La vida en nuestro planeta está basada en la heterotrofia, es decir para que el sistema no colapse unos seres vivos se deben apoderan de otros por la fuerza, matarlos e incorporarlos como combustible a su aparato digestivo. Del equilibrio entre presa y predador depende la viabilidad de todos los sistemas biocenóticos conocidos, donde la idea de caza actúa como perpetuum mobile.

La naturaleza es un ens perfectum, lo que olvidan los animalistas anticaza es el pequeño detalle de que la perfección es por vía digestiva, no existe el hermano lobo ni la hermana oveja, eso es una ocurrencia franciscana. La realidad, aunque desquicie a las ideologías igualitarias, es que el lobo es cordero digerido.

Diodoro Cronos –filósofo megárico del siglo III a.C.– fue el primero en circunscribir la posibilidad a la existencia, es decir, en este mundo «sólo es posible lo que existe o ya ha existido». Desde hace 3.700 millones de años existe vida en este planeta que implica la dialéctica zoológica universal de comer o ser comido.

Después de las cinco grandes extinciones masivas –Orvídico, Devónico, Pérmico, Triásico y Cretácico– la vida volvió a renacer con idéntico criterio. En el Jurásico por ejemplo, el T. rex predaba ceratópsidos y hadrosáuridos  con la misma teleología que 90 millones de años después hace el león con su presas: ¡alimentarse!

Hace 180 millones de año apareció en la Tierra el primer mamífero placentario del que tenemos noticias fósiles, el Juramaia sinensis, una especie de musaraña insectívora, es decir, cazadora. El mundo mamífero inauguró su ciclo con idéntico sistema de obtención energética: la caza. Guste o no, esta ha sido la solución planetaria para mantener la vida, aunque ese pensamiento débil y buenista que hoy domina prefiera vivir en el delirio de que es posible someter a naturaleza a reglas éticas.

El actualísimo filosófico ha recuperado la idea del sabio griego ligando «la posibilidad a la existencia». Es decir, en este mundo sólo es posible la perspectiva heterotrófica. Otra cosa es que el hombre decida construirse una burbuja al margen de las leyes naturales, otorgándose el abstruso papel de «guardián de la naturaleza» que diría Mosterín, una suerte de Homo Deus capaz de crear un nuevo orden al margen de las leyes naturales.

Muy pronto la tecnología ofrecerá alternativas a la alimentación neolítica –agricultura y ganadería–. Los avances en bromatología avanzan a toda máquina pero la naturaleza será ajena a ello, y tan pronto como el hambre lo demande la hermana oveja seguirá siendo pasto de lobo, aunque el animalismo, simple y estúpido, siga creyendo posible un mundo armónico y solidario donde las zoologías se relacionen con fraternal empatía.

Quieren prohibir la caza, como un gesto de modernidad y progresía, empezando precisamente por la única regulada por la razón, que además solo es una parte homeopática de la caza natural, pero obviando que el resto de la naturaleza jamás podrá sumarse al artificioso pacto. La parusía de un nuevo orden ajeno del dolor y la muerte, es tan ridícula como ingenua. Ni existió ni existirá. En la higuera. Están en la higuera…