Por Ikatz Pérez de Arriba I Fotos: Rodrigo Baroja

La caza de la becada me tiene totalmente enganchado desde que una mañana, hace más de 20 años, mi amigo Javi Uriarte, más conocido como Pakitos, me sacó de la cama para llevarme a por una sorda que tenía controlada. Fue bajar del coche y a 50 metros su pointer Jai, blanco y naranja, de buena talla y buena piel, empezó a guiar un rastro muy caliente de una becada.

Yo, que había acompañado a Pakitos en varias ocasiones, no tenía duda alguna de que el perro en ese estado de agitación sobre un rastro tenía una becada. Mientras avanzaba bajaba la cabeza dibujaba el recorrido de la becada en su huida con un paso ligeramente flexionado, ralentizado y tembloroso al ritmo que movía la cola de izquierda a derecha apuntando con ella hacia el suelo como si fuese eléctrica.

Caminamos unos cien metros tras él. Yo agarraba una vieja Laurona con los cañones recortados como si la fuera a partir. Javi se colocó a un lado de Jai y yo al otro, dejándole paso libre e intentando no estorbarle en el laberinto de olores que había dibujado la sorda en su huida a peón. Me quedé casi sin habla debido a la tensión del momento. Fue en ese mismo instante cuando quedó en muestra mirando a unas zarzas en un pinar abierto con algunos helechos en el suelo y sin ninguna complicación para el disparo.

Un setter inglés cazando la becada.
Un setter inglés cazando la becada. © Rodrigo Baroja

A los pocos segundos de estar parado como si de una escultura se tratara la becada pegó un primer bote, pero quedó trabada en las zarzas donde se había metido para esquivar el acoso de Jai, momento en el que aprovechó para encarar la paralela.

El perro, al ver el aleteo entre aquellos matos, se abalanzó a por ella en un segundo intento, pero la becada consiguió librarse de aquella maraña de pinchos y alzó el vuelo escapando hacia adelante, contra el sol, a media altura y por el único sitio que quedaba entre Javi, Jai y yo. Encaré, apunté y disparé y la becada dejó en el aire una bola de plumas.

A contraluz no cabía duda de que le había dado y Jai la cobró dulcemente. Chocamos las manos, acto que luego se convirtió en costumbre. ¡Mi primera becada! No sé si es por culpa de un inicio tan idílico en la caza de la sorda o simplemente por la fascinación que me produce esta ave, pero no contemplo otra manera de darle caza que no sea previa muestra de un perro.

Enganchado de por vida

El cazador de becada, con sus perros.
El cazador de becada, con sus perros. ©Rodrigo Baroja

Al año siguiente ya era socio del acotado y me había hecho con una setter blanca negra, regalo de un amigo, para iniciarme en esta curiosa modalidad. Una vez más, acompañado por mi amigo Pakitos, un jueves cualquiera de noviembre nos internamos al bosque y nos separamos en busca de las mejores zonas de entrada.

Argi, que así se llamaba mi perra, me mostró una becada a la que pude dar caza sin mucha dificultad. Poco después se me levantó una pareja de becadas de los pies sin muestra ni trabajo alguno de la perra y pude abatir una que fue cobrada por Jai.

Fue tal la diferencia entre la primera mostrada por la perra y la segunda abatida sin trabajo alguno de Argi que, al juntarme con Javi, y pese a la euforia de un becadero principiante al colgar dos sordas, le comenté que las sensaciones de sendos lances habían sido muy distintas. Desde aquel día decidí cazar por y para los perros, disparando únicamente a las mostradas por ellos… que a partir de aquel año siempre han sido setters ingleses.

Hace un par de semanas, cazando con Lander Mitxelena, profesional del mundo del perro de muestra, vivimos un lance que ilustra esto mismo que venimos contando. Después de mover un par de becadas en una bonita mañana llevábamos ya dos horas sin ver nada cuando por un camino ancho salió una que cruzó el camino pasando por encima de los pinos hacia nuestra izquierda.

