No puedo evitar esbozar una sonrisa cuando pienso en la cantidad de noches que me pegué la culada por mi cabezonería y mi afición a pesar de tener el viento en la nuca. O en cuántas veces me puse a esperar en la orilla de una siembra sin haber visto realmente rastros confiando en la posibilidad de que a lo mejor al jabalí esa noche le apetecía pasarse por allí.

Eso era pasión a prueba de bombas ¡Ahora no me pones tú a mí a esperar a que a algún guarro le dé la idea de aparecer por donde yo estoy ni aunque me pegues a la silla! Y no hablemos de los puestos que elegía. Tantas eran las fábulas que había oído y leído sobre la peligrosidad de aquellas bestias infernales, que mis primeras esperas las hice subido en la cruz de un almendro.

La posición que al principio parecía más o menos cómoda, pasadas un par de horas se hacía insostenible, pero como tenía aquel celo desorbitado allí aguantaba yo como un penitente. Al bajarme por el tronco las piernas no me aguantaban y necesitaba no pocas veces tirarme al suelo y hacer unos minutos de ‘rehabilitación’ para que la vida volviese a circular por ellas.

El progreso

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Existen modalidades de caza a las que el progreso apenas ha afectado de manera apreciable. La tradición y los viejos métodos por ser óptimos se imponen frente a cualquier tipo de innovación, y aunque se mejora alguna cosilla, ésta no desmerece o cambia la esencia de la modalidad en cuestión. Yo diría que la mayoría de tipos de caza son ancestrales y apenas se han visto afectados de forma sustancial; pero este no es el caso de las esperas al jabalí.

Estos 30 últimos años han sido una constante evolución y debemos decir que en detrimento de las probabilidades de un buen macareno para desarrollarse por completo. Hoy día se puede aseverar sin ningún tipo de miedo que el jabalí lo tiene difícil para lograr zafarse del cazador, pero sin embargo se da la paradoja de que los cochinos son cada vez más abundantes a pesar de que se utiliza todo tipo de tecnología para darles caza.

El jabalí como individuo lo tiene más crudo, pero como especie está en un crecimiento floreciente y en una expansión sin control. Esto nos ha llevado a que las distintas comunidades autónomas lleguen a permitir un abanico de utensilios y modalidades que hace 30 años habrían sido impensables e ilegales por fuerza, pero que hoy en día, amparándose en ese crecimiento desorbitado y la necesidad de controlar las poblaciones, se tornan métodos y sistemas razonables.

Fototrampeo

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Lo de las cámaras de fototrampeo era sólo el sueño de alguno visionario. Imaginábamos que en un futuro esto podría llegar a convertirse en realidad, pero lo ordinario era como mucho arreglarse con algún reloj al que atábamos un hilo de pescar en la pila para que saltase al paso del jabalí. ¡Habré comprado más de cien relojes en los chinos! El sistema me funcionaba bien hasta que la lluvia le pegaba una buena calazón.

Para averiguar el tamaño del animal no había otra cosa que fiarse del número de suela que gastaba el comensal y confiar en el instinto. Este instinto, por cierto, es una cualidad que cada vez el esperista moderno tiene más adormecido porque se fía mucho más de la tecnología y mucho menos de la práctica y la observación. Este es a mi modo de ver uno de los mayores hándicaps con los que el cazador moderno se encuentra. Precisamente esa facilidad para el acceso a la tecnología nos ha convertido en un poco ignorantes puesto que ya no hace falta tener un perfecto conocimiento del medio en el que nos desenvolvemos, sino solamente unas nociones muy básicas. Las cámaras de espera han venido a sustituir a todo intento de imaginación.

Ya no tenemos que hacernos una idea de lo que está entrando sino que lo sabemos perfectamente, así como la hora, el número de animales, temperatura etcétera. Una cantidad de información que antes sólo podíamos soñar. Es más, ahora tenemos la opción de incluso permanecer cómodamente sentados en nuestro coche con la calefacción puesta y acercarnos al cebo para tirar cuando nos llega la foto del gran macareno receloso moliendo panizo. Eso anula las posibilidades del animal de detectarnos antes de entrar a comer, por lo que tras dar su vuelta de reconocimiento decide hacerlo confiadamente. Sí, ya lo sé, es un lujo, pero ¿No creéis que descafeína un poco la cosa?

