Te contamos los resultados del innovador proyecto de repoblación de perdices adoptadas que Jara y Sedal realizó en una finca de Toledo junto a Dionisio Grande, el joven ingeniero que lo ha diseñado. 

perdices adoptadas
Bando de perdices. /Shutterstock

En 2015, un estudio publicado en la prestigiosa revista Science demostraba que un grupo de perdices criadas en cautividad por sus padres salvajes mostró una supervivencia y comportamiento similares a las que habían nacido en el medio natural después de ser liberadas en el medio.

Además, al compararlas con perdices rojas con progenitores de granja, el comportamiento y posibilidad de supervivencia era muy superior. Por tanto, la repoblación con pollos de padres salvajes parece tener mejores resultados. Pero ¿cuál es el mejor método para repoblar?

¿Perdices adoptadas por machos salvajes?

Instinto: ésa fue la chispa que encendió la bombilla de Dionisio Grande. Este ingeniero de montes de 25 años observó cómo las perdices macho salvajes, si desaparecían sus parejas, se encargaban de incubar los huevos con el objetivo de asegurar la supervivencia de la especie.

Este comportamiento llevó a Grande a pensar que, quizá, estos machos también siguen su instinto adoptando, criando y aleccionando perdigones de granja antes de ser reintroducidos en el medio natural.

Dicho y hecho, decidió llevar a cabo este experimento como su proyecto de fin de carrera y los resultados fueron sorprendentes: el 100% de los machos salvajes adoptó los perdigones y, durante el proceso y cría, las tasas de supervivencia fueron del 95%; tras esta primera fase fueron liberados para que los padres adoptivos los instruyeran en el medio natural; dos meses después, un 14% de esos ejemplares fueron abatidos, lo que demostraba su supervivencia.

Pero ¿cómo se lleva a cabo este método? Estos son los pasos.

 1. Capturamos a los padres

En la finca toledana escenario del estudio se capturaron cinco machos salvajes que Dionisio Grande se llevó a su centro de estudio en Ciudad Real para que inciaran el apadrinamiento de los perdigones de granja.

 2. Les entregamos los polluelos 

Cada uno de los machos recibió, para su adaptación, diez perdigones. Tal y como demostraban los estudios de Dionisio, todos fueron cuidados por sus nuevos padres sin rechazo –sólo se produjo la muerte de cuatro de ellos–.

 3. Les enseñaron lo que sabían

A principios de agosto, dos meses después del inicio del experimento, pudimos comprobar cómo los polluelos, bastante ‘mayorcitos’ ya, seguían las instrucciones de sus padres adoptivos ante situaciones de peligro. Además, los alimentos que recibieron fueron prácticamente los mismos que encontrarían en el campo para que, tras la suelta, los pudieran reconocer y no murieran de hambre.

 4. Las anillamos 

Dionisio anillando una perdiz. / Dionisio Grande

Antes de emprender el camino de regreso a la finca toledana –donde antes de ser soltadas disfrutarían, en compañía de su progenitor, de unos días de adaptación en un voladero fabricado ex profeso en los que interiorizarán las lecciones recibidas–, Dionisio Grande anilló a todas las jóvenes patirrojas. De esta manera podría identificarlas cuando se las diera caza tras la apertura de la temporada general.

 5. Fase de aclimatación en voladeros

Principios del mes de septiembre: el momento de la suelta es inminente. Hemos traslado a todos los ejemplares al lugar exacto del campo en el que se capturó a los machos adultos para que allí –esta vez con su prole– retomen su vida en libertad. Antes hay que facilitar su adaptación al medio. Para ello instalamos a los bandos en voladeros en los que las patirrojas más jóvenes pudieran interiorizar las lecciones recibidas.

Su instalación no fue complicada, pero era muy importante asegurarse de que los predadores no podrían entrar en ellos. Para su construcción utilizamos unas vallas de cuadradillo de las empleadas en las obras, una tela metálica bien cosida a los cuadradillos y varillas clavadas en el suelo; como techo empleamos una tela de plástico y ramas para proporcionarles sombra e impedir ataques de águilas y otras rapaces.

