El cazador Jesús Masdemont, natural de Granada, abatió este fin de semana un jabalí rubio con una pata rota y un buen trofeo gracias al gran trabajo de su Beagle Luna, que además tiene una gran historia tras ella. Se trata de una perra que el cazador encontró abandonada y sin microchip en la provincia de Granada y que finalmente adoptó. Tras varios meses entrenándola, ha logrado convertirla en una perfecta rastreadora de jabalíes y la prueba es que ha logrado pistear este singular ejemplar que el cazador había tirado la noche anterior en un aguardo. Ahora, Luna es una de las grandes envidias de la Asociación Española del Perro de Sangre –AEPES– a la que Masdemont pertenece.

Un jabalí rubio herido en una espera

El cazador explica que, durante la noche del pasado sábado, a las 22:00 horas, disparó a este jabalí en el aguardo mientras estaba colocado en una chopera al lado del río Fardes. «El jabalí iba muy pegado, ya que no pudo subir un repecho de una acequia y se fue cruzando la chopera dirección al río. Se paraba, se acostaba y se volvía a levantar. Seguramente intentaba taponar la herida que tenía en la pata delantera con el barro del suelo, regado hacía poco», relata Masdemont.

Dos disparos al jabalí. La primera vez que el cazador lo vio aquella noche estaba a unos 400 metros. Así que redujo distancias: «Ya cerca de llegar al río, le puede efectuar un primer y segundo disparo, aprovechando un líneo de los chopos, a unos 150 metros», expone. «Escuché cómo la bala del calibre .308 impactaba en el jabalí y éste arrancaba la carrera hasta perderse en el río», y esa noche no supo más.

Tocaba rastrear la pieza. Masdemont  se puso en contacto con varios socios y compañeros de AEPES, en concreto Emilio Calleja y Glicerio, ya que auguraba que podría ser un rastreo difícil y que el guarro podría estar vivo. «Por desgracia, ninguno de los dos podía acompañarme y otros amigos se encontraban en la misma situación. Finalmente le pedí a mi mujer, Silvia, que me acompañara. No quería ir solo a ese rastro», explica el cazador.

Comienza la búsqueda al día siguiente

Eran las 9.30 de la mañana del día siguiente cuando llegó al coto: «Preparé las cosas, cargué el arma y nos fuimos con Luna, la beagle de año y medio a buscar la zona del segundo disparo», relata. «Enseguida encontramos la sangre y le di la orden al perro. Sin apenas pensárselo salió con el rastro y se metió hacia el río marcando bastante sangre que daba el marrano. En cuanto tuve que bajar al río ya vi que iba a ser muy complicado dar con el guarro. En la primera bajada ya le tuve que dar el arma a Silvia y arrastrarme para llegar hasta el río», explica Masdemont.

beagle jabali
El cazador, el perro y el jabalí. © C. M.

Se dificultaba aún más el rastreo. «El jabalí cruzó el río y nosotros buscamos un sitio por donde poder cruzarlo y volví a poner a Luna el rastro», prosigue explicando el cazador. «El perro se metió directo para la maleza y empezó a ir cauce arriba. La sangre continuaba, aunque no era tan abundante como al principio. Tenía que ir a gatas e incluso arrastrarme entre las zarzas para poder continuar. En varios puntos solté la traílla y me bajé al río para poder avanzar y unirme de nuevo a Luna más adelante, mientras ella llevaba el rastro fijo sin perderlo. Silvia nos seguía por la cuenca del río, cruzando de un lado a otro para poder avanzar, con el arma a su espalda», añade el cazador.

La perra localiza al jabalí

Luna marca dónde se encuentra el animal. Ya llevaban unos 450 metros entre maleza y zarzas: «Llegué a un punto en el que me era imposible continuar, porque un enorme zarzal muy espeso me impedía avanzar. En ese punto el perro me marcó un trozo de hueso. Un trozo de hueso hueco, como de una extremidad, lo que me hizo pensar que quizá el tiro solo era de pata y que ese marrano no lo iba a encontrar», explica Masdemont.

Efectivamente: al animal le faltaba la parte de una pata. Justo delante del hueso había una cama, con bastante sangre: «Mis pensamientos cada vez eran más negativos, ya que parecía que habíamos levantado el guarro. Aun así, decidí continuar y salí al río para sortear las zarzas e intentar cortar el rastro más adelante. Una vez pasadas las zarzas, vi un hueco por el que poder entrar de nuevo a la maleza para volver a buscar sangre. No había hecho más que entrar varios metros cuando el guarro se arrancó detrás de mí y a escasos dos metros de Silvia, en las zarzas que acababa de rodear», explica sobre el impactante momento.

Así fue el momento culmen del lance. «Silvia gritó ¡el jabalí, el jabalí! e hizo amago de encararse el arma mientras corría para atrás. Bajé todo lo rápido que pude, le di la traílla, cogí el rifle y me fui hacia el marrano, que salía de las zarzas con intención de cruzar de nuevo el río. Dos disparos fueron necesarios para acabar con el sufrimiento en un lance inesperado, lleno de tensión y adrenalina, culminando un rastro espectacular con un bonito trofeo», concluye el cazador sobre esta increíble experiencia.