Apenas 17 años tenía cuando bajaba del ferrocarril de vía estrecha que hacía el recorrido León-Bilbao. Desembarcaba en Puente Almuhey, un pueblo que a pesar de ser pequeño tenía mucha vida. Los comercios se extendían a lo largo de la carretera, pues tanto el monte de Boni como el río Cea obligaban a esta localidad a crecer a lo largo. Los bares estaban repletos de comerciantes, ganaderos y mineros echando la partida. En aquellos años de los sesenta, la España rural todavía estaba viva. 

La caza de toda aquella comarca estaba distribuida en poblaciones muy importantes desde el punto de vista cinegético –Prioro y Riaño son quizá las más significativas–, pero dentro de esta región existía una zona muy amplia que permanecía libre de tablillas y cuyo aprovechamiento cinegético era multitudinario. Cada pueblo contaba con su propia cuadrilla de cazadores y cada montero con sus perros –sabuesos y grifones eran las razas preferidas por los cazadores de la zona–. Los mejores días para cazar eran aquellos en los que la nieve cubría con su manto blanco todo el territorio, cuya vegetación arbórea estaba compuesta por robledales, pinares y hayedos junto a abedules, serbales y tejos.

Los pisteadores salían temprano a cortar huella en la nieve, sobre todo de jabalíes. Si la pista entraba en un monte y no tenía salida, estaba claro: los cochinos se encontraban allí encamados. Se cortaban los pasos más querenciosos del cochino y se entraba por el rastro para levantarlo. En muchas ocasiones, el que daba caza al jabalí era el montero que entraba con los perros.

Corzos cazados en Taranilla en 1975. © J. Ignacio Contreras
Corzos cazados en Taranilla en 1975. © J. Ignacio Contreras

El rifle no había llegado a aquellos pueblos

El rifle no había llegado todavía a aquellos pueblos. La escopeta paralela y alguna repetidora bien surtida con postas y bala eran las armas empleadas por aquellos cazadores. Los resultados de las batidas eran muy irregulares: abatir uno o dos cochinos significaba un éxito en toda regla, y lo que más se cazaban eran corzos y alguna liebre que, si salía, también iba al puchero.

Todo esto ha cambiado sustancialmente, no sé si de una forma positiva o negativa –cada cazador tendrá su punto de vista–. En aquellos años, y en lo que a caza mayor se refiere, el jabalí era un bien escaso, el venado y el rebeco sólo se encontraban en las reservas que lindaban con esta comarca, el corzo era la especie más abundante y el lobo se veía con bastante frecuencia.

Cazadores en una batida en el Otero de Valdetuejar en 1987
Cazadores en una batida en el Otero de Valdetuejar en 1987. © J. Ignacio Contreras

Caza menor en abundancia

Las especies de caza menor –perdices rojas y pardas, liebres y no digamos codornices– eran mucho más abundantes que en la actualidad. También era algo frecuente toparse con algún que otro urogallo. Estas especies hoy en día se encuentran en franca regresión, mientras que jabalíes, venados, corzos y rebecos han aumentado considerablemente sus poblaciones.

Corría el año 1995 cuando todo el terreno libre que existía en dicha comarca –situada en un enclave privilegiado y cuyos lindes son la Reserva de Riaño, la de Fuentes Carrionas y el río Camba– fue acotado. A partir de ese momento, la caza comenzó a asentarse: de esta forma crecieron las poblaciones de corzo y el jabalí encontró una relativa tranquilidad en aquellos montes.

Hoy día, podemos decir que las batidas que se dan en la zona han alcanzado resultados que a los cazadores de aquella época les cuesta asimilar. En el término municipal de Prioro, su gestor, Carlos Abascal, consiguió cazar recientemente la nada despreciable cifra de 70 cochinos en un fin de semana. Entretanto, abatir de 15 a 20 cochinos en Crémenes durante una montería es algo bastante habitual, según nos comenta su gestor Javier Rodríguez… y así podríamos poner cantidad de ejemplos.

A la derecha, el autor con un rebeco cazado en 1973. © J. Ignacio Contreras
A la derecha, el autor con un rebeco cazado en 1973. © J. Ignacio Contreras

Venados con denominación de origen

El venado, por otro lado, se encuentra en un momento de crecimiento gracias a la aportación, por un lado, de la Reserva de Riaño y, por otro, de la de Fuentes Carrionas y el río Camba. Así esta especie ha conseguido colonizar la mayoría de los cotos de la comarca, y aunque su número aún no es todavía ‘excesivo’, sí se deja ver con bastante asiduidad. Además, los trofeos que aportan dichos venados suelen ser bastante importantes, ya que una de sus ramas genéticas proviene del río Camba, donde se localizan trofeos difíciles de superar.  

El corzo, por su parte, se encuentra presente en todo el territorio con una población muy extendida. Los trofeos son largos, pero les suele faltar grosor y perlado. Los parajes donde se rececha al que algunos llaman ‘duende del bosque’ son inigualables: pequeñas praderas que se dominan desde lo alto de un risco, prados rodeados de olmos o camperas situadas a la altura de los rebecos. En resumen, aunque no se trata de un trofeo fantástico, lo excepcional será el sitio en el que se produzca el lance.

El rebeco cruzó hace años la barrera del río Esla y se ha extendido hasta Peña Corada, aunque actualmente ha sufrido un importante descenso en sus poblaciones a causa de la sarna. Sobre su caza no hay nada que decir pues todo aficionado que haya tenido la suerte de poder rececharlo sabe de la seducción de esta modalidad.

Yo, después de 50 años cazando por estos parajes, tengo pensado seguir tras estos animales montunos. Las fuerzas no son las mismas que antes, pero los años te dan la serenidad necesaria para poder disfrutar los lances de manera más intensa y más tranquila.