El cazador Javier Martínez Gimón, natural de la localidad de Logroño, vivió el pasado mes de abril una extraña historia con un corzo que logró abatir y al que había fallado el día anterior. Horas después, cuando logró darle caza, encontró el ‘rasponazo’ de la bala en su lomo tras salvarse en la primera ocasión. Ahora, ha narrado la historia a Jara y Sedal con motivo del concurso que tiene puesto en marcha junto a Beretta Benelli Ibérica.

Todo comenzó el 18 de abril en un pequeño coto de la provincia de La Rioja: «Empecé mi rececho con mucha ilusión y en busca de ese corzo que ya había visto días atrás con borra y que parecía prometedor», explica Martínez. El cazador pasó toda la mañana sin ver más que dos hembras y un corzo joven; por la tarde volvió por la misma zona y, andando por un camino, fue mirando los ribazos y los bordes de las fincas con el monte y, cuando miró hacia atrás, apareció «de la nada» el corzo que buscaba mirándole.

Se arriesgó y decidió disparar al corzo de frente

«Solo se le veía el pecho cuello y cabeza; sin duda era el corzo que estaba buscando», explica el cazador logroñés. «No sé si estaba levantado antes o se levantó al sentirme pasar, el caso es que estaba ahí parado mirándome completamente de frente», explica. «Lo tenía a unos escasos 70 metros y conseguí, muy despacito, girarme y poderle apuntar», expone Javier. El cazador estuvo esperando a que se moviese un poco y le ofreciese un blanco más fácil, pero después de un rato el corzo no se movía y él pensó que en cualquier momento daría un salto y lo perdería para siempre, por lo que aún siendo conocedor de que los disparos de cara son muy difíciles de acertar, decidió hacerlo.

«El corzo pegó un bote a la derecha y, seguido, se fue hacia la izquierda y ya no lo volví a ver», explica Martínez. «Miré un poco por la zona pero no había ni rastro. Al día siguiente, después de estar toda la noche recordando al animal, volví por la zona y en toda la mañana no vi nada. Por la tarde volví y empecé a andar por un claro que hay entre el monte muy cerca del sitio donde había disparado el día anterior. Estuve revisando cada borde de fincas con el monte ribazos sin localizar ningún corzo», recuerda el cazador.

El corzo le da otra oportunidad

Ya eran las 19:30 horas de la tarde cuando iba entre dos terrenos a buscar un alto para observar y sentarse a esperar: «Miré con mis prismáticos el borde del monte con la finca y vi cómo se movía unas ramas en un espino de unos 10 o 12 metros de largo; seguí mirando y de repente vi unos cuernos detrás de la rama. Estuve observando un rato hasta que conseguí ver bien la cabeza del corzo y me di cuenta que era el mismo corzo del día anterior y mi corazón se aceleró», explica el cazador.

«Tuve que dar un rodeo para poder acercarme al sitio donde estaba y conseguí ponerme a unos 100 metros del espino dónde lo había visto, pero en ese momento ya no veía el corzo», señala. «Estuve quieto unos cinco minutos y, de repente, volví a ver cómo se movían las ramas; el corzo seguía detrás del espino pero solo cuando ramoneaba en las ramas altas es cuando podía verle la cabeza y nada más», recuerda.  

El disparo, a las 21:10

Tras ello, el corzo «estaba muy tranquilo y apenas avanzaba; mientras, yo estaba muy nervioso y con el corazón a cien por hora que hasta me podía oír cómo palpitaba y sentía que se me iba a salir del pecho», recuerda el cazador. De repente, volvió a aparecer la cabeza entre el espino y el animal le ofreció el costado: «Me preparé para el disparo… pero se dio la vuelta y tuve que esperar hasta las 20:30 de la tarde».

El cazador tuvo que esperar otros 40 minutos más: «Eran las 21:10 y estaba ya haciéndose muy oscuro, por lo que en ese momento no esperé más y disparé. En ese instante, el corzo dio un bote y salió corriendo, metiéndose al monte. Fui a ver si había rastro de sangre pero no vi nada y lo dejé porque ya era de noche y no iba a poder buscar el rastro entre el monte; estaba casi seguro de haberlo alcanzado», explica Martínez.

A la mañana siguiente, «después de estar toda la noche viendo el corzo cada vez que cerraba los ojos y sin dormir, me acerqué a pistearlo y me metí entre el monte por la zona donde emprendió su huida», describe el cazador. A unos escasos 50 metros de donde se había metido lo vio tumbado entre la hojarasca y corrió hacia dónde estaba «loco de contento» y más a ver el trofeo que tenía.

Un disparo que quedó trasero, pero fue efectivo

El disparo se había quedado un poco trasero, pero fue efectivo: «Cuando empecé a mirarlo con detenimiento observo cómo en el lado izquierdo tenía una línea recta en todo el costado con el pelo cortado de delante hacia atrás y estoy casi seguro que eso se lo hizo la bala del día anterior cuando le tire de frente», explica. A la espera de que el taxidermista lo mida, éste le asegura que el trofeo será medalla de plata.

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