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Jesús Caballero – 16/03/2016 –
MASCOTEROS
Una nueva tribu urbana ha surgido contra la caza. Rama del animalismo, los mascoteros nos odian, y lo hacen porque nos identifican con el pérfido abandono de los galgos. Confundir la parte por el todo. En este caso es un falso y obsceno silogismo, porque nos iguala a la parte más perversa –delincuente–, de una parte mínima –galgueros–, del todo –la caza–; y como la muestra no es representativa, las conclusiones que de ello se derivan son intelectualmente fallidas. Es ley que quien equivoca el diagnóstico desacierta el tratamiento. Mutatis mutandis, estos hermeneutas de la defensa canina estarían de acuerdo en que para evitar los accidentes de tráfico se prohibiera la circulación.
En contra de lo que pudiera parecer, esta particular exégesis del derecho animal ni es nueva, ni original, ni implica en sus defensores superioridad moral alguna, como lo demuestra este argumentum hitlerium: viene al caso recordar que si alguna vez hubo una sociedad sensible y avanzada en temas ambientalistas ésa fue la del III Reich, donde la mayor parte de sus cargos podrían ser hoy reconocidos como verdes ejemplares. Adolf Hitler, por ejemplo, fue un modelo de hábitos saludables: no fumaba, no bebía, le gustaban los paseos campestres y era vegetariano con fases veganas. Su vehemencia era tal que cuando compartía mantel con alguien que incluía carne en su menú se recreaba describiéndole con todo lujo de detalles los horrores de los mataderos. Adoraba a su mascota Blondi, un pastor alemán que mimó hasta la extravagancia, dando celos por sus caprichos hasta a la propia Eva Braun.
Hitler legisló duras limitaciones contra la caza, y bajo su mandato se llegó a publicar un reglamento verde en el que se describía, por ejemplo, el modo más humanitario de cocer el marisco. Ecólatra convencido, fue además lo que podríamos denominar un mascotero empalagoso. «En el nuevo Reich no habrá cabida para la crueldad animal», dijo en una curiosa hemiplejía moral que hacía compatible un meticuloso sentimiento ecologista con los mayores crímenes contra la Humanidad que ésta recuerda. Parece evidente por ello que se puede ser un verde radical y mascotero ejemplar además de un perfecto hijo de puta.
Existe una figura literaria, un tropo, que se denomina sinécdoque, que es un recurso que consiste en utilizar la parte por el todo. Hacer sinécdoques sobre la condición humana nos lleva a paradojas como ésta. La ejemplaridad moral no depende exclusivamente de la sensibilidad con el mundo animal, aunque también es cierto que no existe decencia moral sin incluir un sentimiento de compasión en el trato de todos los seres vivos. Los grandes colectivos, y los cazadores y verdes lo son, albergan dentro de ellos lo mejor y lo peor de cada casa; juzgar a los colectivos por su parte más obscena es hacer trampas. La caza está en el punto de mira de una sociedad urbana y ambientalista. Su incorrección política nos obliga a un comportamiento exquisito en lo individual en la certeza de que cualquier acto inapropiado se transformará en una causa general contra el colectivo. La moraleja de esta nota es evidente: extrememos la dignidad en el ejercicio de nuestra pasión. Nos vigilan.