Por Alberto Beloki
Esta historia sucede en una gélida mañana de domingo en la localidad de Urzainqui, un pequeño pueblo del pirineo navarro, donde cada fin de semana nos reunimos una modesta y pequeña cuadrilla de cazadores para realizar una batida o resaque, como se denomina en estas tierras norteñas. Después de un café caliente, decidimos cazar una mancha compleja que nos permita asegurar el éxito con pocas posturas y de una manera diferente.
Joseba, uno de los perreros más experimentados, comenta que vamos a tener que utilizar los perros más jóvenes y dar descanso a los más veteranos, utilizados el pasado jueves. Nanú y Puskas son dos grifones nivernais de apenas ocho y diez meses de edad, que como veréis más adelante, son los verdaderos protagonistas de esta historia.
La mancha elegida es una extensión de monte medio, digna de una montería para cuarenta posturas. Tres compañeros se colocan en la zona oeste de la batida, otro compañero y yo nos vamos a la zona este, y los perreros se sitúan en el centro para intentar llevar la caza hacia los extremos, considerando que la cantidad de nieve que alberga la zona norte frenará la salida de los jabalíes. Aclarar que en Navarra, ni tan siquiera en la zona pirenaica, todavía no se nos permite cazar con nieve, como a nuestros vecinos aragoneses, pero por suerte en la zona que estamos cazando, la nieve ha desaparecido.
Los perreros comienzan a entrar en la mancha y a soltar perros en los rastros frescos, comenzando así las primeras persecuciones. Joseba anuncia por la emisora que va a soltar a Nanú en un rastro. Tras unos minutos de persecución, un compañero abate a un jabalí en la zona oeste. Nanú llega al jabalí y lo muerde y sorprendentemente para su corta experiencia, vuelve a entrar a la mancha en busca de más jabalíes.
Joseba ha localizado otro rastro de jabalí donde suelta a Puskas y a Nanú juntos. Desde mi postura puedo oír sus voces cada vez más cerca. Por la emisora oímos a Eneko, otro de los perreros, que comenta el rastro de un gran jabalí, que va en la misma dirección y que presumiblemente es el perseguido por nuestros jóvenes niverneises. Cada vez están más cerca. Intuyo así que le va a entrar a mi compañero, pero, ¡vaya sorpresa! no se oye el disparo y los perros continúan la marcha pasando entre ambas posturas, por una zona de bosque atípica, la cual nos confirma la astucia e inteligencia de esta formidable especie, confirmando que se trata del rastro del gran jabalí que poco antes había visto Eneko, y quizás de un posible macareno.
Nuestros jóvenes canes continúan por su rastro sin dudar ni un momento del peligro que les acecha. Cruzan el primer barranco y sus magníficas ladras se escuchan cada vez menos, hasta que al cabo de no más de 15 minutos y haber atravesado tres barrancos más, dejamos de oírlos dirigiéndose hacia la muga del coto continuo.
Iñigo, el tercer perrero, comenta por la emisora que a la zona que van a entrar es de monte muy apretado y el jabalí puede pararse en cualquier momento para hacerles frente. Nosotros continuamos con la cacería, sin dejar de pensar en el futuro de nuestros jóvenes amigos.
Nos encontramos en el final de la cacería, ya no tenemos ningún perro cazando en la mancha y hace más de 40 minutos que no sabemos nada de Nanú y Puskas, parece que es el momento de retirar las posturas.
«¡Un momento! los cachorros vuelven hacia vosotros, en nuestra dirección, dice Joseba. «De acuerdo Joseba, creo que oigo sus voces!!», le contesto. «Alberto, lo que nos temíamos, el jabalí lleva con ellos detrás más de hora y media y parece ser que se los quiere quitar de encima, pero otra vez siguen su marcha, menos mal», contesta de nuevo Joseba.
Nuevamente empiezo a oír sus ladras esta vez cada vez más cerca, pero parece ser que pasan demasiado lejos de mi posición. A los 5 minutos oigo un ruido de rama rota en la parte baja. Quito el seguro del rifle, y Crack! otra rama, algo se me acerca, lo tengo debajo a escasos 15 metros y se ha parado. Pasan 2 minutos y el animal sigue parado y yo inmóvil, apenas me muevo, creo que es él. Cuando de repente las voces de los dos cachorros vuelven a oírse muy cerca, viniendo en la dirección del primer ruido que escucho, los bojes vuelven a crujir, algo se ha levantado y se desplaza hacia mi izquierda, ¡Va a salir a la calle! ¡Dios! ¡Qué ejemplar! ¡Lo tengo en la retícula del visor y contemplo su formidable boca!
¡Disparo! Y cae hacia atrás, creo que el tiro está bien colocado. Acto seguido me acerco y compruebo entre la foresta que el jabalí ha muerto y que no habrá problemas a la llegada de los perros.
Sin llegar a dos minutos de reloj, llegan Nanú y Puskas al jabalí, me acerco para grabarles, ¡fantástica escena! Después de casi dos horas de trepidante persecución y haber recorrido una extensión de monte brutal, estos dos jóvenes niverneises han conseguido acabar metiendo a este formidable animal a la postura, sin recibir ningún rasguño y a su corta edad y experiencia.
Con la llegada de Rubén, mi compañero, situado encima de mí, sacamos el jabalí a la senda con dificultades por la orografía, sus más de 80 kilos y los continuos mordiscos y tirones de los dos niverneises que en ningún momento se separan de él.
Realizamos un par de fotos rápidamente y no muy profesionales por la larga caminata que nos espera hasta el coche y es cuando nos percatamos la diferencia descomunal de un colmillo a otro (los cuales dieron una puntuación 113,10 puntos).
Difícilmente, una jornada de caza puede salir más perfecta. Somos una cuadrilla de amigos que llevamos practicando esta fantástica afición juntos 20 años, pateando este paraje salvaje, duro, bucólico y a nuestro lado, nuestros más fieles escuderos, los canes, piezas fundamentales en esta modalidad y todas en la que intervienen, que nos brindan acciones como la relatada aquí.