Por fin llegaba la fecha en la que Eduardo Clemente Rioja, el joven alcarreño de 37 años que protagonizó el siguiente lance, podía disponer de uno de los precintos de corzo del coto de Guadalajara en el que caza habitualmente. Era sábado, 2 de Julio, una buena fecha para empezar a ver machos viejos y aquellos grandes que no salen del monte durante el resto del año por lo que el joven, sin tener nada controlado, se acercó a una zona desde la que divisaba gran terreno.

«Esta vez recechaba solo, pues mi padre, que siempre me acompaña, estaba de vacaciones y mi tío, también cazador de corzos, no podía venir ese día», relata a Jara y Sedal sobre una jornada en solitario que le depararía una gran sorpresa.

El joven no tardó en localizar las primeras hembras, una de ellas con un corcino de pocos días. Les acompañaba un macho de segunda cabeza, pero Eduardo decidió que era aún joven y continuó buscando algún destacado ejemplar.

Un accidente inesperado

«Por la tarde me dispuse a ir a un barranco bastante querencioso con buen alimento para los corzos, puesto que tiene zarzas, una pequeña siembra de trigo y está muy cerca de ella el monte cerrado de encina donde se encuentra a salvo nuestro pequeño protagonista», describe el cazador. Se trataba de un barranco muy abierto y con un buen tiradero.

Unos cientos de metros antes de llegar al lugar, nuestro protagonista aparcó su vehículo y se dispuso a sacar su equipo con la mala fortuna de golpear la torreta del alza del visor del rifle partiéndola en dos.

Detalle del mando de ajuste de la torreta superior dañado. © E. S.

«¡No puede ser!», gritó hacia adentro el joven cazador mordiéndose la lengua. Con la esperanza de que no se hubiera ido de tiro el arma, Eduardo no tiró la toalla y se coloco en el puesto que había premeditado. Tras solo unos minutos de espera, frente al joven aparecía una corza y, poco después, otra más algo más vieja.

Como salido de la nada y corriendo tras la corza más adulta, un buen macho daba la cara instantes después. «Decidí acortar la distancia que nos separaba y logré hacerle una entrada colocándome a unos 150 metros», detalla el cazador. Tras unos instantes de tensión, el joven metía al macho en el visor y acariciaba el gatillo de su arma con la esperanza de que la rotura de la torreta del visor no afectara a su precisión. «La bala golpeó un metro por encima del corzo haciéndolo correr como un rayo hacia el monte», relata el joven sobre el tiro errado que le dejó «frustrado».

Un nuevo intento, esta vez junto a su tío

Un corzo entre el bosque en una imagen de archivo. © Shutterstock

De camino a casa, el joven llamó por teléfono a su tío para contarle lo acontecido. «Me ofreció su rifle del calibre .243 para acudir en busca del animal a la tarde siguiente», relata el joven. La oferta fue tan tentadora que, una vez más, Eduardo acudió en busca del macho soñado.

«Mi tío tiene muy poca movilidad debido a una lesión en la espalda, por lo que se quedó cerca de los coches divisando la parte baja del barranco, donde el día anterior estaba la corza joven», detalla Eduardo. «Si ves algo me mandas un WhatsApp», advertía el joven a su compañero de rececho por si el corzo que buscaba aparecía en escena por donde menos lo esperaba.

Un nuevo encuentro

Poco tiempo tardó Eduardo en ver de nuevo movimiento en la zona de la tarde anterior: «De repente, como si hubiera visto algo una corza vieja que apareció en el mismo lugar, salió a paso ligero hacia el fondo del barranco», relata. «Esa parte yo no la divisaba bien desde mi puesto, por lo que me dispuse a asomarme despacio ya que pensaba que podía ser el macho», añade.

El joven no tuvo que andar ni 10 metros cuando divisó de nuevo al gran ejemplar en la parte baja del barranco. «Estaba comiendo tallos de hierba y, como le daba el sol, comprobé bien que, en efecto se trataba de un buen corzo y con una punta rara que lo hacía único», detalla.

Eduardo se apresuró en disparar al animal, esta vez a unos 200 metros y con el rifle de su tío. «¡Cayó fulminado!», explica sobre el momento en el que consiguió abatir al destacado animal.

Según relata el joven, no había llegado a la altura donde había quedado abatido el corzo cuando comenzaron a entrarle mensajes de su tío. Poco después Eduardo contestaba con la preciosa imagen del gran cérvido y compartían juntos el cobro de un animal que tardará mucho en olvidar.

El trofeo del corzo, que el cazador ha recibido recientemente en su domicilio tras enviarlo a homologar, ha alcanzado 106,60 puntos, es decir, medalla de bronce.