Cebos

Aunque los cebaderos automáticos ya hace muchos años que están en funcionamiento, hace 30, cuando yo empecé, la forma de cebar los jabalíes que se imponía era ir todos los días con el cubo de maíz y echar un montón debajo de unas piedras. Con el tiempo me di cuenta de que lo de poner la comida amontonada estaba muy bien cuando uno iba a cazar un jabalí solitario en concreto, mas cuando era una piara lo que acudía, se formaba una bola de cochinos en la que es imposible distinguir una pieza a la que disparar y ser medianamente selectivo.

Desde ese momento aprendí que es mejor cebar siempre esparciendo el maíz por un área más o menos extensa de tal manera que puedan estar comiendo varios jabalíes totalmente separados para seleccionarlos mejor. Por cierto que también me ha servido de rebote para reunir a veces unas juntas buenas de torcaces y pegarme alguna jornada de cimbel de las que hacen afición. No estuvo mal aquel agosto en que en el mismo día y en el mismo cebo colgué 28 torcaces y un macareno ¡Mayor rendimiento no se me ocurre!

Lo de los rulos era la única manera que había de tener un cebo a demasiados kilómetros de distancia de tu casa y sin tener que ir a abocar el saco a diario con la inversión de tiempo que supone y también con el coste del gasoil que no es moco de pavo precisamente. Sin embargo, tengo que reconocer que han sido muy pocos jabalíes los que yo he matado con el sistema del rulo dispensador de maíz y que no me ha dado muy buen resultado.

También es cierto que tampoco he tenido que utilizarlo mucho ya que vivo cerca del campo y solo se tarda un rato en ir a echar de comer, aparte de que para mí la visita a los cebos también me ha servido siempre como distracción. Sin embargo, las veces que coloqué el típico bidón de plástico con agujeros sujeto por una cadena la verdad es que no llegaron a tomarlo con gracia. Para el resto de gente la única alternativa era este sistema o bien tener a una persona del terruño que los cebase por ti ya fuese pagando o por mera amistad; aunque mucha amistad debe ser esa para que alguien se amarre a la obligación por mucho tiempo sin tener pasión u otro interés.

Pero he aquí que la ciencia tiene respuestas para todas las necesidades si hay beneficio de por medio, y llegaron los comederos eléctricos que son una maravilla y que no tienen otra pega ni otra contra indicación que la abundancia de los amigos de lo ajeno. Hoy día uno puede vivir en Madrid y tener un cebo en Andalucía perfectamente alimentado por un cebador electrónico que le administra la cantidad de maíz que nosotros queremos programándolo, y además sabiendo todo lo que está entrando porque nos llegan fotos a nuestro móvil.

Decidme vosotros a mí si ha cambiado o no la cosa para que uno pueda decidir a cientos de kilómetros de distancia si merece la pena echarse a la carretera o no. Si se quiere rizar el rizo se conecta un sensor ilumina-cebadero también, aunque de todas formas tampoco es muy necesario esto último puesto que ahora, el que más y el que menos monta su visor nocturno; en algunas comunidades ya incluso un térmico, que es la repera limonera.

Mi primera vez con un térmico

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La primera vez que utilicé un dispositivo de visión térmica –que por cierto no hará más de un par de años– me quedé estupefacto. Primero por la calidad de la visión y el mundo de posibilidades en la caza que esta tecnología me ofrecía, y segundo porque por primera vez fui consciente de la cantidad de animales que en realidad había en el campo cuando pude verlos con la misma claridad que si estuviesen a las 12 del mediodía.

No, mucho mejor que si estuviesen con el sol en lo alto, porque aquí se les distingue con mayor contraste y sus colores pardos no les camuflan en absoluto. Lo primero que pensé fue en el desastre que iba a suceder cuando esta tecnología cayese en manos de la gente equivocada como de hecho ha sucedido en muchos casos. No es exagerar decir que el visor térmico amenaza seriamente con acabar con las esperas de jabalí tal y como las conocemos, puesto que si uno lo que quiere es ver animales y seleccionar, lo más rentable es el rececho nocturno a pesar de que esté prohibido. Me consta que es la práctica reina para los que disponen de esta tecnología, que ya son prácticamente todos los cazadores excepto algún romántico como yo, que nos aferramos a la tradición no sé hasta cuándo.

Al hilo de esto, la espera pura al jabalí también está evolucionando sobre todo afectada por la tecnología de la visión térmica. Ahora lo que más cuenta trae al cazador que no quiere ser descubierto por el animal es poner el puesto de espera a una distancia considerable, desde allí estar mirando con el visor térmico y solamente hacer la entrada al animal cuando ya esté comiendo tranquilamente y haya desechado toda sospecha de ser engañado. Yo ya hace mucho tiempo que si el terreno lo permite lo suelo hacer de esta forma sin tener térmico, pero claro, como desde tiempo inmemorial en la caza nocturna, estoy supeditado a la luna para poder ver algo con los prismáticos. Ahora la mayoría de gente no hace un puesto a 50 metros de la presa sino que se suelen hacer más lejos y realizar la entrada después de haber comparecido el animal.