Por supuesto, no le disparamos. Fuimos en dirección a ella y pocos minutos después el GPS nos indicó que Haya estaba en muestra. Al llegar la vimos flexionada mirando hacia arriba, casi tumbada y con una expresión felina.

Lander, que no llevaba escopeta, entró a la setter y yo me coloqué arriba. La becada salió y al segundo tiro conseguí abatirla.

Por suerte ambos conseguimos grabarla y disfrutar de un lance casi perfecto. Pues bien, si la hubiéramos disparado en el camino nosotros mismos hubiésemos privado a los perros de tener una segunda oportunidad de encontrarla y mostrarla y nos hubiésemos quedado sin un magnífico segundo lance.

No todo es la percha

En la caza de la becada hay una cierta dependencia hacia el número. Es decir, parece que la cantidad de las cazadas es lo más importante al valorar una jornada. Llega a crear incluso una dependencia con los demás cazadores, amigos o conocidos, que a diario intercambian novedades generando satisfacción o frustración, según les haya ido a unos u otros y a nosotros mismos.

Esa constante comparación numérica no es sana, menos aún en una especie migratoria como la becada. No se puede basar la calidad de un día de caza en función de lo que hayan hecho los demás.

Ni de los que cazan en tu misma provincia ni de los que lo hacen en tu mismo pueblo o en la misma zona. Las peculiaridades y variables a las que nos enfrentamos cazando sordas son tantas que las comparaciones son más odiosas que nunca.

Cada cual debe saber disfrutar y, en cada caso, conformarse con lo que el día le ha dado. No hay mayor satisfacción que la sensación de haberse esforzado, de haberlo dado todo. Saber, al final de cada jornada, que el monte ha quedado revisado con esmero y sacrificio, como habíamos previsto, gracias al buen trabajo de nuestros perros.

Cargando un cartucho para la caza de la becada.
Cargando un cartucho para la caza de la becada. © Rodrigo Baroja

Tampoco todas las becadas tienen el mismo valor. Cada una tiene su grado de dificultad, y es ahí donde hemos de ser justos y honestos para valorarlo. No es lo mismo una que hemos visto hacia dónde ha ido y somos nosotros quien guiamos a los perros que otra ada en una zona que no pensábamos mirar y es el perro el que la encuentra y te lleva hasta ella.

Y es que hay becadas que valen por tres, como la primera que se le caza a un perro joven. O esa escurridiza que lleva días en su sitio ¡y se las sabe todas! Es por esto que los números al final del día no muestran la realidad de una jornada.

Pienso que no trasladan ni el mérito ni la emoción que cada lance que ha tenido y sólo hacen referencia a las capturas que en este tipo de caza es sólo un factor entre otros muchos. Quedémonos con lo que hemos vivido en el monte. Puede que quien más ha disfrutado no sea el que ha colgado la percha más abultada.

Y es que uno puede bajar feliz y contento con una becada en el morral que ha sido difícil, trabajada, y se la ha cazado a esa joven promesa que te tiene motivado… o con tres capturas pero sin ese nivel de satisfacción simplemente porque han sido lances sin emoción. Es triste que con la simple motivación de engordar el número se cacen becadas de cualquier manera.

La soledad buscada

Otra de las condiciones que, a mi modo de ver, hace más auténtica si cabe a esta caza es hacerlo en solitario. Es decir, con una escopeta y los perros. Según qué cazaderos la becada escapará, en un porcentaje muy alto de las ocasiones, hacia encinares muy cerrados, bojes muy espesos o cualquier sotobosque de espesura exagerada que hacen casi imposible colgar una cazando en solitario.

En el resto de los montes, donde los bosques son más abiertos, cazar sólo con la ayuda de tus perros, además de ser una caza más deportiva, dota a esta modalidad de un punto añadido de dificultad y obliga a una compenetración y sincronización total en cada lance con las diferentes muestras, guías y patrones del equipo de perros y el cazador bailando al son que ellos tocan.

