Hay cierta literatura, sobre todo en artículos de opinión, respecto a cómo debe ser la indumentaria adecuada de un cazador. Que si tradición, que si funcionalidad. Conceptos que no tienen por qué ser antagónicos, uno puede respetar la tradición en el atuendo al mismo tiempo que se aprovecha de la modernidad en los tejidos con los que se confeccionan las prendas en la actualidad.

Perico Castejón en un artículo titulado ¿Cómo vestirse para una montería? Defendía la importancia de cuidar la estética, la elegancia, a la hora de practicar una actividad, en concreto la montera. Suscribo cada una de las palabras escritas por este magnífico rehalero. Aunque no sea este, en su totalidad, el tema elegido para abordar hoy en estas líneas (tal vez en otra ocasión…), el texto de P. Castejón hará de soporte para esbozar ciertas ideas que quiero compartir con ustedes.

Despertares de ilusiones después de sueños vividos con episodios apoteósicos que albergas el deseo de llevar a cabo en horas cercanas. ¿Qué montero, rehalero o perrero no ha fantaseado con ellos durante su dormida?

Colores verdes, pardos, tostados… cubren los cuerpos de los cazadores reunidos en horas tempraneras para saborear unas deliciosas migas, que calientan las entrañas entumecidas que se alzan sobre la escarcha que ha dejado la noche escampada en la que el hielo ha cubierto los campos.

Solamente observando esa imagen, a esas gentes ataviadas con esos tonos, uno se sitúa dónde está. Qué actividad se va a llevar a cabo a lo largo de la mañana. No hace falta poner en funcionamiento más sentidos: no hace falta oír el enganche de algún perro nervioso con otro can dentro del camión; no hace falta oler la hoguera, que, a bien, han preparado los postores para calentar las manos frías de los allí presentes a la espera del sorteo; no hace falta degustar esas migas que antes mencionaba; y no hace falta tocar, dentro de unos minutos, el metal del alcabuz que empuñaremos al llegar al puesto.

Esa estampa matutina, de presentación, de hombres y mujeres revestidos en equilibrio con los colores del campo debe tener un punto de inflexión por el bien de todos. Y por desgracia no todos obedecen a lo que la ley indica y el sentido común aconseja, poniendo así su vida en riesgo y mutilando al vecino del disfrute de ese lance extraordinario con el que ha soñado la noche previa.

No hablo ya de elegancia o no: de bombachos y zahones o pantalones de camuflaje; de cazadora de loden o chaqueta de la mili; de sombrero de fieltro o gorra de John Deere. Hablo de que te avisten en el puesto y en el monte al batearlo o que te mimetices tanto con él que pases desapercibido entre jaras, escobas, madroños o acebuches.

Hablo de colaborar para que el día de caza sea un recuerdo de bellos momentos y de risas. Simplemente hablo de obedecer y ser prudente poniéndote una prenda reflectaria como se te indica, a ser posible como obliga la JCyL, es decir, que cubra todo el tronco, no una cinta de una anchura similar a cuatro centímetros alrededor del brazo o en el sombrero que para visualizarla tienes que hacer un esfuerzo titánico o tirar del uso de unos gemelos.

Y este tema no es baladí, es de gran importancia y nos incumbe a todos.

Antes de abrir el macuto, al llegar a mi puesto, lo primero que hago, sino antes, es ponerme mi chaleco reflectario para ser una diana visible, a largas distancias, a la que no tirar. Protejo mi vida, pero… ¡me interesan todas! Quiero que los de mis posturas de al lado hagan lo mismo y que el perrero que viene ya un tanto callado por el monte se le vea en la distancia. Quiero verlos. Necesito verlos. Tengo derecho a verlos, si es necesario, porque si no no podré saborear ese día de montería. Es una pena tener que bajar el arma o no llegar ni a encararte al cruzar una pieza por el puesto -como más de una vez ha sucedido- porque he dudado donde estaba el cazador. Se ha camuflado tanto con la naturaleza que tengo que utilizar los prismáticos para situarlo en el mapa.

En este caso me da igual que sea la elegancia personificada o vaya vestido a lo Chuck Norris solo quiero que me permita disfrutar de mi afición y sea cumplidor con una ley, que, en este caso, es de lo más acertada, favoreciendo la seguridad y evitando accidentes.