Nunca me ha interesado el fin en sí mismo, sino que me atrapa el cómo llegar a él, pues las formas nunca mienten y descubren las verdades y la esencia de las cosas. En la caza selectiva necesitas ser muy fino, pues el criterio ha de aplicarse con precisión para extraer del medio al animal correcto.

Y allí nos embarcamos rumbo a León en lo que iba a ser un rececho de los que no se olvidan, pues vimos mucha densidad de animales en un escenario que no podía lucir más espectacular. Fueron cuatro viajes de caza completos, subimos varios laderones de brezales y rocas nevadas alcanzando cumbres por aquellas remotas sierras de los ancares leoneses, disfrutamos de momentos y escenarios de espectáculo para finalmente dar caza a uno de los animales más maravillosos que tiene nuestra fauna ibérica, el rebeco.

Una rebeca que se resistía

Paisaje del rececho. Cuesta. © J. C.

Fueron varios los viajes que tuvimos que hacer hasta lograr el objetivo pues nos resultó complicado dar con ella. Rebecos grandes, hembras viejas y demasiado jóvenes, animales de todo tipo, pero ninguna hembra ‘selectiva’.

He de confesar que cuando un rececho no se cierra en los días programados y tienes que volver nuevamente me alegra, pues soy feliz caminando por aquellas sendas perdidas, alejadas de la mano del hombre. Allí donde el tiempo se para para hacerte pequeño y devolverte sensaciones que las ciudades deterioran, la libertad. Y disfruté y grabé muchas escenas que no caben en un video estándar de 30 minutos.

Cuando la suerte sonríe

Otra imagen del rececho de Cuesta. © J. C.

En la caza salvaje, en realidad la única caza que existe, los esfuerzos siempre se recompensan y en la última tarde, cuando ya dábamos el día casi por terminado bajando por una ladera solana, nos topamos con una gran cabrada en la que habría cerca de 20 hembras con crías. Afortunadamente esta vez sí había una rebeca selectiva por la que nos decidimos intentar un disparo a unos 320 metros de distancia.

Me apoyé en una roca cercana buscando el típico apoyo de mochila, el cansancio hacía que el pulso estuviera más inestable de lo habitual esperando a que se cruzara con una imponente imagen dorada por los últimos rayos de la tarde para soltar un primer disparo fallido por unos centímetros a la derecha del objetivo.

Los animales, ante el disparo, prendieton erráticas carreras para detenerse nuevamente, segundos que me permitieron meter una nueva bala en la recámara y alojar la cruz en el cuerpo de la bonita hembra selectiva para acariciar el gatillo, que liberaría el segundo y definitivo estruendo de la tarde.

El arma elegida fue un .270 Win con una nueva bala de rececho que nunca había probado en caza real (RWS STP) que se comportó a la perfección, pues aun habiendo alcanzado a la rebeca en un lugar un poco trasero, no la dejó moverse más de un par de metros. La confianza en el equipo es algo fundamental para lograr el éxito en los disparos largos de montaña.

La recompensa del esfuerzo

Os puedo asegurar que este ha sido uno de los recechos más bonitos y sufridos que he tenido en mi vida como cazador. Fueron muchas horas vagando por aquellos lugares que siempre se quedaran en mí para, de forma simbólica, llevarte ese pequeño gran trofeo, símbolo de aquellas bellas montañas que me susurran desde la distancia en mis momentos de soledad.

Cogí toda la carne que me fue posible, pues no os imagináis cómo está la cecina de rebeco y sus hamburguesas. Esta es mi forma de cerrar el ciclo; me gusta pensar que ahora son parte de mí, de mi sangre, de mi ser y de mi familia, no hay mayor acto de respeto que ese. Mi admiración es eterna porque en el fondo envidio ser lo que son, seres libres en un lugar maravilloso.

Salir de allí yo solo fue una película digna de vivir pues los montes de los ancares no son broma ninguna y me costó una barbaridad llegar al camino donde me esperaban.

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