Lo malo también de todas estas modernidades es que hoy en día cualquier advenedizo puede salir al campo y encontrar un jabalí sin dificultad, pero hace 30 años uno necesitaba saber perfectamente lo que se estaba haciendo y saber interpretar todos los signos que tenía delante. Lo de buscar los jabalíes con unos prismáticos a la luz de la luna era ciencia oculta para la mayoría, que solamente era capaz de echar comida de forma regular en un sitio y sentarse el día de la espera.

Recuerdo perfectamente alguna anécdota de estos ‘cebadores cuadriculados’, como cuando invité a un amigo de la capital, aunque este tipo de cosas me han pasado muy a menudo. Le coloqué en la orilla de unos almendros que estaban machacados por los jabalíes y le dije por dónde creía yo que iba a entrar algún cochino. Me extrañó mucho que no disparase y cuando lo recogí me estuvo explicando que entraron varios, pero que como no habían bajado exactamente por donde yo le había dicho no los había tenido bien a tiro. Lo que yo te digo. Ni siquiera se planteó la posibilidad de levantarse y caminar un poco en dirección a donde estaban los animales partiendo almendra para dispararles. Era un cazador de cebo puro y duro como tantos otros.

Las armas

Un cazador apostado antes de comenzar una espera de jabalíes. © Ángel Vidal

Las armas se puede decir con toda seguridad que es lo que menos ha evolucionado en todos estos años, pues no es exagerado decir que uno prácticamente tiene la posibilidad de cazar los mismos jabalíes con un rifle de hace 50 años que con uno último modelo. Me sorprende la cantidad de décadas que está perseverando la tecnología de las armas y de la munición teniendo en cuenta todos los avances que hay en lo demás.

Quitando alguna cosa referente a los diseños y materiales, en esencia las municiones y cañones –que al fin y al cabo es lo que abate al animal– siguen siendo muy parecidos y con prestaciones similares. De hecho, mi rifle tiene más de cuatro lustros y en la actualidad se sigue vendiendo exactamente el mismo modelo con apenas variaciones. Cuando yo empecé a cazar, viendo el ritmo que llevaba la tecnología en todas las parcelas de la vida, tenía por cierto que para estas fechas estaríamos disparando armas láser o rayos paralizantes para practicar el captura y suelta… pero no. Aquí seguimos con el buen acero, el plomo y la pólvora.

Atrayentes

También en cierto modo se puede aplicar lo mismo que he dicho para las armas si lo que tenemos en cuenta es el tipo de atrayentes que se utilizan para los jabalíes allí donde están permitidos. Sí que es cierto que hay productos en el mercado que han sido creados por expertos en la caza del jabalí y que funcionan muy bien para traer más bichos a nuestro puesto, pero no creo que haya grandes diferencias de efectividad respecto a lo que solíamos utilizar hace 30 años. Estos atrayentes sí que sirven para que encuentren nuestra comida más rápido pero al fin y al cabo lo que atrae al animal de verdad es el alimento fácil que encuentra cada día en el mismo sitio.

El cazador, fundamental

Quizá también los cazadores tengamos nuestra parte de culpa en no haber sabido explicar a la sociedad animalizada lo verdaderamente necesaria que es nuestra actividad para el correcto equilibrio del campo, no digo yo que no, que si de algo hemos pecado siempre ha sido de individualistas; más imprescindibles incluso teniendo en cuenta que ya no existen súper depredadores al menos en muchas zonas de España.

Pero es que incluso existiendo el lobo en la mitad norte tampoco es un animal bobo precisamente, y pudiendo matar un animal de granja no se va a partir la cara con un jabalí. Nuestra sigue siendo la responsabilidad de mantener un equilibrio en las poblaciones de nuestro animal nocturno favorito, ya que no parece factible que nadie ni nada más lo haga.

Por esta razón adaptémonos a los nuevos tiempos y usemos lo que la modernidad nos ofrece pero siendo éticos con nosotros mismos. Esa superioridad que ahora tenemos sobre los cochinos debe ser utilizada con cabeza, quitando muchos jabalíes donde sobren muchos jabalíes pero siendo selectivo en las zonas en los que haya menos. Pero eso también, es cierto, que no necesitamos que nos lo explique nadie. Por más que a los ecologistas de salón les fastidie, los primeros interesados en que el monte viva en equilibrio y armonía somos nosotros, los de siempre, los que siempre estuvimos y si Dios quiere siempre estaremos.

