Cuando defiendes el estado del bienestar, la sanidad y educación pública universal, los derechos sociales, la igualdad de oportunidades y, sobre todo, las libertades individuales y colectivas, puedes considerarte progresista. Si además sumas la condición de trabajador asalariado, piensas que votar a un partido de izquierdas (no sé si es el termino adecuado) es la mejor de las opciones. O así debería serlo.

Pero si de golpe esa “izquierda”, supuestamente garante de las libertades, con la que te sientes identificado, toma decisiones que atacan la forma en que has vivido desde niño y tu propio concepto de la vida; si esa izquierda te llama «facha» o «señorito» porque has heredado la condición de cazador que siempre tuvo el ser humano, entonces, te quedas bastante confundido.

Uno, que nació en 1959 en eso que ahora llaman el mundo rural, en el que se sobrevivía sin comodidad alguna y en el que los animales eran imprescindibles no solo para alimentarse, sino para multitud de tareas -tal y como lo siguen siendo-, no puede entender que, aquellos a los que tú has elegido para que te respeten y defiendan, te conviertan -por el natural hecho de ser cazador- en el enemigo del progreso. Te estigmaticen como un troglodita asesino o te encasillen en una opción política, evidentemente de derechas. Y te planteas una serie de preguntas: ¿Puedo seguir siendo progresista y defender la forma de vida que quiero tener? ¿Puedo ser cazador y defender los valores del progresismo? ¿Puedo seguir votando a la izquierda sin poner en riesgo mi libertad y mis costumbres?

Yo, a mis 63 años, estoy convencido de que seguiré siendo el mismo progresista, vote a quien vote. Lo que no sé es si la izquierda, ha dejado de serlo para convertirse en un espacio de radicalismos y autoritarismo que ya no me representa.

Alguien de esa “izquierda” debería responderme. Si es antes de las próximas elecciones, mejor.