Como la mayor parte de los cazadores españoles saben, Alfredo Martín fue uno de los grandes referentes de la caza de jabalí en espera en España. El ‘Tío Luna’, como así lo conocía todo el mundo gracias a sus libros sobre esperas, a los foros de su página web y a los artículos que escribía en Jara y Sedal, nos dejó la noche del 1 de julio de 2015 precisamente haciendo lo que más le gustaba: una espera.

Para el equipo de esta revista fue un duro golpe, puesto que se trataba de un colaborador de una enorme calidad humana. Por este motivo, y a modo de homenaje, hemos buceado en nuestra hemeroteca para rescatar algunos de sus mejores secretos a la hora de cazar el jabalí en espera, redactados todos ellos en aquella primera persona tan característica de sus artículos.

Los secretos del puesto de aguardo

Lo primero será elegir el sitio donde vamos a colocar nuestra postura, teniendo en cuenta las querencias de los cochinos y decidiendo si pensamos disparar a nuestro ‘invitado’ cuando vaya a solazarse en su baña, cuando pase por un sitio determinado camino de su baño o del comedero o, precisamente en este último, cuando esté dando buena cuenta de su manduca, ya sea natural –siembras, bellotas, viñas o frutales– o el cebo que le hayamos ofertado.

En función de esta decisión colocaremos el puesto en una ubicación distinta. Escogido el sitio, la siguiente tarea será observar detenidamente los aires dominantes, siempre teniendo en cuenta que, normalmente, cambiarán a la caída de la tarde –lo habitual es que bajen desde la sierra hacia la raña–. Tampoco estorba conocer su probable dirección durante las amanecidas, por si nos diera por aguardar al marrano en su recogida hacia el encame. 

El calibre ideal

La munición ha de ser la adecuada, es decir, potente: el jabalí es un animal muy duro de roer y disparar en la oscuridad de la noche no es sencillo, por lo que debemos poner todo de nuestra parte para evitar que el animal sufra lo menos posible. Yo diría que el calibre mínimo a emplear es un .270, o mejor un .30-06… e incluso algo más. ¡Olvídate de los utilizados para recechar corzos u otros ‘trabajos finos’!

Desde 1970 siempre me acompaña mi BSA de cerrojo en calibre .30-06 al que, muchos años, después monté un visor Swarovski de 3-12×56 que funciona de maravilla.

Artículos imprescindibles en una espera

En uno de los bolsillos laterales siempre encuentro una buena navaja bien afilada para las tareas de capar, desollar… No es necesario un cuchillo de monte porque no tendremos que acudir al remate. Y como no quiero quedarme sin una fuente de luz durante la espera, en otro compartimento guardo (además de la que monto en el visor) un par de linternas: una muy potente (con un accesorio para colocármela en la frente y así tener las manos libres) y otra más pequeña.

Un ahuyentador de insectos (mejor en barra que en spray), un bote de polvos de talco para comprobar la dirección del aire, unos caramelos para mitigar cualquier tos inoportuna y una buena cámara de fotos compacta para inmortalizar el trofeo completan mi catálogo de imprescindibles, junto con un reloj de muñeca para consultar la hora en cualquier momento y en el bolsillo, apagado, el móvil para hacer frente a cualquier emergencia. 

Sólo resta el apartado de ‘posibles’, en el que podemos incluir un ligero tentempié, por aquello de los molestos y delatadores ruidos intestinales, y una botella de agua (según lo ascetas que seamos), además de añadir una buena dosis de afición junto a otra mayor de paciencia.

¿Cómo calibro mis rifles?

Siempre pruebo mis rifles y visores a la distancia real a la que quiero que hagan impacto cero. El .243 lo coloco a 200 metros, pues lo uso en recechos más bien largos; el .30-06, en monterías y esperas, a 180. Diréis que en las primeras no se debiera disparar tan lejos y que en las segundas no se suele tirar a tal distancia, pero así cubrimos todas las posibilidades.

En un aguardo el proyectil podría impactar un par de centímetros alto con un resultado quizá más letal que si lo hiciera en el corazón. Si el BSA lo usara sólo en esperas lo podría colocar para impactar, por ejemplo, a 100 metros, pero eso sería casi olvidarnos de que es un rifle y no una escopeta.

A mí así me va estupendamente, aunque tengo mis pifias, pero en ellas la culpa es exclusivamente mía, como con la famosa Cornisola, la vieja hembra de Gredos a la que envié por encima cuatro proyectiles del .243. Por los nervios olvidé que el Voere tenía el impacto cero a 200 metros y estaba tirando sólo a 80. La volvimos a localizar y la tiré a unos 170 metros. Cayó seca.