Enfocando

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Qué lejos veo ya aquellas esperas de mis comienzos con la escopeta y un foco de coche o moto y a mis pies la caja de la fruta con una batería de las gordas dentro! Me recuerdo a mí en esta tesitura y parece que no hiciese 30 años de aquello, sino 130. Menuda cara de tonto se me quedó tantas veces cuando apuntando al jabalí que salía corriendo se me enredaba el cable, le pegaba el tirón a la batería… y muy buenas noches.

Me quedaba más desorientado que Carracuca. Luego ya llegó la ‘modernidad’ y nos fabricamos unos focos a 12 voltios que alimentábamos con una pequeña batería que nos colgábamos a la cintura con una riñonera o cruzada al cuello con un zurrón de tela. Ya había en el mercado baterías, focos a pilas y materiales fabricados ex profeso, pero el precio era delirante para todo aquel que no tuviese un bolsillo muy potente.

No existían ni Aliexpress ni Amazon, por lo que adquirir cualquier artículo hecho con la intención de cazar era un capricho y como tal se pagaba. Hoy en día se puede adquirir de todo por muy poco dinero. Productos con los que apañarse aunque los haya de mucha más calidad y mucho más caros. Por poner un ejemplo, yo utilizo un foco de cabeza para pistear y caminar por la noche, como casi todo el mundo. Lo tengo hace varios años y cuando lo enciendes da encanto. Me costó, gastos de envío incluidos, unos 11 euros. Por ese precio pensé que no me aguantaría más de unas cuantas noches o hasta el primer remojón, pero ahí sigue después de al menos diez años de uso.

Mis invenciones

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Un sistema que sobre el papel nos ofrecía exactamente las mismas posibilidades que hoy las cámaras de fototrampeo. Precisamente fue uno de esos macarenos recelosos que siempre daba la vuelta al cebo antes de entrar para cazarme, lo que me llevó a darle unas cuantas pensadas para conseguir un sistema eficaz de aviso.

El objetivo era saber a distancia que el jabalí estaba en el cebo, para entrar y tirarlo cuando él ya estuviese comiendo con tranquilidad. Todo esto mucho antes de que las cámaras con envío de mensajes al móvil existiesen. Juan Carlos me fabricó una linterna de la que sacó dos cables largos separados por una pinza con un muelle no muy fuerte.

Yo colocaba la linterna amarrada encima de algún almendro o pino y bajaba los cables con la pinza hasta el suelo. Allí ponía la pinza sobre el terreno y la presionaba para abrirla con el peso de una piedra no muy grande. Luego ataba un hilo de pescar que cruzase a un palmo de altura la zona del maíz y lo ataba a la piedra de la pinza.

Cuando los jabalíes entraban al cebo hacían saltar el mecanismo que cerraba la pinza y daba el contacto, y la luz repentina en lo alto de un árbol en mitad del monte era visible a kilómetros de distancia aunque la linterna fuese muy poco potente. ¡No sabéis el subidón de adrenalina cuando estando uno ya adormecido en el coche de repente se hacía la luz! Entonces era cuestión de arrancarlo y acercarse a una distancia prudente, desde allí acercarse caminando con mucho sigilo y el aire de cara. ¡Qué gustazo cuando conseguí engañar a aquel sinvergüenza y a otros muchos con mi invento! A punto estuvimos de patentarlo si no hubiera sido porque no teníamos experiencia en estos menesteres y no tocamos las puertas adecuadas.

El único problema que me hizo fracasar más de una noche es que las liebres tienen la puñetera manía de que hilo de pescar que se cruzan en su camino, hilo que cortan de una certera dentellada, pero con tanta delicadeza que no hacen saltar el dispositivo. Allí se puede quedar uno como un pasmarote hasta que amanezca esperando que se encienda la luz mientras los jabalíes hace horas que se fueron del cebo. Lo solucioné en parte subiendo la altura del hilo de pescar, pero me hicieron la puñeta muchas veces y me creaban desconfianza.

Lo peor que le puede pasar a un esperista para que las horas se le hagan tediosas. Hoy día yo creo que este sistema también puede seguir siendo muy útil, aunque es fácilmente mejorable por algún electrónico que aplique un sensor de movimiento a la luz de la linterna. He visto que se comercializan para iluminar el comedero, pero no para avisar a distancia colocando la linterna en un punto alto. Valga este artículo como copyright de la idea si es que no existe ya tal y como yo la he concebido, que seguro que sí.