Después de unos años cazando con Javi, mi hermano Unai se inició en esta forma de vida que es la caza de la becada. Estuve unos cuantos años cazando en su compañía y aunque solemos compartir alguna jornada lo normal es que salga en solitario. La verdad es que esa sensación de superación, de esfuerzo, de constancia y de éxito es superior en lo que a la caza se refiere. El lance es más auténtico si cabe.

Una cosa no quita la otra, y es que todo en compañía sabe mejor. Es cierto que lo que por un lado ganamos por otro lo perdemos. Esas charlas por el monte son una momentos únicos. Esa calma que te ofrece el compañero cuando nos ponemos más nerviosos de la cuenta porque las cosas no salen como preveíamos o el día que se cruza y sale todo al revés. Ese momento de compartir una fruta, un trago o, en el mejor de los casos, un trozo de bocadillo. En compañía, esos días largos en los que no hay ni un rastro, ni una muestra ni una becada siempre se sobrellevan con otro ánimo.

A lo que me refiero es que tanto la capacidad de sacrificio del cazador y la compenetración del mismo con sus perros es mayor y, por lo tanto, la complejidad de cada lance, cada acción de caza tendrá siempre un punto más de mérito y nos dejará un mejor sabor de boca que cada cual sabrá valorar convenientemente al bajar del monte.

Y es que hay que reconocer que, en ocasiones, la resolución de un lance con dos escopetas carece de dificultad alguna, puesto que la becada no tiene escapatoria. Ni que decir tiene en el caso de que sean tres los cazadores que sirvan la muestra del perro.

Cazadores con valores

Talaiazpi Ari, otro de los perros becaderos, junto al autor del reportaje.
Talaiazpi Ari, otro de los perros becaderos, junto al autor del reportaje. © Rodrigo Baroja

En general, la mentalidad de los cazadores de becada va evolucionando y cada vez somos más conscientes de que no tenemos la necesidad de cazar para comer, sino que cazamos porque nos gusta cazar. Por supuesto que lo que cazamos se come, de lo contrario no tendría sentido. Pero todavía queda mucho camino por recorrer y mucho que mejorar, sobre todo en la imagen que proyectamos de la actividad que realizamos.

Y es que no todo vale. El interés económico de las actividades lícitas como la venta de perros, cotos o viajes al extranjero no justifican la publicación de fotos con perchas exageradas que no respetan ni la ética ni en algunos casos la normativa de la caza de la becada. Todos soñamos con esos días en los que hay sordas en cantidad y en cualquier esquina encontramos alguna, lo que viene siendo en el argot becadero una buena entrada.

A lo que me refiero es que tenemos que darle valor a la calidad de lo que hacemos y olvidarnos por un momento de la cantidad. La búsqueda de la satisfacción, del sentirse realizado, del mérito y de la dificultad, esa es la verdadera esencia de esta caza, como también lo es valorar el lance, el trabajo de los perros, su calidad, la habilidad de la becada para escapar y huir de las grandes perchas y de lo fácil.

Y no olvidemos sacar la foto para justificar lo bien que lo hemos pasado, los grandes cotos que tenemos o los buenos tiradores que somos, porque todo lo conseguido con esfuerzo sabe mejor y además la imagen que proyectamos del colectivo es cada vez más importante en un mundo que interactúa por redes sociales.

La caza de la becada, afortunada o desafortunadamente, goza de buena salud. Cada vez más cazadores salen tras la dama del bosque, tanto perdiceros que buscan completar la temporada compaginando salidas tras las patirrojas y las picudas como llegados de la caza mayor que buscan reciclarse y se inician con toda la ilusión. Sumados a los ya habituales becaderos no hace sino aumentar la presión hacia esta maravilla de ave. La cuestión es practicar una caza ética, responsable y sostenible que nos permita seguir disfrutando en el futuro.