en otoño e invierno. Estos se recorren los kilómetros que hagan falta en busca de las juntas de torcaces y son puristas en la forma de cazar. De hecho, para ellos esto de la paloma en verano no es más que un aperitivo que no valoran de igual modo. Son algo así como el cazador fetén de reclamo al que luce solamente la faena perfecta. Para ellos, el traer al puesto a unos pájaros jóvenes todavía incautos está bien; pero nada comparado con esos palomotes apretados de pluma y bien pechugones que con más horas de vuelo recelan de cualquier cosa que no se haga en el puesto como es debido. Pero podemos tener la tentación de pensar que en media veda todo es agitar la paloma en lo alto de un pino y que se líe la de Hitchcock. Para nada la cosa es tan simple. De hecho la mayoría de intentos con el cimbel terminan con todos los aperos nuevos de trinca guardados en un armario o perdidos en un trastero y cubiertos de polvo.

No mires al cielo

Recuerdo algunos puestos del principio. Por mucho que madrugara siempre me pillaba el toro. Como peco de nervioso, cuando las torcaces empezaban a volar y yo estaba todavía en faena, me ponía desatinado. Por la prisa y la ansiedad de terminar pronto hacía las cosas de cualquier manera: no camuflaba en condiciones, no tendía las cuerdas bien… Incluso una vez recuerdo tener que suspender la cacería por olvidar cerrar el mosquetón del reclamo con los aceleros. Como entonces iba con un solo cimbel tuve que ver a la paloma largarse y mi corazón, detrás de ella. El mejor consejo que me dio un palomero vasco y que siempre me repito en estos casos: «Mientras estés montando cimbeles, no mires al cielo».

Guía para novatos

Un cazador en su puesto durante una jornada de caza de palomas en media veda. © Ángel Vidal

La media veda es una época ideal para iniciarse en esta modalidad si estás dispuesto a los sacrificios comentados y tienes unas pocas cosas en cuenta. Con un cimbelito de suelo es posible hacer una buena percha en una siembra que las palomas tengan tomada, aunque lo ideal es un par, uno de copa, en algún árbol aledaño al rastrojo, y el de suelo con unos cuantos señuelos de plástico alrededor si se quiere, para fijar las palomas en el tiradero. Parece una obviedad decirlo, pero el cimbel sólo es efectivo cuando se monta en los lugares en que la paloma está buscando posarse para comer, beber, sestear o dormir. Más de uno ha tirado la toalla tras colocarse en un paso y decepcionarse porque las que pasaban no hacían el mínimo amago de acudir. De hecho, uno de mis primeras incursiones fue en un paso con un cimbel amarrado a un pino. Aquel día salí del monte asegurando que aquel sistema no servía para nada porque las torcaces sobrevolaban la zona mirando a mi paloma y pensando en su interior: «¡Qué hará ahí abajo posada la pringá esta con el girasol que tenemos tras las lomas!».

No obstante, como decíamos antes, las torcaces de verano son ideales para empezar porque todavía no se han llevado sustos de consideración y su instinto gregario les puede, sobre todo si no tenemos la fortuna de tener un padrino que nos introduzca en este mundo y nos ahorre muchos fracasos y cometer errores de novato. Estos días nos servirán para picarnos en la modalidad porque las probabilidades de éxito son grandes a poco que hagamos bien las cosas. Seleccionar al menos tres o cuatro palomas que se aguanten bien en la plataforma y no se pasen el tiempo boca abajo es lo más importante para cobrar torcaces… pero más aún para no sufrir un ataque de cólera y tirar los aperos por algún barranco. Si hemos conseguido, con tiempo y dedicación, adiestrar esas palomitas hay que tratarlas con mimo porque son la mitad del éxito de esta caza –el 10%, de los aperos y la pericia del cazador; el otro 40%, si no más, la búsqueda del cazadero, el control de las querencias de las torcaces y la elección y camuflaje del puesto–. Ah, y no olvidéis que en verano, con temperaturas muy altas, hay que velar por su salud dejando los cajones a la sombra, nunca dentro del coche, asegurándonos de que no les falte agua y, si hay mucha actividad, cambiando los cimbeles de vez en cuando para que no queden exhaustas.

Una modalidad selecta

Para descartar candidatos hay que empezar por decir que no es una modalidad apta para gente perezosilla. El trabajo de adiestrar palomas y cuidarlas todo el año, cargar apechusques y montar el puesto con presteza antes de que las torcaces se muevan tiene su miga. Aparte, en verano, salvo si tienes la posibilidad de hacerlo la tarde de antes, hay que madrugar mucho, casi más bien trasnochar. Por muy ágil y rápido que seas, será difícil armar un puesto digno en menos de una hora. Siempre hay que irse con tiempo de sobra porque no es raro que el montaje se complique por contingencias varias.
Para que os hagáis una idea: si debemos tenerlo todo listo a las 07:15 horas, lo suyo para ir bien y sin agobios de palomas volando mientras todavía estamos ‘trabajando’ sería estar en el monte a las 05:45. Eso, por supuesto, si tenemos claro, por haber investigado antes, el lugar exacto en donde vamos a desplegar los artilugios, algo por otra parte imprescindible porque buscar un puesto a oscuras y sin tener ni idea de las querencias de las torcaces es el mejor preámbulo del fracaso.

Al paso o con cimbel

Cobrando palomas torcaces. © Ángel Vidal

Es cierto que con el precio actual del gasoil a uno se le van las ganas de hacer kilómetros en busca de los mejores sitios, pero, como hemos comentado, el ir a la aventura sin tener claro no ya la mejor zona donde montar los cimbeles, sino el chaparro o pino exacto en el que desplegarlos es madrugar para nada casi siempre. Y al final de todo, ¿para qué meterse en este mundo si para cazar unas cuantas torcaces con buscar un buen paso basta.

Lo primero es que cuando no hay gran cantidad de palomas en un buen puesto de cimbel se cazan más. Para hacer una percha de ocho o diez no se necesita que haya un gran revuelo, sólo hacer las cosas bien. Yo he tenido puestos de media docena en los que he visto ¡media docena! Lo segundo es que si tenemos la fortuna de estar en un coto en el que abundan, en un buen puesto de cimbel se cazan y tiran… incomparablemente más en la mayoría de casos. Y diré lo tercero para concluir. Aunque hoy en día tuviese la certeza de que voy a colgar el doble de palomas si me coloco en un paso, preferiría la mitad cazadas a cimbel. La emoción de ver un grupo de torcaces que parece ir a lo suyo venirse hacia nosotros mientras movemos los hilos…No cambia ni va a menos por muchos lances que tengamos en nuestro haber o por años que cumplamos. Mi cuerpo todavía no ha desarrollado tolerancia a esa adrenalina, y ya llevo unas cuantas temporadas en el morral.