Probando el Sauer S100 Cherokee en el campo de tiro. / JyS

Confía siempre en tu rifle

Lo realmente importante es tener el rifle siempre a tiro. Leí a un gran cazador que decía: «Si tienes 100 cartuchos, dispara 90 al blanco y llévate diez a la cacería». ¡Qué razón tenía! Para tener total confianza en nuestra arma en el momento del lance debemos disparar con ella siempre que surja la ocasión. Hay que practicar con frecuencia el tiro al blanco, haciéndolo con tranquilidad, calculando muy bien las distancias y mejorando la forma de encarar. Debemos disfrutar con cada tiro y no jugar a la lotería cada vez que oprimamos el gatillo.

Cuando instalé el primer visor en mi .30-06 tuve la sana ocurrencia de ponerlo a tiro con una simple regla de tres. Pensé que si disparaba a 50 metros, por ejemplo, haciendo la debida proporción sabría la trayectoria a 100, 200… No sabía o no me acordé de la trayectoria parabólica ni de cosas por el estilo, así que apliqué la regla de tres, hice las correcciones oportunas y… ¡Al campo!, a un ganchito autorizado por daños en septiembre. Ya colocado en un puesto elevado en una vieja pared de piedra, un buen cochino se descolgó de un cerro casi derecho a la postura.

No me moví, dejándolo cumplir, y cuando creí que se hallaba a la distancia adecuada me bajé de la pared, apuné a conciencia y… Uno, dos, tres, cuatro y cinco, ¡y porque mi .30-06 no carga más cartuchos! Cuando finalizó la batida hice varios disparos de prueba y todos pegaron casi dos metros por encima de donde, según mis cálculos, deberían dar.

Desde dónde tiraremos

Lo siguiente es calcular la distancia de tiro: si es muy larga podríamos tener problemas para distinguir con nitidez al cochino y centrarlo en el visor. Si es demasiado corta corremos el peligro de que escuche cualquier pequeño ruido que hagamos o nos detecte por un revoque del aire. En mi opinión, debemos hacer los puestos distanciados del comedero, a unos 60 metros; otros veteranos esperistas los prefieren muy cerca, ya que la proximidad al jabalí confiere una mayor emoción al asunto.

Otro detalle: la luz de la luna no debe darnos directamente, algo que será difícil de comprobar hasta que no pasemos una noche en el puesto. Traigo esto a colación porque hay quien sigue opinando que los guarros tienen mala vista: sí, tienen mucho más desarrollados el olfato y el oído, pero no son ciegos y además se conocen de memoria las matas, piedras y ‘bultos’ de su zona. P

or eso debemos instalar el puesto con antelación, para que no sospechen la noche de la espera. Eso sí, ten en cuenta que nuestros jabalíes están ya muy escamados después de tantas esperas como se practican, por lo que cada vez entran más desconfiados y más tarde. He comprobado que cuando la luna se va llenando pueden llegar a retrasarse hasta cuatro horas.

 Jabalinas y marranchones: ¿por qué no?

Cuando escucho a muchos cazadores eso de que «yo sólo tiro a los machos grandes» siempre pienso: «Qué suerte tiene este hombre… ¡o qué pocas veces dispara!». Acto seguido, lo confieso, siento cierta envidia: ¡ojalá pudiera permitirme ese lujo en mis esperas! También leo frases como: «Le distinguí el pincel a 200 metros». ¡Pues vaya visión nocturna que debe de tener el individuo, por mucha luna llena que hubiera!

En fin, compañeros esperistas, ¿qué os voy a contar? Vamos a intentar ser sinceros y, respetando todas las opciones legales, entremos de lleno al asunto de disparar en un aguardo a ‘algo’ que no sea el impresionante macareno que todos deseamos que aparezca en plaza. En definitiva, la pregunta es: ¿podemos o debemos disparar a una guarra o a un marranchón en una espera?

Hasta la Ley de Caza de 1902 el cazador no distinguía si tiraba a un macho o a una hembra de cualquier especie: todavía no estaba de moda el asunto de los trofeos. Las hembras estuvieron amparadas por esa ley –abatir una estaba sancionado con 100 pesetas– casi 100 años, hasta que alguien se dio cuenta de que se estaba rompiendo la debida proporción de sexos. Así se estableció la caza selectiva, bien a rececho –cabra montés– o en batida –cierva y gama–. Hoy, tras años abogando por ello, está autorizado el descaste de corzas, pero ¿qué pasa con las jabalinas?

