Por Jerónimo Cuesta

Si algo me ha permitido este estilo de vida es conocer algunos de los rincones más bonitos que atesoran las sierras perdidas de España. Con intención de descubrir nuevos lares emprendimos el viaje en busca de monteses y muflones. Si ya de por sí la caza por aquellas latitudes se torna complicada, pretender combinar dos especies distintas en apenas cuatro días y a mayores tratar de grabarlo todo, lo convertía en un reto verdaderamente atractivo.

Pequeños pueblos emparedados entre grandes laderas de piedra roja dibujaban un bonito escenario. ¡Cómo cambia el abanico de colores del norte al sur!

¿Quién me iba a decir a mí que las rojas tierras de Valencia escondían aquellas tremendas barrancas perdidas entre enormes mares de viejos pinos? Empezaríamos con el macho los dos primeros días para continuar con el muflón pues no frecuentan las mismas zonas, no obstante, siempre se puede cruzar en tu camino cualquiera de las dos especies.

Con el viento en contra

La primera mañana de caza siempre es especial, las ganas rebosan y las expectativas acarician las nubes antes del golpe de realidad que el campo siempre te da. En esta ocasión, unas condiciones climáticas complicadas con rachas de viento de 40 km/h nos iban a poner la jornada verdaderamente complicada hasta el punto de que un golpe de viento tiró el trípode con la cámara al suelo (podéis verlo en el video) rompiendo la rótula del mismo y, afortunadamente, sin afectar a la cámara de manera grave.

Fue un comienzo de malas sensaciones, con dificultades para ver los machos que se tapaban entre los pinos con gran facilidad buscando el resguardo permanentemente, pues bien es sabido que a la caza no le gusta estos días pues anulan uno de sus principales sentidos de defensa, el oído y eso les puede costar muy caro. Con sensaciones encontradas nos volvimos para el hostal para descansar y recuperar fuerzas.

Al día siguiente más de lo mismo, golpes de viento muy fuertes que mantenían inmóviles a los machos monteses que, a pesar del celo, preferían esperar a mejores condiciones. Vueltas y más vueltas, algunas cabras y machos jóvenes que fugazmente desaparecían entre laderas de coscojas y pinos. El día se iba marchando poco a poco sin mucha novedad salvo la de estar en un sitio verdaderamente imponente.

Llegó la tarde y el viento amainó lo suficiente para que un macho bajara la guardia en una ladera con claros salpicados. Estaba ramoneando tranquilamente mientras los últimos rallos de la tarde calentaban su cuerpo. Fue un guarda el que se lo encontró por casualidad cuando ya hablábamos de retirada. Un rápido vistazo nos permitió confirmar que se trataba de un ejemplar con las características buscadas lo que hizo ponernos en marcha para aprovechar una oportunidad que a buen seguro se tardaría en repetir.

Si ya la caza es difícil de por sí, tratar de grabarla incrementa enormemente las complicaciones, los que van con los trastos de grabación al monte saben bien de lo que hablo.

Afortunadamente pudimos ponernos a una distancia adecuada para realizar un disparo relativamente sencillo a pesar de los golpes fuertes de aire que complicaban el encare. Un certero impacto de la uni classic hizo su trabajo, como siempre, para convertir a un animal más en un ejemplar imperecedero para nuestros recuerdos.

Cuando, a pesar de los esfuerzos, la caza se complica y ves con dificultades llegar al propósito marcado, estos golpes de imprevisible suerte, dejan un sabor difícilmente explicable. El esfuerzo y la perseverancia, tarde o temprano siempre se ven compensados.

Tercer día y nos poníamos a vueltas con el muflón, cambiando completamente de zona para enfrentarnos al peor día de viento de los cuatro. Qué complicadas se estaban tornando las cosas, por la mañana vimos bastante caza, mucho muflón joven a larga distancia que parece, soportan mejor el viento que los machos y ya por la tarde, con el viento más calmado, no vimos absolutamente nada. El tercer día había terminado sin mucha miga, nos quedaba uno, el último.

No subestimes el último cartucho

Última mañana de permiso, con más ganas que fe nos metimos en el Land Rover rumbo al cazadero, viento y más viento, mis ganas de grabar poco a poco iban decayendo pues veía muy negro culminar con éxito el lance al muflón esperado, en esta ocasión un animal trofeo (más complicado si cabe), la mañana fue muy floja sin apenas avistamientos de animales y con pocas expectativas de conseguir hacernos con él.

Ya por la tarde, con los ánimos realmente bajos, cansados de buscar y caminar por un terreno que dificulta los pasos y castiga mucho las botas pues está lleno de piedras cortantes y coscojas que erosionan los tejidos con mucha facilidad, a pocos minutos de desistir y dejarlo por imposible en aquella jornada, localizamos una pareja de muflones soberbios.

En ocasiones los golpes de suerte aparecen para compensar el esfuerzo, como si el monte quisiera devolvernos tantas horas de dedicación, lectura, grabación, edición, estudio, cariño y pasión que le ponemos a cada cacería.

Y así fue como se presentó una oportunidad digna de jugar un lance, había que tratar de hacer una entrada a una pareja de grandes machos de muflón que, tranquilamente se soleaban en una ladera a unos 350 metros de distancia, despacio y con calma, nos fuimos metiendo a ellos cuidando mucho de no dejarnos ver. El muflón, a pesar de sus ojos estéticamente poco agraciados, tiene una vista verdaderamente sorprendente por lo que hay que cuidar mucho los movimientos y no dejarse ver en la medida de lo posible.

Una vez nos pusimos a la distancia adecuada esperamos el tiempo necesario para que se levantaran de sus encames. Nunca nos ha gustado disparar a la caza encamada, en primer lugar, por respeto y en segundo porque la facilidad de alcanzarla en el sitio incorrecto es muy alta y si hay algo que nos repatea sobre manera es dejar animales heridos en el monte.

Los muflones se tomaron su tiempo antes de levantar, momentos de una tensión creciente, era un todo o nada, una única carta, un último cartucho, pasaban los minutos como si de horas se trataran para, sin esperarlo, verlos ya levantados dando así una oportunidad que mi padre aprovechó con la templanza que los años de experiencia otorgan al que persiste.

Un disparo preciso y el animal cayó a los pocos metros llenando de emoción un momento de gran excitación, ya os lo podéis imaginar, no voy a describir con detalles este instante, pues creo que el video refleja bien las sensaciones.

Habíamos conseguido abatir dos especies distintas en un lugar nuevo y realmente bonito. Estas experiencias poco a poco van llenando una vida de recuerdos que solo aquellos que aman el monte y disfrutan del campo de esta manera, son capaces de valorar de forma justa.

Ya para terminar, quería agradecer a Valencia y a todas esas personas que con esfuerzo y dedicación guardan y cuidan esos rincones perdidos con tanto cariño para que un humilde cazador como yo pueda disfrutarlo y sumarlo a su lista de rutas salvajes.

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