La caza de perdiz roja (Alectoris rufa) con reclamo forma parte de nuestra historia. Existe antes que las armas, y escritos como la fábula de Esopo El pajarero y la perdiz permiten datar esta modalidad en el siglo VI antes de Cristo. Aristóteles también hace referencia a ella en Investigación sobre animales.
Por tanto, no puede discutirse que forme parte de nuestra tradición como tampoco que se trata de una modalidad selectiva por antonomasia, como los recechos o las esperas, que no sólo exige conocer muy bien su esencia y tradición –el buen pajarero piensa y vive todo el año para este tipo de caza, desde que comienza a criar y educar a su pollo hasta que por fin puede salir al campo con él–, también mucha paciencia y templanza a la hora de apretar el gatillo.
Aquí no prima el número sino todo lo contrario, disfrutar del campo, donde los protagonistas son los machos de perdiz roja que, en buena lid, luchan entre ellos. Su utilidad como herramienta de gestión es por tanto uno de los aspectos que justifican su práctica: las poblaciones de perdices se distinguen por contar con un mayor número de machos que de hembras, las parejas son fieles durante toda su vida y a la hora de formarse las nuevas siempre sobran pretendientes que no dejan de incordiar e incluso de molestar durante la fase de incubación.
Los machos de perdiz roja viejos que no dejan criar
En ocasiones solemos ver bandos de muy pocos miembros acompañando a sus progenitores. La cada vez más asfixiante presión predatoria que soportan o la climatología adversa que puede cebarse con los pollos en sus primeros días de vida son dos causas que explican el reducido número de patirrojas y el descenso generalizado de sus poblaciones. Otra explicación la encontramos en el acoso que sufren las parejas jóvenes por parte de estos machos viejos autoritarios y de mayor ‘poder ofensivo’.
Nos referimos a colleras con muchos años que ni crían ni dejan criar y que suelen imponer su dominio impidiendo que salgan adelante la mayoría de las nidadas de las perdices más jóvenes, pues éstas se ven obligadas a abandonar la puesta, que casi tenían finalizada, para buscar un lugar algo más alejado de sus viejos y camorristas vecinos. En estos casos, una segunda puesta, más reducida en cuanto al número de huevos, es la consecuencia más directa de este exilio forzoso.
Algunos acotados, sabiendo este hecho, realizan clareos de machos viejos y de parejas estériles que sólo traen consigo un descenso progresivo de la densidad perdicera de la zona. Sí, la caza con reclamo también sirve de inestimable ayuda para controlar las parejas viejas, que necesitan más territorio y son menos fértiles. De hecho, son una de las razones del descenso generalizado de la especie en algunos cotos: las puestas de las hembras de avanzada edad decaen de forma alarmante, y no es poco frecuente, durante la época en que suelen verse bandos muy nutridos, encontrarte con colleras solitarias que vagan por su territorio sin haber obtenido éxito en sus intentos de reproducción.
¿Qué cazar y por qué?
El reclamo, como caza selectiva, nos posibilita a elegir a qué tirar. Es muy importante hacerlo primero a la hembra y después al macho. Si lo hacemos al revés dejaremos en el campo una complicada viuda que difícilmente entrará en plaza en lo que resta de temporada.
Tirar solo a lo machos pensando que la cría es responsabilidad única de las hembras es un error, ya que las patirrojas sacan sus pollos adelante valiéndose tanto del padre como de la madre. Por otro lado, si no seguimos esta rutina y alternamos el orden de forma aleatoria provocaremos el desconcierto de nuestro siempre delicado pájaro, confundiéndole y echándolo a perder.
Regla de oro ¿Cuándo tirar?
Conocer cuál es el momento en que debemos disparar es lo que marca la diferencia entre un buen cazador y otro que no lo es. De entre todas las normas que rigen esta modalidad hay una que resulta fundamental: sólo se puede tirar a la perdiz que el reclamo ha recibido. Por tanto, toda aquella que llegue al ‘tanto’ sin ser recibida, es decir, sin que nuestro reclamo haya cantado y atraído a sus congéneres, no puede ser tirada.
La primera razón es que no se trata de cazar más sino de disfrutar de nuestro pájaro: la segunda, que éste se malacostumbra, llegando a perderse al dejar de asociar la muerte de la perdiz con el lance y batalla dialéctica. Una vez que nuestro reclamo va atrayendo a las camperas será otro cantar, pudiendo verdaderamente recrearnos con los lances… aunque dependerá del celo con que acudan las perdices. Si vienen ‘buenas’, arrastrando el ala, podremos aguantar en el puesto dispuestos a disfrutar del repertorio completo de nuestro pájaro.
¿En qué posición tiro a la perdiz?
El primer disparo es básico y vital: siempre hay que tirar la perdiz de espaldas o, si no es posible, de lado, nunca de pechuga pues la mayoría de las veces se quedarán pegando saltos o aleteando delante del pájaro y éste no asociará su lucha con la muerte de su enemiga, cerrando el pico para los restos. Por esta razón debemos siempre asegurar el tiro, pues a pesar de todo alguna podría quedar aleteando y, como hemos dicho, ‘estropear’ a nuestro reclamo.
Además, si éste es nuevo hay que tirar lo antes posible: si le dejamos mucho rato con un macho corremos el riesgo de que se acobarde en su primer lance y ya no habrá manera de arreglarlo; si se trata de una hembra se pondrá ‘atacao’ e intentará salir de la jaula para irse con ella. Ésta, mucho más lista, descubrirá el engaño largándose corriendo y dejando al pájaro con dos palmos de narices.