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Carlos Vignau, redactor de Jara y Sedal, reivindica las monterías en abierto con esta crónica de la extraordinaria jornada montera que vivió el pasado fin de semana en Ávila.

27/11/2019 | Carlos Vignau

No suelo escribir crónicas monteras pero lo que viví el sábado 23 de noviembre es digno de recuerdo. Son ya muchos años los que llevamos subiendo hasta los piornales de la sierra de Villatoro, en la provincia de Ávila, gracias a mi amigo Rodrigo López del Hierro. Él se encarga personalmente de la gestión del coto, controla los comederos, carga sin descanso los sacos de trigo y marca los puestos de la mejor manera. Allí arriba, el escenario siempre es similar: viento, nieve y frío… No es una montería cualquiera; no es una montería para cualquiera.

El reconocido Real Club de Monteros fue el encargado de dar la cacería este año y gracias a Rodrigo pude ocupar uno de los puestos de la propiedad. Su lema deja claras sus pretensiones: “Un vínculo con la caza natural y la pureza de la tradición venatoria”. Nos citaron el día anterior a las 9:00 de la noche en Ávila para cenar con todos los cazadores y realizar el sorteo de los puestos. El ambiente era fantástico y las caras de nervios, evidentes.

Al día siguiente y después de escuchar con atención la Salve Montera, nos pusimos en marcha. El 8 del Cierre de la Bardera era mi puesto. Es un Cortadero que conozco bien, ya he cazado ahí en varias ocasiones. Cierra la mancha por el este, recorriendo un valle inmenso de piornos y dejando a nuestra espalda un robledal cuajado de bellotas.

Dejamos los coches en todo lo alto y comenzamos a andar. La nieve caída durante la noche lo cubría todo con una capa inmaculada que chascaba como el cristal con cada paso. Los monteros iban ocupando sus posturas y las indicaciones del postor eran claras: todos teníamos que mantener la posición en la parte derecha del cortadero y no cambiarnos de lado con el paso de las rehalas. Al soltar recovas en el robledal era posible que entraran cochinos por la espalda así que había que extremar las precauciones a la hora de disparar.

Algunos de los monteros a la llegada a su puesto. / Carlos Vignau

El puesto era precioso. Un cortadero de unos seis metros de ancho, con buen tiradero en ambos sentidos. Aunque no es el arma ideal para este tipo de posturas, este año llevé mi Heym de cerrojo en calibre .300 Win. Mag. y un Swarovski Z6 de 2-12×50. Con el rifle cargado y los aumentos al mínimo empecé a cazar de oído. Antes de soltar aparecieron los primeros cochinos. Lo hicieron desde el robledal hacia dentro, cruzando un pequeño viso por lo que dejé que pasaran y se infiltraran en la mancha.

Con los perros ya batiendo la sierra comenzó el tiroteo. Los lances en nuestra armada no se hicieron esperar. Delante de mí empezó a latir un perrillo. Primero a parado y más tarde en carrera. De un salto apareció un cochino al trote, coloqué la cruz en su cuello y apreté el gatillo, parando en seco la carrera del animal. Es indescriptible la sensación que produce cobrar un jabalí en una montería como esta. Los nervios y la tensión del lance se convierten de forma automática en pura alegría. Sin embargo, las constantes ladras no me dejaron bajar la guardia. Los cochinos seguían cruzando y tanto los puestos de mi izquierda como los de mi derecha no paraban de tirar. Sobre las 13:00 de la tarde escuché un gruñido por mi espalda y observé como las escobas se cimbreaban al paso de algún animal en dirección a mi postura. Me eché el rifle a la cara y de un balazo detrás de la oreja, cobre el segundo cochino, con los jamones aún dentro del monte.

A la izquierda Vignau durante la montería, a la derecha los dos jabalíes que cobró y en la parte superior el puesto que le tocó en suerte. / Carlos Vignau

No se puede pedir más a una montería. Caza 100% salvaje, en un terreno completamente abierto y en un entorno privilegiado. La mancha estaba tan cargada de cochinos que cuando comenzamos a descender por el cortadero al acabar la cacería, se cruzó un cochino entre el postor y yo. Nunca había vivido nada igual y puedo asegurar sin miedo a errar que en la mancha se quedaron más de 60 cochinos. El resultado no pudo ser más satisfactorio y las noticias de los puestos vecinos iban llegando a mis oídos. Joaquín de Lapatza, que ocupaba el puesto 6, cobró cuatro cochinos, mi amigo Gonzalo Mora-Figueroa se hizo con tres en el 12, su primo José Luis, dos en el 14 y Fran Carabel cerró el día con una guarra grande abatida en el 3 de la Traviesa de Zorita. Para colmo, Beatriz, que acompañaba a la propiedad, manchó de sangre su cuchillo por lo que su noviazgo montero, con la cruz de San Huberto pintada en la frente por Doña Carmen Basarán, presidenta del Real Club, fue el colofón definitivo.

En el tableau final, más de 50 cochinos cobrados, con varios machos de categoría, en una jornada irrepetible que puso de manifiesto una realidad absoluta: cuando las cosas se hacen bien y con trabajo y esfuerzo, los resultados llegan por sí solos. Después de días como este, puedo gritar a los cuatro vientos que no hay nada como la caza de verdad.

Los monteros junto al resultado de la jornada cinegética. / Carlos Vignau