Por Ciencia y Caza

La práctica totalidad de los trofeos de corzo que han superado los 200 puntos CIC en el ranking de la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza se han abatido en el actual siglo XXI. Todos, salvo dos, que se abatieron en 1999. ¿Se trata de una casualidad? ¿O existe una explicación científica para esto? Quizá, dentro de unos cuantos años, abatir uno de estos ejemplares monstruosos no sea una hazaña tan extraordinaria.

No existe un estudio científico que ofrezca respuestas a esta cuestión. Sin embargo, sí podemos arriesgarnos a presentar algunas con un fundamento más lógico que científico. Podemos hablar, por un lado, de la propia evolución histórica de las poblaciones corceras ibéricas, probablemente muy ligadas a la actividad cinegética como se refleja en numerosos documentos y publicaciones cinegéticas del siglo XIX.

Por entonces, el corzo contaba con una amplia distribución por casi toda la Península y, sin embargo, su caza era practicada principalmente entre aquellos más preocupados por su captura para consumir su carne que para homologar sus trofeos. En esos tiempos no se realizaban aprovechamientos selectivos y la gestión era nula. Los animales eran abatidos mediante modalidades de caza colectivas en las que, muchas veces, no le tenían como objetivo.

Por otro lado, su homologación no era tan accesible como lo es hoy en día, y el interés recaía en otros trofeos de especies como el venado, el jabalí o incluso el lobo.

Abandono del campo y menor presión cinegética

Probablemente, de la mano de esa presión cinegética desmedida con modalidades de caza masivas alejadas del actual rececho, de cambios importantes en el paisaje asociados a la industrialización agraria y a la intensificación de la agricultura, de la competencia de otros ungulados silvestres y domésticos y del incremento del aprovechamiento forestal o la predación, la especie redujo su área de distribución drásticamente hasta quedar restringida a núcleos aislados repartidos por diversos territorios.

Entre ellos, destacaba la Cornisa Cantábrica como espacio en el que sus poblaciones se mantuvieron con las mayores densidades. Esta reducción tan drástica contribuyó también a la menor presencia de trofeos de gran puntuación entre los homologados en este periodo.

Por otra parte, este hecho coincide además con un periodo de transición social en España, donde la posguerra marcó el devenir de una sociedad que trataba de recuperarse de una situación compleja que dejó maltrechas las economías de muchas familias e hizo de nuevo que la caza fuese un sustento, más que un hobby, que impedía enviar sus trofeos a homologar.

No es hasta la segunda mitad del siglo XX cuando el corzo comienza a ampliar su área de distribución, recuperando espacios perdidos en forma de ‘mancha de aceite’ a partir de los núcleos cantábricos y desde los que habían ido quedando en el centro y sur de España, donde nunca llegó a desaparecer. Las razones de esta recuperación son diversas, pero entre ellas podríamos apuntar, precisamente, una reducción de la presión cinegética unida de nuevo a la aparición de cambios graduales de los usos agrarios y forestales y un evidente éxodo rural hacia entornos urbanos. 

Hay más corzo y se gestiona mejor

Es por tanto, a partir de ese momento, cuando el corzo vuelve a estar presente en territorios más amplios, incrementando entonces el número de cazadores que comienzan a valorar la especie desde otro punto de vista, no sólo como un animal cazable sino también como un trofeo que debe reconocerse a la altura de otros ungulados cinegéticos.

Por todo ello, a partir de finales del siglo XX se produce un aumento en la recepción de animales en las juntas de homologación acompañado de un incremento de su calidad. Además, el rececho se generaliza como modalidad de aprovechamiento selectivo hacia los trofeos mejores y se comienza a practicar una gestión cinegética específica que en los últimos años se ha mejorado muy notablemente gracias a la presencia en el campo de cada vez más y mejores gestores que centran sus esfuerzos en el mantenimiento de densidades adecuadas, el aprovechamiento de los animales en edades adecuadas y el control de ejemplares selectivo –entre los que se incluyen las hembras– para mantener relaciones de sexos y edades óptimas y así favorecer la presencia de estos grandes machos.

Y los que no se homologan…

No debemos olvidar que, como sabrán todos los corceros, se trata de un animal distinto, apasionante, que cuenta con fieles seguidores que entienden su aprovechamiento como una experiencia íntima, casi emocional, otrora menos generalizada, de modo que cuando el lance se produce con éxito sus protagonistas prefieren huir de reconocimientos públicos y guardar para sí el recuerdo de una jornada imborrable, por lo que puede ser también que existan ejemplares de alto valor que no han tenido oportunidad de ser homologados oficialmente y lucen discretos en algún salón para disfrute exclusivo de aquellos que le dieron caza o de sus amigos más cercanos.