El glifosato es el herbicida más utilizado en el mundo y también uno de los más polémicos. Sintetizado en los años 50 y descubiertos sus efectos como herbicida en 1970 por John E. Franz, un químico de Monsanto, si bien comenzó a comercializarse con el nombre de Roundup en 1974 no fue hasta 1994 -cuando la misma empresa empezó a comercializar plantas modificadas genéticamente inmunes al efecto del herbicida- cuando adquirió el éxito. Ahora, una investigación liderada por el Instituto Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario y Forestal de Castilla-La Mancha (IRIAF), en colaboración con el Grupo de Investigación en Toxicología de Fauna Silvestre del Instituto de Investigación en Recursos Cinegéticos (IREC – CSIC, UCLM, JCCM) y la empresa Labiana Life Sciences, ha conseguido desarrollar un procedimiento analítico a través del cual han conseguido identificar la presencia del glifosato en el 45% de las liebres encontradas muertas en el campo.

¿Cómo funciona el glifosato?

El uso del glifosato se basa en la inhibición de la ruta de biosíntesis de aminoácidos aromáticos como la del siquimato, un intermediario bioquímico importante en plantas y microorganismos. Al ser exclusiva de las plantas, la toxicidad en animales es muy limitada o inexistente, o eso se pensaba, ya que sus residuos son difícilmente detectables.

Dado que los animales silvestres pueden estar expuestos a niveles de este producto fitosanitario, desde el IREC advierten que, si bien no son letales, «pueden estar ejerciendo efectos crónicos adversos». Considerando las tendencias poblacionales decrecientes detectadas para muchas de las especies de fauna silvestre asociadas a los agrosistemas, incluida la liebre ibérica, los autores del trabajo señalan que evaluar su exposición a los productos fitosanitarios, incluido el glifosato, es fundamental para determinar si este factor puede ser causa de declives poblacionales.

El glifosato podría ser cancerígeno

El citado herbicida se encuentra en la lista de productos ‘probablemente cancerígenos’ de la Organización Mundial de la Salud, un listado que se elabora según el nivel de evidencia que existe y no sobre sus efectos o riesgos, por lo que podría decirse que la exposición al glifosato puede causar cáncer (1994).

No obstante, la probabilidad de que lo anterior suceda, al menos por contacto indirecto con el herbicida, es bastante improbable. En el peor de los casos los expertos estiman que una persona debería comer unos 16,8 kilos de soja al día durante dos años para llegar a la dosis detectada como cancerogénica. No obstante, llama la atención que los estudios que demostraban esa relación causal con el cáncer fueron retirados.

Aunque la propia comunidad científica se encuentra dividida al respecto y no hay evidencias suficientes para establecer una correlación entre el uso del glifosato y el desarrollo de cáncer, lo cierto es que Bayer -propietaria actual de Monsanto-, se enfrenta en Estados Unidos a unas 125.000 causas judiciales por el desarrollo de problemas cancerígenos tras el uso prolongado del herbicida, litigios que la farmacéutica espera solucionar con el pago de alrededor de 11.000 millones de dólares.

En la Unión Europea la renovación de su permiso tuvo lugar en 2017 tras una votación muy ajustada. Después de varias repeticiones al no conseguir el número suficiente de votos Alemania cambió el suyo apoyando el empleo de este químico, lo que significó la extensión de su uso durante cinco años. Irónicamente, dos años después Alemania anunció su prohibición en su territorio y un plan de salida para 2023. Durante 2022 los socios comunitarios deben aprobar otra renovación de su uso… o su prohibición, una posibilidad ante la que los agricultores advierten de la ausencia de alternativas.

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