El cazador zaragozano Alberto Aznar protagonizó, hace unos días, una bella historia junto a su hijo Hugo en una jornada en la que lo recogió del colegio para vivir su primer rececho de corzos juntos. Aznar abatió junto a él dos ejemplares -un macho y una hembra- en una tarde para el recuerdo.

«Él tiene ahora cinco años recién cumplidos e iba a ser su primer rececho», comienza explicando el cazador a la redacción de Jara y Sedal. «A pesar de su corta edad, está muy metido en el mundo de la caza, ya que está rodeado de tíos, primos y padre cazadores», expone. Además, tienen una rehala y «le encantan los perros», explica el progenitor.

Primera entrada a una hembra

En su zona de la provincia de Zaragoza hay muchos daños provocados por los corzos, y concretamente en su coto social disponen de varios precintos de macho y hembra para controlar su población. Alberto aprovechó este hecho para buscar a su hijo a la salida del colegio y que le acompañase. Su intención era la de tratar de abatir junto a él un macho y una hembra.

«Nada más llegar al coto vimos una pareja de corzos en un sembrado. Era un macho pequeño acompañado de una hembra. Él ya quería que le disparase al macho, pero yo le expliqué que era pequeño, que lo dejaríamos para que creciera», detalla Aznar.

Poco después, avistaban a una hembra que el cazador identificó como adecuada para abatir. Estaban a unos 150 metros y avisó a su hijo para que no se sorprendiera con el disparo: «Cayó al instante y fuimos a cobrarla para aprovechar su carne», explica Alberto sobre el momento en el que consiguió cobrar el primer ejemplar de corzo junto a su hijo.

El pequeño cazador junto a la hembra recién cazada. © A. A.

El momento de recechar un macho

Un macho que merodeaba por la zona salió corriendo hacia el monte al oír el disparo a la hembra y padre e hijo, tras advertir la carrera del animal, se acercaron al lugar para ver si daban con él: «Hugo quería apuntarlo si lo veíamos, y en cuanto lo hicimos, cogió su arma de juguete y esperó que bajara al sembrado. Tardó como un minuto, pero cuando salió el animal a comer se escuchó ‘clip. Estoy seguro que si hubiera sido un arma de verdad no habría fallado», recuerda su padre entre risas.

Tras la divertida anécdota, Alberto decidió no dispara al animal e ir en busca de otro que no fuera tan joven. «Estábamos de suerte, porque vimos poco después cuatro corzos juntos; estaban en unos almendros a unos 230 metros», explica el cazador. Después de valorarlos durante unos minutos, observaron que uno era adulto y que portaba un buen trofeo, así que se decidieron a disparar.

Hugo con el corzo abatido por su padre. © A. A.

Alberto, bajo la atenta mirada de su hijo, no fallaba en el disparo. Juntos se acercaban al animal que cobraron en aquella memorable tarde. Ahora, el cazador nos cuenta que tiene la cuerna del corzo colgada en su bodega con una chapa en la que ha puesto el lugar de captura, le fecha y el texto: «Hugo y Alberto». «Es para no olvidar nunca esta jornada. Espero que sea el primero de muchos recechos a su lado», concluye.

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