Cochina seguida de su prole. /Shutterstock
Cochina seguida de su prole. /Shutterstock

Protegidas si van con sus crías

La Ley de 1970 habla de las hembras, en general, y de sus crías como «objeto de especial protección». Las distintas órdenes de veda lo dejan claro: no se las podrá disparar cuando vayan «seguidas de cría». Eso sí, en ningún sitio dice que no se pueda abatir una cochina. Y ante esto me pregunto: ¿cuándo un jabalí deja de ser cría? ¿Con 20 kilos de peso? ¿Con 40? Trasladando este caso a la caza menor, muchas veces me he cuestionado qué pasaría si existiera la prohibición de tirar a los conejos, liebres, perdices o palomas de sexo femenino. Distinguirlas sería una más que ardua tarea, y además… ¿qué adelantaríamos con ello? 

Otra visión del asunto, ya metidos de lleno en nuestra modalidad, es decidir previamente si vamos a disparar a guarras y marranchones cuando se nos conceden permisos de aguardos por daños. La intención del organismo que nos ha autorizado, una vez comprobados los daños reales por un agente medioambiental, es que se abatan la mayor cantidad de animales posible sin distinción entre machos o hembras, ya que ambos devoran con ferocidad la cosecha para desesperación del honrado agricultor. El permiso no se nos concede para que tan sólo intentemos cobrar un macareno que porte un buen trofeo: no es esa la idea ni la justificación.

 Vigila tu espalda

Decidido el emplazamiento del puesto, éste debe ser amplio. No en exceso, pero sí lo suficiente como para ocultar algún movimiento y que, de paso, tape nuestra silueta por detrás, que es lo que más nos puede dejar descubiertos a la vista de los animales. Debemos limpiar el suelo de maleza, ya que durante la espera –que normalmente durará varias horas– cualquier rama, piedra u obstáculo no tenido en cuenta nos puede estar molestando todo el rato, distrayéndonos o dificultando nuestra postura a la hora de disparar.

Por fin llega la hora de trabajar en su construcción sin ‘arrasar’ media provincia. Es decir, cortando sólo las ramas o arbustos necesarios aprovechando todo lo que el monte nos ofrezca y alterándolo lo menos posible. Al colocar las ramas que cubran tu postura intenta colocar las hojas en su posición natural y no con la parte posterior hacia arriba, ya que el astuto cochino, acostumbrado a deambular todas las noches por el lugar, detectará su color más claro, notará algo raro y se pondrá en guardia. Tampoco dejes a su vista los cortes claros de los troncos ni, en definitiva, nada que pueda llamar su atención.

 El momento del disparo

Ya sea una postura en el suelo o elevada, si la vamos utilizar con asiduidad convencidos de que se halla en un lugar inmejorable debemos tener en cuenta, aparte de la comodidad, el momento supremo del disparo. Conviene preparar una rama sujeta horizontalmente o cualquier otro sistema que sirva para apoyar el arma a la altura adecuada.

Desde que escuchamos llegar al guarro hasta que apretamos el gatillo suele transcurrir un buen rato, por lo que nos vendrá muy bien el apoyo citado. Es fundamental que no haya ningún obstáculo que estorbe el recorrido del cañón, desde que tomamos el arma –con la consiguiente carga de emoción– hasta que la encaramos y colocamos en la dirección correcta.

 ¿Se pueden hacer esperas sin puesto?

Para terminar, añadiré a todo lo anterior que se puede hacer perfectamente una espera… ¡sin puesto!, sea del tipo que sea. Basta con llegar al lugar con tiempo y elegir un sitio donde acoplarse, sea tronco, peña, o mata de jara, colocar la silla procurando que algún arbusto o piedra oculte nuestra silueta por detrás y esperar acontecimientos.

Lo que no se debe hacer nunca es situarse en mitad de un claro sin ‘disimularse’ con algún bulto, pues los jabalíes, como hemos dicho, no son ciegos. En cualquier caso, si disponemos de un puesto cómodo, usado y ‘probado’ en otras esperas estaremos más a gusto y con todo a favor, y podremos agradecerle buena parte del éxito cuando cobremos el deseado macareno. 

¿Cómo saber cuántos jabalíes hay en tu coto de caza?

