El cazador albaceteño José Luis López Garrido narra cómo el pasado 14 de septiembre se hizo con los dos jabalíes que se estaban comiendo las uvas ya maduras de las viñas y estaban destrozando los huertos de los vecinos.
21/9/2019 | Redacción JyS
El cazador castellano-manchego José Luis López Garrido, natural de la localidad albaceteña de Villaverde de Guadalimar, protagonizó el pasado 14 de septiembre en las cercanías de su pueblo una corta pero intensa espera con en la que abatió dos impresionantes jabalíes. En apenas dos horas se hizo con dos enormes animales que se estaban comiendo las uvas ya maduras de las viñas y estaban destrozando los huertos de los vecinos. Ahora, con motivo del concurso que Jara y Sedal tiene puesto en marcha junto a Beretta Benelli Ibérica, ha decidido narrarlo a este medio.
«Tras un verano muy seco y difícil de ver los rastros de jabalíes de gran tamaño parecía como si la tierra se los hubiera tragado», recuerda. «Y es que los grandes macarenos siempre cuesta mucho verlos» –añade-, «y no te digo nada cuando se trata de esperas veraniegas en plena sierra abierta, y nada de cercones donde todo cambia».
Después de los días de la gota fría y con abundantes lluvias en gran parte del territorio del sureste de la Península, José Luis siguió buscando esas pisadas de los grandes macarenos que todo cazador desea y que no había podido ver en todo el verano. En todo el estío no había logrado abatir ningún guarro de gran tamaño y sólo le habían entrado «piaras de poco porte y algún macho joven que la mayoría de los grandes esperistas nunca disparamos, volviendo a casa con otro fracaso nocturno», añade el cazador.
Pero la tarde del 14 septiembre todo cambió para José Luis. Ya casi agotando la temporada de esperas de Castilla-La Mancha, apostó por hacer unos de los últimos aguardos de este verano, y es que sabía que por la zona andaba un gran macareno y no podía adivinar cuál era el camino que tenía que tomar para esperarlo. Pero con estas últimas aguas ya sí veía las pisadas del animal que buscaba y decidió apostar por el lugar donde debía hacer el aguardo a este jabalí.
Eran las 19:30 horas de la tarde cuando se apostó bajo nubes oscuras con la duda de si le caería algún chaparrón encima. Se puso en el sitio por donde el jabalí bajaba a comer las uvas de un vecino del pueblo «que veía que cada noche le quedaban menos en las cepas», relata José Luis. «Me acomodé bien en esa silla que llevamos todos los cazadores nocturnos y pasamos horas y horas esperando a los jabalís y, ya sin sol y empezando a oscurecer, vi al gran macareno bajar del monte con una astucia y haciendo paradas, observando que todo estaba tranquilo para bajar a comer esas uvas que tanto deseaba», admite el cazador.
Éste casi no se lo creía y, bien camuflado, apuntó bien al codillo. Sin nervios e ilusionado por lo que sus ojos veían, disparó certero: «Cuando me acerqué y vi esas navajas y esas amoladeras quedé pasmado y más contento que si me tocara la lotería».
Las pezuñas del primer jabalí no correspondían con las huellas del suelo…
Eran las 20:15 horas y, ya con los deberes hechos, José Luis observó cómo esas pezuñas del macareno no se correspondían con las que había bien marcadas en el barro de la noche anterior. «Dudando de mí mismo, me convencí yo sólo que este macareno que acababa de abatir no era el que yo buscaba, y con mi bocata en la mochila y la tarde tan buena que empezaba a quedar, decidí quedarme de espera a ver si bajaba el guarro que yo creía que tenía que bajar», relata.
Sobre las 9 de la noche, «y ya con el bocata en mi estómago» observó con los prismáticos cómo un gran guarro se acercaba sobre el reguero donde se encontraba su macareno abatido. «Cogí mi rifle apuntando al sitio y, al encender el foco, salió de estampida y me quedé solo en cuestión de dos segundos, mi alegría se convirtió en cara de tonto y fracaso ante el macareno que esperé todo el verano», confiesa López Garrido.
Pero siguió esperando cuando, a los 10 minutos, lo vio bajar de nuevo sobre los mismos pasos del primero, con la cabeza levantada, tomando aire y parándose cada dos o tres metros en busca del guarro abatido, «como si buscara pelea», explica José Luis. Al encender la linterna, dio una pequeña carrera de 10 metros y, al pararse, José Luis apretó el gatillo de su rifle, que apuntaba al centro de su paletilla. El jabalí que estaba atacando los huertos cayó fulminado. «Mi asombro fue al ver el descomunal cuerpo de este macareno y sus defensas y mi gran satisfacción de por fin cumplir mi sueño que duró varios meses», concluye el cazador albaceteño.
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