Dentro de estas jaulas introdujimos ramas para que las jóvenes perdices aprendieran a cubrirse ante el acoso que, sin duda, sufrirían de sus predadores durante su estancia en ella, momentos que servirían, además, para que los padres les enseñaran esas ‘lecciones’ de supervivencia tan necesarias.

 6. ¡Y por fin libres! 

Llegó mediados de septiembre, el ansiado momento de soltarlas. Nos escondimos en un puesto a 30 metros del voladero mientras Dionisio se acercó cauteloso al voladero para soltar los alambres de uno de los laterales y dejar libres a las perdices.

Nos sorprendió su aspecto, con el plumaje muy deteriorado. Nuestro ingeniero nos explicó que era normal por el hacinamiento durante su reclusión: al ser ejemplares ya adultos, en sus juegos diarios entraba el picarse unos a otros, y las peleas para mostrar superioridad también eran frecuentes. El aspecto, por tanto, no importaba: su bonita librea se recuperaría. Lo importante era que estaban sanos.

Comprobamos, eso sí, que la suelta supuso demasiado estrés para los ejemplares; algunos, de hecho, se quedaron despistados cerca de la jaula sin encontrar a su padre que, sin embargo les reclamaba en la distancia. Las observamos durante dos semanas hasta que de pronto perdimos su referencia: intuimos que sus tutores se habían llevado a su prole a otras zonas del coto.

 7. Las primeras en ser cazadas

Abierta la veda, aguardamos hasta noviembre para cazarlas: nos interesaba conocer el tiempo que eran capaces de permanecer en el campo. Entre las cobradas el primer día de caza había dos anilladas. Su comportamiento en el momento de abatirlas –no demasiado esquivas al tratarse del primer día que se las cazaba­– no se diferenciaba del de las salvajes.

Ambas salieron de sendos bandos, uno de tres pájaros y otro más nutrido. Su vuelo fue largo y vigoroso y no se abatieron a la vez. La numeración de sus anillas nos desvelaba que pertenecían a padres distintos. Su aspecto era bueno y no había diferencia con respecto a sus ‘hermanas’ salvajes: estaban bien alimentadas, la pluma estaba totalmente recuperada y no presentaban ningún signo típico identificativo de los ejemplares de granja.

 8. Iguales que las silvestres 

Dionisio examina una de las perdices cazadas. / Dionisio Grande

Nos fuimos a casa con las dos cazadas para que Dionisio estudiara cuál había sido su alimentación y analizara sus medidas morfológicas: su similitud con los ejemplares nacidos en libertad determinaría si el experimento había resultado totalmente satisfactorio. Mediante la identificación de la numeración de sus anillas Dionisio supo que se trata de un macho y una hembra.

Las medidas del primero –en el recuadro de la derecha– fueron las esperadas para un ejemplar salvaje de esa edad y en relación a los estudios morfológicos realizados hasta el momento. También extrajo el contenido de su buche, que pesaba 15 gramos, para descubrir qué había comido. En él encontró trigo, alguna semilla y brotes frescos de hierba, y observó además que estaba muy bien alimentado y con una gran proporción de grasa corporal. Apuntó que las medidas de referencia de las perdices eran genéricas y podía haber variación de unas zonas a otras. El resultado del estudio de la hembra fue similar, sin observaciones significativas.

 9. El resultado: ¡la repoblación de perdices funciona! 

Una semana después de abatir las dos primeras perdices acudimos invitados por Dionisio Grande a su finca de Ciudad Real, donde llevó a cabo el desarrollo inicial de su metodología. Allí pudimos cazar en una zona en la que no se habían soltado perdices apadrinadas y cobramos una con la marca alar. Después de su estudio, Dionisio determinó que la perdiz llevaba en al campo 15 meses.

Era momento de extraer conclusiones y valorar la eficacia de su sistema ideado. Está más que demostrado que una perdiz soltada al campo ‘sin más’ ni más no aguanta dos meses largos como las primeras que cazamos en nuestra finca o la que se abatió en la finca de este joven ingeniero después de un año y tres meses en libertad.

Esto, unido a que ha podido ratificar que los ejemplares soltados han hecho pares con el campo y han sacado sus polladas esta temporada, son datos más que esperanzadores sobre este innovador método. Sí, repoblar con perdices adoptadas funciona.