Entran, además, en esta cuestión de abatir hembras y animales jóvenes, otros condicionantes como el tipo de finca, la densidad de cochinos, las oportunidades que cada uno tenemos de ir de espera –y con qué frecuencia– y, poderoso caballero, la disponibilidad monetaria para ir a algo barato o a una cacería de postín… ¡sin entrar en el tema de los cercones! Vamos pues a ser lógicos y pensemos que un ganadero sabe muy bien cuántos animales ha de tener en su rebaño, la proporción de sexos y las crías que debe enviar al matadero y las que no.

Dicho de otra forma, nosotros deberíamos conocer muy bien la población de jabalíes –o de cervuno, o de corzos…– que deberíamos tener en el coto y su correcta proporción de machos, hembras y crías, siempre, repito, observando la legalidad vigente: si en un aguardo nos entra una piara y los marranchones son lo suficientemente adultos para que puedan valerse por sí mismos no veo inconveniente en atizarle a la guarra o a cualquier miembro de su apetecible prole.

Yo, según las circunstancias, procedo de esta manera y no me avergüenzo en absoluto, pero existen otras opiniones al respecto: hay quien cree que, eliminando a la hembra, sus descendientes se dispersarán, colonizando nuevos territorios. Su madre, en cambio, seguramente permanecería muchos años en las mismas zonas donde ha pasado toda su existencia.

Camufla bien tu cámara trampa

Más de un esperista se confiesa fanático de las cámaras de fototrampeo que desvelan por dónde y a qué hora entra el jabalí al comedero o la baña. Restan emoción, pero aseguran el resultado. Te contamos cómo funcionan. Usarlas o no es decisión tuya. Como sistema de protección, estas cámaras están provistas de una caja metálica de seguridad… seguridad que se viene al traste cuando llega un amigo de lo ajeno y nos las birla.

Para evitarlo suelen venir ‘decoradas’ con motivos de camuflaje, pero aún así debemos esconderla lo máximo posible, hacerla invisible… cosa harto difícil pues normalmente hay algún listo que anda husmeando por el campo. Con una calidad de imagen de hasta 12 megapíxeles y baterías que pueden llegar a aguantar perfectamente hasta tres meses, entre otras características, estas cámaras son resistentes al agua –que no sumergibles–, lo que nos tranquiliza cuando estamos en casa y vemos llover a mares a través de la ventana. ¡Tranquilos que a la máquina no le pasará nada y al campo le viene muy bien el agua! 

Muchas de ellas incorporan una pantalla en la que se pueden visionar las fotografías. Las más sofisticadas incluso te envían un mensaje de texto al móvil avisándote de que acaban de tomar una instantánea… ¡e incluso llegan a enviártela! Confieso que yo apenas las he utilizado –cuando comencé a aficionarme a las esperas los mayores ‘adelantos’ técnicos a los que tenía acceso se limitaban a unas pilas de petaca acopladas al faro de bicicleta para conseguir una fuente de luz artificial–, pero creo que son una herramienta a la que podemos sacar un gran rendimiento. 

Cuando arrendamos un coto o vamos a instalar unos puestos en una nueva zona estas cámaras nos pueden informar de los animales que visitan los comederos –sean o no cinegéticos– y a qué hora lo hacen. También nos pueden ayudar a saber más de ese macareno que nos está volviendo locos, aunque eso significa empezar a caminar por la delgada línea que separa la emoción de lo inesperado con la asepsia de lo seguro. Yo, en este supuesto, prefiero prescindir de estas cámaras y apostar a la maravillosa lotería de qué nos puede’ entrar’ esta noche y conformarme con los tradicionales estudios de las huellas, las bañas, los rascaderos y las cerdas en las gateras. Esto nos hará, además, esforzarnos en conocer más sobre este animal para aprender a interpretar sus señales.

Como casi todo, es una cuestión de ética

En resumen, la caza tuvo su origen cuando las hordas de nuestros antepasados necesitaban las proteínas de la carne para subsistir y no se preocupaban de nada más. Entiendo que, pudiendo elegir, y sabiendo que su carne es mucho más tierna que la de un macho adulto, escogerían una hembra –o un animal joven– que, para complicarlo más, no estuviera en celo.

Ahora la actividad venatoria se rige por otros parámetros, pero es bueno que no nos olvidemos de nuestros ancestros. Volviendo a la pregunta del principio, diré que no soy quién para contestarla rotundamente. Esto que he escrito es sólo mi opinión personal, por supuesto, totalmente discutible, aunque estimo que lo mejor es dejar las cosas como están, que no seamos cínicos y, como decía al principio, que cada uno se marque la línea ética de lo que debe hacer en el monte… ¡y en todas las facetas de la vida!