Por Jesús Duarte (doctor en Biología)

El objetivo del siguiente estudio ha sido descubrir si las repoblaciones atraen a los predadores y si, en definitiva, es éste el principal motivo de las altas tasas de mortalidad asociadas a esta medida de gestión. El laboratorio, un coto del sur de Andalucía, en la provincia de Málaga.

El territorio elegido ha sido una zona de media montaña cercana a la costa con una vegetación de monte en la que predomina el matorral y el pinar, con pequeños cultivos intercalados y un bosque de ribera cercano. En el coto se eligieron tres puntos alejados entre sí un mínimo de dos kilómetros.

Los tres puntos tenían la misma estructura vegetal y paisajística, de forma que el factor hábitat no influyera en los resultados. En cada punto se instaló un amplio voladero de aclimatación para sueltas de aves. Uno de los voladeros se utilizó como control y no se introdujeron aves en él ni se realizó ninguna suelta. En otro se alojaron 100 perdices rojas de granja y en el tercero, 100 faisanes también criados en granja.

Situación de los voladeros

Se estableció un buffer circular alrededor de cada punto con un radio de 1.500 metros dividido en seis anillos concéntricos cada 250 metros. El primero tenía como centro el voladero, mientras que los siguientes estaban cada vez más alejados. En este buffer es donde se realizaría una estimación de la actividad de los depredadores mediante el conteo de sus excrementos.

Recuento de pistas

A principios de enero, tres semanas antes de antes de introducir las aves en los voladeros, se realizó una limpieza de excrementos en el buffer. A la semana siguiente se realizó un primer conteo de excrementos en cada anillo del buffer, considerando zorros y otros depredadores –ginetas, garduñas y meloncillos–. Al tiempo que se contaban excrementos se anotaban los pájaros –perdices y faisanes– que se observaban. Tras este conteo se limpiaba de excrementos de nuevo la zona para volver a repetirlo una semana después.

Apertura de puertas

Transcurridos 15 días se introducían de nuevo en los voladeros –finales de enero– en un periodo de aclimatación de un mes y se volvía a abrir sus puertas a principios de marzo. A partir de ese momento se repetía el conteo de excrementos y de las observadas durante otras dos semanas consecutivas. De esta manera se obtenía una estimación de la actividad de los depredadores y de la cantidad de aves presentes en la zona antes y después de tener lugar la suelta.

Los resultados

El procedimiento se repitió durante tres años consecutivos, de 2014 a 2016. En total se contaron 627 excrementos de zorro diferentes y 98 de otros depredadores, llegándose a realizar 497 observaciones de aves entre perdices y faisanes.

¿Efecto llamada?

En el voladero de control no hubo diferencias en el número de excrementos ni en pájaros observados antes y después de la suelta, pues no había aves en ellos aclimatándose. En los otros dos la historia fue distinta.

En el voladero de las perdices los excrementos de zorro se multiplicaron por un factor de x10,5 y en el de faisanes por un factor x7,7. Por el contrario, los excrementos de otros depredadores apenas se doblaron en número en ambos voladeros, mientras que el número de aves observadas aumentó lógicamente, multiplicándose por un factor cercano a x15 tras la apertura de los voladeros.

Si en números globales la cosa parecía estar ya bastante clara, ‘espacialmente’ lo era aún más. Los excrementos de zorro no seguían un patrón homogéneo, sino que eran más frecuentes cuanto más cerca de los voladeros e iban disminuyendo conforme se alejábamos de ellos. Este patrón no se repetía con los excrementos de ginetas, garduñas y meloncillos, que se repartían por igual en los diferentes anillos del buffer.

Mayor presencia de zorros

El patrón espacial de los excrementos era también homogéneo tanto en el voladero de control como en todos los que contenían aves antes de la suelta. Es decir, la agregación se producía sólo con los zorros y tras aclimatarlas y soltarlas. En otras palabras, encerrarlas en los voladeros y soltarlas parecía tener un efecto llamada sobre este predador, que acudían a campear insistentemente cerca de estos lugares al menos durante los 15 días que duró el muestreo –en la foto–.

© Jesús Duarte

Predadores y hábitat: ¿Qué papeles juegan?

¿Por qué mueren tantas perdices tras los primeros días de su liberación? ¿Por su falta de conocimiento del entorno, que les convierte en objetivos fáciles? ¿O por el citado efecto llamada que este deambular ejerce sobre sus predadores? En concreto, ¿quién tiene la culpa?

Los resultados de esta experiencia coinciden llamativamente con lo que sucede en la mayoría de repoblaciones: que durante las primeras semanas se produce una alta mortalidad de aves, casi siempre cerca de los puntos de suelta. Para explicar esto se ha propuesto lo que irónicamente se conoce como la ‘teoría del pato mareado’: que las aves cometen un buen número de errores explorando el nuevo territorio que encuentran durante los primeros días tras la apertura de los voladeros y que es esto lo que las pone en riesgo frente a los depredadores.

Este comportamiento se acentuaría sobre todo cuando el hábitat no es todo lo adecuado que debiera ser en torno a los puntos de suelta.

Un especialista en sueltas

Ahora sabemos que además, o que quizás por ello, la concentración de aves aumenta la actividad de los depredadores, básicamente la de los zorros. Ya sabíamos que el raposo era y es un animal tremendamente astuto, y en este experimento lo ha demostrado con creces. Su comportamiento y su estrategia ecológica oportunista le llevan a aprovechar a máximo un recurso que se concentra en un tiempo y espacio concretos: la suelta de aves, la apertura de los voladeros.

¿Y el resto?

Paradójicamente, otros depredadores parecen no enterarse de lo que está pasando. Esto no quiere decir que no capturen algún ejemplar, que por supuesto lo hacen, pero desde luego su actividad no es tan intensa como la de los zorros y su presencia en torno a los puntos de suelta, no tan numerosa.

¿Cuál es la moraleja?

Una primera lectura nos lleva a culpar a los zorros del fracaso de las repoblaciones y, por ende, a recomendar que deberían controlarse en las zonas de suelta. Pero sería, probablemente, una lectura simplista.

Lo que debemos preguntarnos es porqué ocurre esto. Está claro que los zorros actúan siguiendo su instinto, la estrategia ecológica que les ha procurado éxito durante miles de años. Entonces, si sólo hacen lo que saben hacer, ¿cuál es el problema? Quizá, la acumulación de perdices y cómo se comportan durante esos días.

¿Soltar menos perdices?

Una posibilidad sería reducir los lotes de suelta. No soltar muchas de golpe, vamos. Otra, probablemente mucho más coherente, sería prepararles el terreno para que no se vieran indefensas. Y esto no es otra cosa que mejorar el hábitat, como ya se ha repetido hasta la saciedad.

¿Entonces, no debemos controlar zorros?

Zorro recién abatido por un cazador. © JyS

Sí, pero que conste que los raposos responden al control reemplazando a los individuos caídos con ejemplares de territorios periféricos, de manera que el control nunca va a ser totalmente efectivo. ¿Has visto alguna vez una máquina expendedora de bolas? Cae la de abajo y es repuesta rápidamente por la de encima: lo mismo hacen ellos y, además, con capacidad de reproducirse.

En conclusión, esta experiencia arroja algo de luz al papel de la depredación en las repoblaciones, dejando muy claro que los zorros juegan un rol importante. El control debería centrarse en ellos pero de manera muy selectiva, ya que otros depredadores no responden igual y, por tanto, no son responsables del fracaso repoblador. Y también nos enseña que sigue siendo primordial investigar y realizar nuevas experiencias sobre el manejo del hábitat, que sigue siendo la clave de todo.