En las últimas semanas se ha hecho viral un audio del famoso naturalista y divulgador medioambiental Félix Rodríguez de la Fuente. Aunque sus palabras son de hace más de medio siglo, Rodríguez de la Fuente ya advirtió de la necesidad de regirse por criterios científicos a la hora de tomas decisiones políticas.

Una reflexión que describe perfectamente la situación que se está viviendo en los últimos meses marcados por la crisis del coronavirus y que pone en evidencia el actual ecologismo, totalmente apartado de la ecología y reducido a un actor más de la política. No hay más que observar cómo el doctor hablaba de ecólogos y no de ecologistas en este discurso que hoy nos produce escalofríos.

«Conocemos cuáles son los procesos que tienen lugar en los ecosistemas terrestres y sería posible copiar esos procesos para que la propia humanidad los llevara a cabo. Sin embargo, los ecólogos y, en definitiva, los sabios, tienen muy poco que hacer aún en el presente y en el futuro próximo de la humanidad. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla. Cuando a usted, por ejemplo, le tienen que operar de apendicitis, llama a un científico, a un cirujano para que lo haga. Si usted o yo tenemos que curarnos de una pulmonía, echa mano de un antibiótico que ha sido descubierto por un científico. Cuando hay que hacer un puente para que pase sobre él un ferrocarril que no queremos que se caiga en el momento que vamos dentro, echamos mano de otro científico, de un ingeniero», comienza explicando el naturalista.

«Ahora bien, cuando se quieren tomar medidas a medio o largo plazo, quien lo decide es generalmente un hombre que tiene muy poco de científico y, si lo tiene, es por casualidad. Es un político, en la base de cuya política hay filosofía, pero muy pocas veces ciencia. Que tiene unos asesores científicos a los que puede escuchar o no, pero a los que generalmente les escucha en función de la importancia que tenga su asesoramiento para su campaña electoral o para sus presupuestos de acceso al poder o de permanencia en el poder. Aunque parezca mentira, la ciencia nos puede otorgar los elementos que precisamos para salvar la humanidad. Sin embargo, las decisiones no pueden tomarlas aún los científicos. Las toman los políticos y, en la base de los políticos, los filósofos, los que siempre se han considerado como portadores de la verdad», añade.

Tras ilustrar la situación con una serie de ejemplos, Félix Rodríguez de la Fuente concluye su advertencia diciendo: «El tema es para poner la carne de gallina, porque dicen los sabios que si continuamos durante 50 o 100 años sin escuchar sus informes y guiados únicamente por presupuestos de orden administrativo, político o filosófico, es muy posible que no podamos contar a las generaciones venideras, que no vendrán, la catástrofe de una especie que se llama sapiens».

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Félix Rodríguez de la Fuente, el cazador naturalista

Con él empezó todo. Gracias a su mente privilegiada y su arrollador carácter consiguió que España entera conociese su propia naturaleza y deseara preservarla. Y sí, Félix Rodríguez de la Fuente era cazador.

Y como es de bien nacidos el ser agradecidos, y sin duda Félix lo fue, dejó escrito en su prólogo a la Enciclopedia de la Caza las siguientes palabras sobre dicha actividad: «Cuando un naturalista que dedica la vida al estudio y protección de la naturaleza toma la pluma para prologar una enciclopedia de caza, necesariamente ha de hacerse una pregunta. ¿Es justo que el zoólogo, el proteccionista, el amigo de los animales, abra las páginas de un libro que, de manera tan rigurosa como atractiva, describe las técnicas de la persecución, el acoso y la muerte de las criaturas salvajes? El naturalista, con toda sinceridad, no tiene más remedio que responderse a sí mismo afirmativamente: puede y debe introducir al lector en las artes venatorias. Primero, porque él mismo llegó a conocer y a querer a los animales siguiendo las venturosas sendas del cazador. Y, sobre todo, porque la caza, lo que los científicos llaman la predación, ha venido constituyendo el resorte supremo de la vida desde que ésta apareció sobre nuestro planeta. Porque el cazador, si mata siguiendo las rígidas e inmutables leyes que ha impuesto la naturaleza a la gran estirpe de los predatores, regula, con su acción, y dirige, al mismo tiempo, el complejísimo concierto de las especies: el equilibrio entre los vivos y los muertos.

(…) Querría, también, recordarle las reglas estrictas que, desde el principio de los tiempos, han venido respetando todos los cazadores, desde el tiburón al águila, desde la mantis religiosa al tigre. Reglas cuya transgresión transforma al predator en hediondo necrófago, al noble cazador en despreciable matarife (…). El predator no sólo es el guardián de los pastos y de los frutos, al evitar la excesiva proliferación de los fitófagos, sino que también actúa como un verdadero forjador, como una formidable fuerza selectora que, implacablemente, va mejorando las condiciones anatómicas, fisiológicas, y psíquicas de todas sus presas. Pero el propio cazador ha de adaptarse también, incesantemente, a las depuradas cualidades conquistadas por el vegetariano, porque todos los predatores mal dotados, incapaces de mantener su ‘plena forma’ en esta fascinante y trágica carrera de perfeccionamiento, son incapaces de cazar habitualmente, se debilitan más y acaban desapareciendo como individuos o como especies en el concierto de la vida.

Félix, junto a su familia, en una entrevista de Televisión Española. /Archivo de la familia Rodríguez de la Fuente